Phillips, Angus; Kovač, Miha. Is this a book? Cambridge: Cambridge University Press, 2022. 78 p. (Cambridge elements. Publishing and book culture). ISBN 978-1-108-94034-4.
Este pequeño librito publicado recientemente en lengua inglesa por Cambridge University Press aborda precisamente la pregunta de su título: ¿Es esto un libro? Y es que la diversificación de formas de lectura y de formatos informativos asociados a la expansión de Internet hace urgente preguntarse por qué sea un libro, hoy. La pregunta se aplica obviamente al e-book, pero también a los audiolibros distribuidos desde plataformas online, a los CDs de ficción que escuchamos en el coche, a los cuadernos de colorear para niños; y también a los formatos textuales que han proliferado en el medio digital, como el blog, el pódcast, la base de datos, la wiki, el videojuego y el multimedia. Como ilustran Phillips y Kovač, no es cuestión banal. Más allá del formato y soporte de la información, esta pregunta incide en sus modos de circulación, su economía cognitiva y el valor del libro en tanto que objeto cultural. Preguntarse sobre los destinos del libro en una ecología de medios diversificada y cambiante implica entender el alcance de tales transformaciones. Pues no se trata tan solo de un desdibujamiento del soporte material del libro; dicho desdibujamiento ha venido impactando desde hace décadas tanto sobre su «arquitectura de información» –una expresión compleja, hallazgo de los autores–, como sobre su sistema comercial de edición y distribución. Todo ello tiene lugar con el telón de fondo de una transformación de mayor calado: la del papel privilegiado de la lectura dentro del orden cultural de nuestra civilización, el cual se sustenta en buena medida sobre las virtudes cognitivas de la escritura. Como objeto singular, el libro impreso condensa tales virtudes.
Los autores, Angus Phillips y Miha Kovač, no abordan el tema desde un discurso nostálgico o doliente sobre la pérdida del libro y su prestigio canónico, sino por medio de un ensayo ameno, breve, analítico, útil y bien informado. Están en buena posición para hacerlo. Phillips es profesor de edición y dirige un centro internacional de edición de Oxford. Kovač es también profesor de estudios de la edición en Liubliana, habiendo dirigido grandes editoriales eslovenas. Esa doble proximidad –por un lado, a la faceta académica de las teorías de la edición y, por otro, a la dimensión profesional de la producción y distribución de libros– se dejan notar en el texto, que equilibra bien ambas dimensiones. Con la lectura de este ensayo aprendemos, por ejemplo, que hablar de libros no es nunca hablar solo de texto, autores y contenidos. Es también hablar de páginas, tipos de letra, modelos de negocio, gestión de derechos, formas de cognición y de memoria. Lo que llamamos convencionalmente «un libro» es un cruce de caminos, una encrucijada de procesos complejos.
El argumento central es doble. Por un lado, el impacto reciente de la cultura digital ha generado un relativo desdibujamiento de los contornos convencionales de ese objeto cultural tan fundamental en el desarrollo de la cultura moderna desde la revolución de Gutenberg. Por otro, el libro como objeto cultural continúa siendo resiliente en la nueva ecología de medios. Ni hemos dejado de leer libros impresos, ni estos dejan de publicarse. De forma algo paradójica, el debilitamiento de algunos de los aspectos del sistema donde el libro se insertaba permite ahora apreciar su configuración con mayor claridad. En el centro de dicho sistema los autores identifican «tres cuerpos», una definición operativa del libro basada en tres pilares o dimensiones: (a) una arquitectura de información, (b) un canon cultural que llaman el «Orden del Libro», construido en base a las virtudes cognitivas de ciertas formas de lectura (long-form linear reading o lectura profunda), (c) un modelo de negocio basado en una particular trama reticular de instituciones y agentes de producción y distribución, como las editoriales, las librerías, el copyright, la rebaja del IVA y las políticas de fomento de la lectura.
Ante la dificultad inherente a cualquier definición que considere estos componentes por separado, el ensayo comienza revisando la diversificación de formatos y soportes que se produjo desde los años setenta. Sirve de pretexto la publicación por Douglas Adams en 1978 de un conjunto multimedia generado a partir de un programa de radio de gran audiencia, The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy (HG2G), en la forma de varias series de radio, un vinilo, una serie de televisión, un juego de ordenador, varios cómics, una película y una trilogía de novelas llevadas también al audiolibro. Adams sería considerado un contador de historias multiformato. Y la ulterior expansión del smartphone aún hizo posible comprimir milagrosamente toda esa diversidad de medios en un dispositivo menor que un libro de bolsillo.
«¿Qué le ha ocurrido al libro como medio en estos tiempos de tan rápido cambio? ¿Cómo ha cambiado la tecnología digital los formatos, la producción y la percepción del libro? ¿Mantiene todavía la misma función social, cultural y educacional que tuvo en los tiempos analógicos? ¿Cómo han cambiado el rol del libro y el significado social de la lectura en la era de las pantallas digitales y la convergencia mediática?» (p. 2).
Estas preguntas cotidianas son urgentes para quienes nos interesamos profesionalmente en el mundo de la cultura. Pero no resultan fáciles de responder, entre otras cosas por razones –argumentan Phillips y Kovač– propiamente definicionales. Pues algunas de las definiciones disponibles sobre lo que es un libro ya no aplican, o lo hacen de forma limitada. Pensemos en el caso de los audiolibros: se escuchan y no se leen. Eso apunta a un problema de fondo: la inercia a concebir el libro como un simple objeto material, sin reparar en las complejidades que se articulan en torno a él, como la industria que lo produce, su alcance, distribución y economía, la audiencia a la que llega o el proceso de su lectura.
No cabe esperar en 70 páginas un repaso enciclopédico de cuestiones tan extensas. Pero este ensayito logra esbozar convincentemente cada una de esas líneas de complejidad, las cuales, si bien se han exacerbado en tiempos digitales por la competencia con otras formas comunicativas, en realidad acompañaron al libro y la lectura desde siempre. En su incursión en ese debate histórico, los autores critican las aproximaciones inclusivas en exceso que tienden a considerar dentro de la categoría «libro» toda forma de registro en la historia humana, extendiendo el fenómeno por igual a los sistemas de señales aborígenes, la escritura cuneiforme, en tablas, papiros o códices, y hasta los collares y pulseras de cuentas de culturas ágrafas, bajo las categorías de «bibliosidad» (bookishness) o «aura». A esta perspectiva excesivamente ecuménica contraponen una definición técnica, basada en el libro como «máquina de contenido» que se organiza de acuerdo con cuatro criterios: (1) una cierta extensión, (2) un contenido predominantemente textual, (3) límites de forma, (4) una particular arquitectura de información basada en título, cubiertas, autor, páginas con una estructura lineal soportada por números de página y capítulos, y un cuerpo de texto a veces acompañado de imágenes. Los autores vacilaron en su día sobre si debían incluir (o no) como un componente esencial de dicha arquitectura los tipos de lectura «profunda» e «inmersiva» que exigen textos lineales extensos, puesto que la lectura es algo que «ocurre en el lector y no es parte integral de la materialidad física del libro» (p. 24), y resulta además, en tanto fenómeno subjetivo, difícil de medir o estandarizar.
Esta primera definición técnica en términos de arquitectura de información permite jerarquizar las formas del libro en un esquema de círculos concéntricos, situando en el centro al libro impreso y en los márgenes otras formas derivadas, como el audiolibro o el cuaderno de colorear. Sin embargo, el grueso del argumento de Phillips y Kovač reposa en el segundo «cuerpo» del libro: el de su importancia social y su protección legal, basadas en el alto valor cognitivo y educativo asociado históricamente a la práctica lectora. Siguiendo a Van der Weel, el término «Orden del Libro» condensa figurativamente ese régimen civilizacional heredado en la transición de la comunicación oral a la escrita, y que se materializa en códigos de transmisión textual. En sintonía con dicho autor (y otros anteriores como Ong y Goody), los autores discuten en los capítulos centrales ese estatus privilegiado del libro en nuestra civilización, así como las virtudes cognitivas de la lectura profunda (deep reading) para una cultura analítica, científica y estandarizada. Esta forma de cultura letrada basada en libros estaría conectada con el incremento, abaratamiento, extensión y estandarización de la edición a lo largo de los pasados siglos. Así, vemos que la postulada arquitectura de información no puede desconectarse de sus consecuencias socioculturales:
«La estabilidad de la página hizo posible la arquitectura de información del libro descrita en el capítulo 3. Además, la arquitectura de información requería consistencia y estandarización en la organización del contenido textual –un prerrequisito del pensamiento analítico y científico. El libro como máquina de contenido era pues idealmente apto para el almacenamiento y diseminación del conocimiento que comenzaba a desarrollarse en la Europa moderna. Por eso, el libro se volvió un medio central de cultura y ciencia durante siglos» (p. 39).
Especialmente ilustrativos de este argumento resultan los epígrafes dedicados a los tipos de lectura, su evolución histórica, su carácter cognitivo y su mutación en la era de las pantallas. Si la tesis central era que la lectura –y por extensión el libro, esa «máquina que nos ha hecho»– nos constituye biográficamente como sujetos y nos ha constituido históricamente como cultura, se vuelve obligado recalibrar la contribución del libro en el momento contemporáneo. Por una parte, la lectura profunda parecería diferenciarse cognitivamente de una manera fundamental –por su carácter concentrado, su exigencia de atención, y su relación con la profundidad y extensión del vocabulario en la memoria a largo plazo– tanto de otros modos de lectura (inmersiva, dispersa y funcional) como de la audición, conservando por tanto un lugar privilegiado en la construcción del conocimiento. En base a esas virtudes, los autores le otorgan un lugar central en la jerarquía de medios que construye el «Orden del Libro». Sin embargo, pese a la resiliencia y el atractivo del libro escrito, la disminución de sus formatos y géneros tradicionales resulta obvia en una ecología de medios pluralista en cuanto a soportes y modos de recepción. Es posible, como sugieren Phillips y Kovač, que el Orden del Libro pueda estar disolviéndose lentamente, recolocando así al libro impreso en una posición menos prominente en dicha jerarquía. Sea como sea, ellos caracterizan ese destino en función de la dinámica del modelo tripartito que se ha presentado, dejando esta cuestión considerablemente abierta.
El tercer cuerpo del modelo hace referencia al modelo de negocio específico de la producción y distribución editorial que emergió desde épocas tempranas, y que sigue vigente. Mientras que Internet se ha revelado un espacio de posibilidades fabulosas para la autoexpresión y autoedición, los géneros dominantes en las plataformas no sustituyen exactamente al libro escrito. Y si bien ciertas categorías completas de publicación se han mudado a lo digital (hogar, mapas, viajes, referencia), el modelo de negocio de la red, que beneficia principalmente a las grandes tecnológicas, se basa en la venta de publicidad más que en la de contenido. El libro obedece a un modelo distinto, no basado en publicidad. Implica el pago por un producto (sea en forma impresa o digital), por parte de un cliente, a partir de un acto de publicación, con la inversión en un autor por parte del editor, quien imprime su garantía de calidad al contenido, y está protegido por leyes de copyright. Dicho modelo habría permanecido sorpresivamente estable durante tres siglos, produciendo una red profusa de intermediarios (libreros y editores, entre otros) encargados de la distribución, venta y almacén de libros. El préstamo de libros, las librerías y bibliotecas forman también parte de ese ecosistema. Los autores revisan sumariamente algunos de los nuevos modelos de negocio aparecidos con el vanilla e-book, el audiolibro, y los servicios en streaming, que están transformando la relación tradicional entre el texto y el consumidor.
En conclusión, Is this a book? es una lectura recomendable, tanto para los profesionales y analistas del mundo editorial como para cualquiera interesado por cambios culturales del mundo actual. He de expresar, empero, una reserva personal. Como lector con vista cansada, encuentro el formato físico del libro exiguo, con una letra diminuta –la tentación de ahorrar papel forma parte de las dinámicas que venimos discutiendo. Es una objeción menor, considerando que este breve texto proporciona una red de referencias sugerente y puesta al día, datos documentados sobre un campo de problemas apasionante, y un argumento claro y original para pensar sobre los libros hoy.
Departamento de Antropología Social y Cultural, UNED
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