Bobone, Carlos Maria. La religión de los libros: libros de viejo, librerías y libreros. Trad., Elia Maqueda López. León: Eolas, 2023. 120 p. (Tula Varona; 3). ISBN 978-84-126671-9-6. 14 €.
Animado por la religión entendida como «cumplimiento del deber» me embarqué en la lectura del breve libro de Bobone, un texto centrado mayormente en el mundo del libro antiguo y moderno en Portugal. Es decir, no lo leí por placer, sino obligado por la palabra dada al profesor Pons. No todos los libros se leen por placer, pues no siempre el conocimiento está relacionado con el placer. Para cumplir el deber como mandan los cánones tuve que leer el libro dos veces, pues a la primera no había manera de entender cómo tenía que comportarme ante lo que decía Bobone y cómo debía interpretar la religión vista como observancia de la doctrina libresca. En suma, que el libro sirve para decir todo y lo contrario de todo; esto en el caso de que el libro lo dijera todo, pues ciertamente dice poco y, por eso, lo contrario de poco. Si en una página creo que debo sentirme como el elegido al que la Providencia ha concedido el amor a los libros, poco después me da la sensación de que debo sentirme como un apestado al que la Codicia o el Diablo han castigado por profesar (idéntico) amor a los libros. Es lo que tiene la religión mal explicada, que se navega entre la ortodoxia y la heterodoxia según quien la cuente y según cómo se quieran ver las contradicciones. La desesperación es enorme cuando el mismo autor desvela la ortodoxia y la heterodoxia en el mismo texto.
Tras leer dos veces el libro ya no sé si abrir una librería es apasionante o decepcionante, si para ser librero hay que tener erudición y sensibilidad o «el mundo del librero [sic] es, pues, un mundo de engaños y falsa cultura que rara vez se percibe como tal», si el libro tiene futuro o está tan atado a la caspa de los tiempos de Palau y Dulcet que hemos de movernos por Internet con los criterios de la bibliografía aproximativa de tiempos prebélicos, si la honradez es marca del gremio o es mejor hacerse el listillo si se tiene una librería especializada «que no puede tener los libros a un precio como para que se los lleve el primer comprador», si es mejor guiarse por el olfato o por el buen gusto. En principio, parecería que un libro tan lleno de lugares comunes como el de Bobone, sea que hable de librerías con libros nuevos, usados o magníficos debería ser fácil de interpretar: los tópicos tienen a veces la facultad de uniformar el pensamiento. Por el contario, cuando se presentan de manera deslavazada o mezclados, cuando la historia no sirve para explicar el presente sino para justificar las añoranzas, si la admiración se reserva para no cuestionarse nada (ni en Maggs Bros de Londres ni en ningún sitio es oro todo lo que reluce), si con profundidad argumental propia de la educación general básica se juega a «fer la puta i la Ramoneta», este pobre lector desconcertado no sabe si Bobone propone una elegía del futuro o un panegírico del pasado, ¿o es mejor dejar las elegías para el pasado y los panegíricos para el presente? Por añadidura, si los tópicos sirven para quedarse en la superficie y permiten despachar el complejo mundo de las subastas con un juego aproximado de porcentajes que anima a «esperar que el precio que reciba el propietario del libro sea una precio justo», si hacen que quepan en el mismo párrafo Christie’s y Catawiki sin más explicación, los tópicos, entonces, hacen pensar que no estamos ante un libro de estudio, reflexión y comunicación, sino ante un texto que tiene la complejidad argumental del listín telefónico.
Provoca desesperación ver en el original que la actividad lisboeta de António Tavares de Carvalho (que daría para un párrafo más que suculento) se despacha con algo parecido a «trabajaba desde casa». Desespera también que se me deje la posibilidad de pensar que Re-Read es la marca del éxito gracias a que «pasó en tres años de ser una pequeña librería a una cadena con 23 tiendas» y que tal actividad podría servir para «averiguar si la caída de la compra de libros podría mitigarse con libros a precios más bajos», pues si el caso de la cadena citada debe considerarse un triunfo, ha triunfado el «drapaire», que no tiene más religión que comprar a muy poco y poner a la venta en el mismo estante churras y merinas convenientemente esquilado el criterio de selección, criterio deseable en el librero o librera que se precie.
¿Tan complicado es evitar tanta farfolla y aceptar, sin sentimentalismos, sin cursilerías y nostalgias intelectualoides, la máxima de uno que sabía lo que hacía, el Sr. William Rees-Mogg: «Bookshops are not charitable organizations: they are in business to do business». Dicho de otro modo, muchos de los libros que glosan el mundo de los libros antiguos parecen escritos para purgar conciencias manchadas por el hecho de querer llegar dignamente a final de mes con el «bisnís» de la cultura.
En algunos casos, una prosa castellana aproximativa añade confusión a la confusión del original portugués: «estanterías forradas de piel», «libros de oraciones iluminadas», «empezó fundando una pequeña casa de libros».
Carlos Clavería Laguarda se ha pasado media vida comprando y vendiendo (también en Portugal) libros antiguos y modernos, pero lo dejó para dedicarse a actividades menos peligrosas y menos contradictorias.
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