Woolf, Virginia; Strachey, Lytton. 600 libros desde que te conocí: correspondencia. Trad., Socorro Giménez. Ciudad de México: Jus Ediciones, 2017. 143 p., [16] p. de làm. ISBN 978-607-9409-79-1. 14,50 €.
Los libros que contienen la correspondencia entre escritores siempre me han llamado poderosamente la atención. En ellos podemos apreciar tres elementos muy queridos para la literatura: el nacimiento, consolidación y finalización de las relaciones humanas, el paso del tiempo y el work in progress de la obra de los escritores corresponsales, así como el de su época.
Todo esto es lo que podemos encontrar en 600 libros desde que te conocí de Virginia Woolf y Lytton Strachey.
Lo primero que notamos es que las cartas de Virginia son más largas que las de Lytton, en cierta medida porque devienen más explicativas y chismosas. El chisme aparece en ellas casi como un género literario. En cambio, Lytton escribe unas misivas escuetas, no faltas de humor e ironía, pero mucho más discretas en lo personal que las de su amiga. Virginia implora a Lytton, a menudo, que le escriba más y con más frecuencia.
Virginia Woolf (1882-1941) fue una escritora e intelectual avanzada a su época, pionera de la conciencia femenina, cuya literatura vanguardista y renovadora alimentó la primera mitad del siglo XX inglés.
Lytton Strachey (1880-1932) fue un maestro y estilista del género biográfico, probablemente el mejor que ha conocido Inglaterra. Autor de una obra de culto titulada Victorianos eminentes (Madrid: Valdemar, 1998), en la que no escatimó ataques e invectivas en contra de la rancia moral victoriana y sus retrógradas costumbres.
En ese contexto, Woolf y Strachey parecían destinados a encontrarse y a comprenderse, aunque sólo fuera por su evidente excentricidad, dentro de la conservadora sociedad británica de la época.
El Círculo de Bloomsbury los aunó junto a un nutrido grupo de intelectuales y artistas, que en algunos casos estaban emparentados por vínculos familiares, y en otros por la simple amistad. En las cartas aparecen mencionados nombres como los de John Maynard Keynes, Clive Bell, Dora Carrington, T.S. Eliot, Roger Fry, E.M. Forster, Duncan Grant, Bertrand Russell, etc. Las cartas atestiguan algunos encuentros con miembros del grupo, pero siempre de forma tangencial.
En modo alguno, su contenido se limita al campo literario. Su correspondencia, desde el principio hasta el final, está marcada por la inclemencia del clima inglés, el aburrimiento social y el pertinaz quebranto de la salud –sobre todo en el caso de Strachey– que convierte cada misiva en un lamento físico.
«Tu carta vino a consolarme en mi soledad, causada por un resfriado que ha retornado más virulento y nasal que nunca. […] Estoy agazapado contra una estufa de gas y lloriqueando y maldiciendo y bebiendo quinina.» (Carta de Lytton Strachey de 23 de abril de 1908.)
«Yo he estado enferma de varicela, tos convulsa, gripe y viruela.» «Hemos sucumbido a la tifoidea. Tengo 39 de fiebre.» (Cartas de Virginia Woolf de 26 de enero de 1925 y marzo de 1927.)
«A mi entender, hay una sola prueba infalible de que se es rico: tener una chimenea en el dormitorio.» (Carta de Lytton Strachey de 10 de febrero de 1922.)
A medida que los leemos tenemos la sensación de que ambos se hallaban bajo los efectos de las medicinas, los enfriamientos y los resfriados, en el interior de gélidas chozas, perdidas en condados ingleses de nombres impronunciables. De hecho, este me parece uno de los grandes hallazgos de su correspondencia: comprobar cómo tanto Virginia Woolf como Lytton Strachey vivieron transitando y desplazándose constantemente alrededor de pueblos, villorrios y aldeas asoladas, decrépitas, al calor de la crepitación de la leña, las estufas y la soledad.
Los rigores de la postguerra (la Primera Guerra Mundial acababa de finalizar) se hacen notar en varias cartas. Woolf le escribe a Strachey el 24 de marzo de 1918 lo siguiente: «Nuestro único problema es que estamos estrictamente racionados, así que, si quieres carne, azúcar o mantequilla, tendrás que traer tu cartilla.»
En todo el cuerpo epistolar, planean constantemente las figuras de Leonard Woolf –marido de Virginia y verdadera figura tutelar y protectora de la escritora– y el de Dora Carrington –con la que Strachey mantuvo una singular relación de cohabitación platónica–.
Tanto Woolf como Strachey se muestran como grandes lectores. «Siento como si quisiera leer bibliotecas enteras»; «¡Dios mío! ¡No puedes ni imaginarte con qué voracidad nos lanzamos sobre cualquier material impreso!» le escribe Woolf a Strachey.
Woolf coincide con Strachey en desdeñar y criticar la obra de Henry James: «De pronto me di cuenta de que lo más notable de sus novelas es su absoluta falta de sentido del humor» (Strachey). «No logro encontrar otra cosa que agua teñida de rosa; cortés y pulcra, pero vulgar» (Woolf).
Por el contrario, Woolf parece aceptar y admirar la obra de Thomas Hardy («En cuanto a Thomas Hardy, es un gran hombre; su estilo no está hecho para gustar, ¿pero a quién le importa?») y ensalza a Dostoyevski hasta el infinito («Ya es evidente que se trata del mayor escritor que haya existido jamás»).
Pero sin duda, lo más llamativo resulta el desprecio que Virginia muestra por la publicación del Ulises de James Joyce –Leonard estuvo a punto de imprimir la novela del autor irlandés–. Virginia le escribe a Lytton, el 24 de agosto de 1922, tras leer el libro de Joyce: «Jamás había leído una chorrada semejante».
Lytton Strachey incide en varias cartas sobre el objeto de su gran investigación intelectual y de una de sus grandes obras, Victorianos eminentes y escribe a Woolf en los siguientes términos: «¿Tú crees que es un prejuicio lo que nos hace detestar a los victorianos, o tenemos razón? A mí me parecen una pandilla de hipócritas, vociferantes y charlatanes, pero quizá posean un auténtico encanto que descubrirán nuestros tataranietos como nosotros hemos descubierto el encanto de Donne, que al siglo XVIII le parecía intolerable.»
Pero probablemente, lo más preciado del libro sea la relación de egos entre los dos escritores y amigos –habida cuenta que se admiraban profundamente a nivel intelectual–. Una de las cartas más insólitas es la que Woolf finaliza con este párrafo: «Para ser sincera, los rumores de tu éxito han envenenado mi paz incluso aquí. Escríbeme, y cuéntame cuán resonante ha resultado, cuántos ejemplares has vendido, cuántas guineas, cuántas condesas, cuántos elogios, y si, en el fondo, sigues siendo el mismo.»
Durante la correspondencia, Woolf ha ido publicando sus novelas Fin de viaje (Barcelona: Caralt, 1991) y Noche y día (Barcelona: Lumen, 1984). Lytton le dedica a Virginia su libro de ensayo La reina Victoria (Barcelona: Lumen, 2008). Lytton queda subyugado por la novela de Virginia El cuarto de Jacob (Barcelona: Lumen, 1980) y la ensalza, afirmando que «es más poesía que otra cosa, me parece, y, como tal, profetizo que será inmortal». De ninguna otra obra de Virginia Woolf se hace mención en el libro, cosa curiosa puesto que las tres novelas mencionadas solo son obras primerizas, bastante olvidadas hoy en día.
La relación epistolar se interrumpe, finalmente, en 1931 tras la muerte de Lytton a causa de un cáncer de estómago. Pero el lector ya estaba avisado, muy desde el principio, no en vano ambos vivieron aquejados por todo tipo de dolencias y enfermedades, desde el inicio de su correspondencia.
Eduard Felip Devesa
De la 5.ª promoción de la Escola de Llibreria
Podeu fer-hi un tast de les primeres pàgines de l'obra.
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