Piglia, Ricardo. El último lector. Ed., Ricardo Baixeras Borrell. Madrid: Cátedra, 2023. 407 p. (Letras hispánicas; 889). ISBN 978-84-376-4665-7. 17,50 €.
El ensayo El último lector de Ricardo Piglia nos ofrece una exploración multifacética muy valiosa del significado y las implicaciones de la lectura, tratada a través del análisis literario de varios autores y sus personajes, que abarcan desde Cervantes hasta James Joyce, pasando por otros casos más marginales al ámbito literario como Ernesto Guevara. A través de una compilación diversa de seis ensayos, Piglia se adentra en cómo la lectura afecta a los personajes dentro de la literatura y cómo su comportamiento como lectores refleja y amplía el significado de la lectura para el lector final. Cada capítulo, que reseñaremos en detalle a continuación, no sólo discute un texto literario específico, sino que también lleva a cabo una amplia exploración de la influencia de la lectura en la percepción y las acciones humanas.
Nos encontramos ante un ensayo muy rico por la variedad de perspectivas sobre el tema. Contiene abundantes referencias que pueden llevar a descubrir nuevas lecturas, o releer, desde una nueva perspectiva, las ya conocidas. Esta edición de la editorial Cátedra (2023) cuenta con un importante estudio preliminar del editor Ricardo Baixeras Borrell que abarca 159 de las 407 páginas de la obra. Esta edición además cuenta con un importante aparato de notas que ofrece detalles adicionales sobre muchos pasajes de este y referencias bibliográficas complementarias.
¿Qué es un lector?
En el primer capítulo de El último lector, titulado «¿Qué es un lector?», Ricardo Piglia profundiza en la naturaleza de la lectura, explorando cómo diferentes escritores han conceptualizado a sus lectores dentro de sus obras. Este análisis no solo destaca cómo se representa la lectura en la literatura, sino también cómo estas lecturas reflejan y moldean la vida de los personajes y, por extensión, la de los lectores mismos.
Piglia comienza el capítulo con una presentación de cómo figuras literarias clave como Borges y Kafka han abordado la lectura en sus textos. Utilizando abundantes citas directas, Piglia nos muestra cómo estos autores conceptualizan la lectura como un proceso significativo y transformador.
Buscamos, entonces, las figuraciones del lector en la literatura; esto es, las representaciones imaginarias del arte de leer en la ficción. Intentamos una historia imaginaria de los lectores y no una historia de la lectura. No nos preguntaremos tanto qué es leer, sino quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia). (p. 191).
Piglia destaca dos tipos de lectores a través de las figuras de Kafka y Borges, contrastando sus enfoques hacia la lectura. Mientras Kafka se asocia con un lector solitario, nocturno, concentrado en un entorno íntimo, Borges lo hace con el lector errante dentro de una biblioteca, explorando una vastedad de textos.
En Borges ya no se trata de alguien que –como Kafka, digamos– en el cuarto de la casa familiar, en lo alto de la noche, lee un libro sentado frente a una ventana que da sobre los puentes de Praga. Se trata, en cambio, de alguien perdido en una biblioteca, que va de un libro a otro, que lee una serie de libros y no un libro aislado. Un lector disperso en la fluidez y en el rastreo, que tiene todos los volúmenes a su disposición. Persigue nombres, fuentes, alusiones; pasa de una cita a otra, de una referencia a otra. (p. 195).
Piglia también introduce el concepto de «lectores puros», aquellos para quienes la lectura trasciende la simple afición para convertirse en una forma de vida. Este tipo de lector se representa en extremos, como el «lector adicto» y el «lector insomne», cuyas existencias giran en torno a sus lecturas:
El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, es una forma de vida. (p. 185).
Finalmente, en este apartado del ensayo, Piglia examina la figura de Hamlet a través de la perspectiva de Bertolt Brecht, destacando cómo la lectura dentro de la obra de Shakespeare se convierte en un reflejo de las tensiones internas y culturales del personaje. Piglia utiliza este análisis para ilustrar cómo la lectura puede servir como un reflejo de conflictos más amplios.
Brecht ve en la tragedia la tensión entre el universitario que llega de Alemania con nuevas ideas y el mundo arcaico y feudal. Esa tensión y esas nuevas ideas están encarnadas en el libro que lee, apenas una cifra de un modo de pensar, opuesto a la tradición de la venganza. La legendaria indecisión de Hamlet podría ser vista como un efecto de la incertidumbre de la interpretación, de las múltiples posibilidades de sentido implícitas en el acto de leer. (p. 217).
Este primer capítulo establece un marco para entender la complejidad de la figura del lector y la lectura en la literatura, explorando no solo cómo los autores imaginan a sus lectores, sino también cómo estos lectores ficticios reflejan y desafían nuestras propias prácticas lectoras.
Kafka, tensión entre la comunicación epistolar con Felice Bauer y la soledad del escritor
En el segundo capítulo, denominado «Un relato sobre Kafka», Ricardo Piglia analiza el anhelo de conexión que Franz Kafka experimentó hacia Felice Bauer. Piglia explora cómo la correspondencia entre ellos se transforma en un acto literario, desvelando detalles significativos acerca del proceso creativo de Kafka. Sin embargo, dicha conexión fue en buena medida idealizada por Kafka y por tanto también fue un poco efímera, pues no duró más de dos años y medio.
Este es uno de los ensayos de la obra más elaborados, donde encontramos más citas y asociaciones, y en el que es evidente que Piglia ha profundizado mucho.
Piglia describe la relación epistolar entre Kafka y Bauer como un «ejemplo extraordinario de la pasión por la lectura del otro», donde Kafka no solo comunica, sino que crea un espacio literario en el que espera que Felice participe activamente:
Esa correspondencia es un ejemplo extraordinario de la pasión por la lectura del otro, de la confianza en la acción que la lectura produce en el otro, la seducción por la letra. […] La escritura de esas cartas permite analizar los procedimientos de la escritura de Kafka en todos sus registros, pero también es una estrategia de lectura la que está en juego. Kafka convierte a Felice Bauer en la lectora en sentido puro. (p. 219)
La intensidad inicial de la relación entre Kafka y Bauer se evidencia en la frecuencia y el contenido de sus cartas. Piglia utiliza esto para ilustrar cómo la escritura de Kafka se entrelaza con su vida personal, convirtiendo a Felice en su lectora, en la destinataria de sus textos ideal para un escritor solitario e inseguro de su recepción.
En 1912, el primer año de esta relación epistolar, Kafka escribe casi 300 cartas. Dos, tres y hasta cuatro cartas por día. Solo palabras escritas. Las cartas son iguales a su escritura, por momentos la acompañan y por momentos la sustituyen, pero tienen un destinatario concreto: alguien (que al principio es casi un desconocido) espera las cartas, alguien soporta las consecuencias. (p. 220).
A Kafka le interesaba la función de Felice como mecanógrafa, lo que refleja lo cerca y lo lejos que quería que estuviera de él. Quería tener una lectora de sus textos, e incluso una mecanógrafa para pasarlos a limpio, pero siempre que respetara su necesidad de distancia y soledad. Piglia nos explica que de la edición actual de las Obras completas que abarca 3.500 páginas, la mayoría están escritas en cuadernos, con tres novelas sin terminar, donde se mezclan relatos y anotaciones, mientras que solo hay 350 páginas mecanografiadas y enviadas al editor.
La mecanógrafa, la mujer-copista: Kafka se fija en ella para siempre. Podríamos decir que la mujer perfecta para un escritor como Kafka (que concibe la escritura como un modo de vida) es una copista. Una mujer que vive para copiar sus textos como si fueran propios. (p. 250).
La relación, sin embargo, muestra tensiones conforme Kafka comienza a sentir que la presencia de Felice podría interferir con su necesidad de soledad para escribir, lo que Piglia destaca como señales sobre los peligros potenciales de la vida matrimonial para la creatividad de Kafka.
Una vez me dijiste que te gustaría estar sentada a mi lado mientras escribo; pero date cuenta que en tal caso no sería capaz de escribir […] nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribe, […] nunca puede uno rodearse de bastante silencio […] la noche resulta poco nocturna, incluso […] Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir. (p. 223).
Piglia concluye este análisis, en el que también ha hecho referencia a otros renombrados autores que han estudiado a Kafka como Canetti o Deleuze, entre otros, reflexionando sobre cómo la lectura y la escritura en la vida de Kafka estaban intrínsecamente ligadas a su percepción del otro y a su necesidad de aislamiento, lo que resalta la complejidad de su relación con Felice y con su propio proceso creativo. La narrativa de Kafka y su correspondencia con Felice muestran cómo la literatura puede ser un espejo de la vida personal, mostrando cómo las experiencias de lectura y escritura son fundamentales para la configuración de la identidad y la creatividad.
Otro tipo de lector, el lector-detective
En el capítulo 3, titulado «Lectores imaginarios», Ricardo Piglia explora el género policial a través del análisis de Los crímenes de la rue Morgue de Edgar Allan Poe (Rubeo, 2014), considerando este relato como un punto de partida fundamental para el desarrollo del género. Piglia utiliza la figura de Dupin, el protagonista del relato, para discutir cómo la lectura y la interpretación son esenciales no solo en la resolución de misterios literarios, sino también como una herramienta para entender la estructura y la transformación del género policial a lo largo del tiempo.
Este análisis no solo nos proporciona una perspectiva distinta sobre la figura del lector en la literatura, sino que también establece conexiones con tradiciones literarias afines a Piglia. Esto se evidencia en las referencias que se hacen a los estudios de Borges sobre el tema, las cuales también se encuentran en otras obras del autor, como Crítica y ficción (Debolsillo, 2014), según señala el editor Ricardo Baixeras.
Piglia describe a Auguste Dupin no solo como un detective, sino como un prototipo del lector dentro del género policial. La habilidad de Dupin para leer e interpretar detalles minuciosos lo convierte en el arquetipo del detective, cuyas habilidades de lectura trascienden la sociedad en la que se produce el crimen, que se presenta como una forma de texto, para adentrarse en los misterios más profundos de la conducta humana.
Dupin se perfila de inmediato como un hombre de letras, un bibliófilo. «Me quedé asombrado», confiesa el narrador, «por la extraordinaria amplitud de sus lecturas». Esta imagen de Dupin como un gran lector es lo que va a definir su figura y su función. (p. 267).
Piglia enfatiza que el método de Dupin anticipa cómo los futuros detectives literarios utilizarán la lectura y la interpretación como herramientas clave en sus investigaciones. Este enfoque confirma la representación tradicional del detective en la literatura posterior, donde personajes como Sherlock Holmes y su compañero Watson también reflejan esta práctica de lectura y colaboración.
Cuando la historia de la Rue Morgue está por comenzar parece que vamos a encontrarnos con un relato de fantasmas. Pero lo que aparece es algo totalmente distinto. Un nuevo género. Una historia de la luz, una historia de la reflexión, de la investigación, del triunfo de la razón. (p. 269).
Influencias y evolución del género policial
El análisis de Piglia también aborda cómo los escritores como Jorge Luis Borges y otros críticos como Roger Callois han discutido y reinterpretado el género policial, reflejando la evolución y la diversidad de enfoques que se pueden aplicar al mismo. Piglia utiliza estos debates para ilustrar cómo el género se ha expandido y transformado, integrando complejidades y variaciones que reflejan cambios culturales y sociales más amplios.
Dupin es antes que nada un gran lector, un nuevo tipo de lector, decíamos. Como en Hamlet, como en Don Quijote, la melancolía es una marca vinculada en cierto sentido a la lectura, a la enfermedad de la lectura, al exceso de los mundos irreales, a la mirada caracterizada por la contemplación y el exceso de sentido. (p. 272).
Piglia conecta la figura del detective con teorías contemporáneas sobre la vigilancia y el control social, mencionando autores como Michel Foucault y Walter Benjamin para explorar cómo la literatura policial refleja y cuestiona las estructuras de poder y control en la sociedad.
No hay más que ver el modo en que Dupin niega todos los medios de control usados por el prefecto para registrar una casa y vigilar a un individuo en «La carta robada» (ese gran texto sobre la lectura): no son los medios mecánicos los que permiten controlar el delito, diría Poe, sino la inteligencia, la capacidad de identificarse con la mentalidad del criminal, las sofisticadas técnicas de interpretación de Dupin. (p. 274).
Este capítulo de El último lector no solo revisa la figura del detective dentro del género policial, sino que también reflexiona sobre cómo la lectura, tanto en el contexto literario como en el análisis social, actúa como una herramienta fundamental para descifrar y comprender las complejidades del comportamiento humano.
Al mismo tiempo también dedica unos pasajes a la literatura policial estadounidense del siglo XX, la que analiza con cierto detalle, y también demuestra ser un lector atento de los desarrollos de este género literario.
La vida de un revolucionario lector, Ernesto «Che» Guevara
En el capítulo 4 titulado «Ernesto Guevara, rastros de lectura», Ricardo Piglia explora la profunda relación entre la lectura y la vida del revolucionario Ernesto «Che» Guevara. A través de los diarios, cartas y otros textos que Guevara dejó escritos. Piglia analiza cómo las lecturas y los posicionamientos morales del Che influyeron decisivamente en su forma de pensar y actuar.
Piglia inicia su análisis destacando cómo Guevara encontró inspiración en las figuras literarias para modelar su propia vida y su enfoque hacia la muerte, comparándolo con personajes literarios como los que aparecen en los cuentos de Jack London, y cómo estas lecturas proporcionaban modelos de conducta heroicos y revolucionarios.
Guevara encuentra en el personaje de London el modelo de cómo se debe morir. Se trata de un momento de gran condensación. No estamos lejos de Don Quijote, que busca en las ficciones el modelo de vida que quiere vivir. (p. 299).
Piglia también discute la influencia de Cervantes en Guevara, citando una carta a sus padres donde Guevara se compara con un caballero errante, listo para enfrentar las injusticias del mundo:
De hecho, Guevara cita Cervantes, en la carta de despedida a sus padres: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo». (p. 300).
Piglia se refiere a críticos como Walter Benjamin y Lionel Gossman para profundizar en cómo la lectura ha reemplazado a formas más tradicionales de enseñanza moral y ética, sugiriendo que la literatura ofrece nuevas maneras de entender y construir la realidad. Este último afirma en Between history and literature (Harvard University Press, 1990):
La lectura literaria ha sustituido a la enseñanza religiosa en la construcción de una ética personal. (p. 301).
Este capítulo detalla cómo Guevara mantuvo una relación intensa con la lectura incluso en circunstancias extremas, como en los momentos de guerrilla o exilio. Piglia menciona cómo Guevara leía en cualquier situación, ilustrando esta idea con imágenes del Che leyendo subido a un árbol o mientras todos a su alrededor intentaban descansar. Esta práctica intensa de lectura revela cómo para Guevara, la lectura no era solo una fuga, sino un método para entender y enfrentar la realidad.
Piglia reflexiona sobre cómo la lectura influía en el carácter y las decisiones de Guevara, sugiriendo que su enfoque revolucionario era tanto producto de un análisis estratégico como de las influencias literarias que formaban parte de su pensamiento.
La distancia, el aislamiento, el corte aparecen metaforizados en el que se abstrae para leer.
Piglia contrasta a Guevara con Antonio Gramsci, presentándolo como su antítesis. A diferencia de Guevara, Gramsci fue un intelectual revolucionario que, durante los aproximadamente 11 años que pasó en prisión bajo el régimen fascista italiano, se distinguió por su intensa dedicación a la lectura y la escritura. Desde su celda, Gramsci redactó numerosos cuadernos que contienen análisis y teorías marxistas, conocidos como Cuadernos de la cárcel (Akal, 2023). Piglia utiliza esta comparación para resaltar cómo ambos vieron en la lectura una herramienta esencial para la resistencia y el desarrollo de teorías políticas.
La teoría del foco [de Guevara o del foco revolucionario que se extiende] y la teoría de la hegemonía [de Gramsci mediada por el intelectual]: no debe haber nada más antagónico. (p. 307).
Este capítulo de El último lector muestra cómo la vida de Ernesto Guevara se entrelazó con su práctica lectora, ofreciendo un estudio detallado de cómo las ideas obtenidas de la lectura pueden transformarse en acción y cómo los textos literarios pueden forjar no solo la percepción del mundo sino también las intervenciones directas en él.
Lectoras femeninas de novela, inspiración y modernidad
En el capítulo 5, titulado «La linterna de Anna Karenina», Ricardo Piglia analiza el acto de lectura entre mujeres protagonistas de grandes novelas, destacando cómo la lectura moldea sus vidas y cómo ellas, a su vez, interpretan su mundo a través de la literatura. Se centra en personajes como Anna Karenina de Tolstói, Madame Bovary de Flaubert y Molly Bloom del Ulises de Joyce, subrayando cómo estos personajes leen dentro de contextos que simbolizan la modernidad.
Piglia se adentra en la representación del tren como el espacio emblemático de la modernidad donde ocurre la lectura.
El tren es un lugar mítico: es el progreso, la industria, la máquina; abre paso a la velocidad, a las distancias y a la geografía (y en un sentido se contrapone, en especial en Anna Karenina, al mundo familiar, a los sentimientos, a la intimidad). (p. 344).
Estas dinámicas de la modernidad no solo desplazan físicamente a los personajes, sino que también refuerzan los movimientos de cambio de sus realidades internas, ofreciendo un lugar donde la introspección y la reflexión se ven acentuadas por el movimiento.
Lectura e interrupción
La dinámica de la lectura interrumpida es un elemento crucial en el análisis de Piglia. Él cita a Walter Benjamin y se apoya en la novela Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino (Siruela, 2023) para explorar cómo las interrupciones afectan la experiencia lectora. Calvino describe su propia obra diciendo: «Es una novela sobre el placer de leer novelas; el protagonista es el lector, que comienza diez veces a leer un libro que, debido a circunstancias fuera de su control, nunca logra terminar».
Estas interrupciones reflejan la fragilidad de la experiencia lectora en la vida moderna, subrayando cómo la lectura puede funcionar tanto como un refugio como un escenario de conflictos personales y culturales.
Piglia analiza cómo personajes como Anna Karenina y Emma Bovary utilizan la lectura como una forma de escapar de sus realidades opresivas, aunque este escape a menudo conduce a finales trágicos. Esta paradoja resalta la potencia y el peligro de la lectura como una forma de transgresión contra las normas sociales.
La salida al malestar respecto a la propia vida para las mujeres suele ser la infidelidad o el adulterio, analiza Piglia especialmente desde la perspectiva de escritores masculinos que así lo reflejaron en estas obras, y en el caso de los hombres es todo contrario, es el célibe a la Dupin.
En resumen, este capítulo explora el impacto de la lectura en la vida de diversos personajes femeninos de la literatura clásica, destacando que la lectura, más allá de ser simplemente un pasatiempo, puede convertirse en una poderosa herramienta de cambio, revelación y, en ocasiones, destrucción.
La metáfora de la luz
El simbolismo de la luz juega un papel importante en el análisis de Piglia. La linterna de Anna Karenina simboliza la iluminación que proporciona la lectura, que ilumina la oscuridad tanto literal como metafóricamente, dado que según el autor «la historia de la lectura es la historia de la iluminación» (p. 352).
Las relaciones entre la lectura y la luz también aparecen en Madame Bovary o en Moby Dick de Melville. Piglia utiliza este tema para explorar cómo la luz en la lectura no solo revela los textos sino también cuestiones ocultas de la psique de los personajes.
Finalmente, Piglia cierra el círculo conectando la tradición literaria europea con la latinoamericana a través del cuento de Cortázar titulado Continuidad de los parques, mostrando cómo los temas de la lectura, la interrupción, y la realidad versus ficción se entrelazan a través de culturas y épocas literarias.
Construcción y reconstrucción literaria en el Ulises de Joyce
En el capítulo 6 de El último lector, titulado «Cómo está hecho el Ulysses», Ricardo Piglia ofrece un análisis esencial de varios elementos clave de Ulises de James Joyce, comparándolo con otros grandes análisis de textos de la literatura como Don Quijote (Victor Šklovskij) y El capote (Boris Eichenbaum). Este capítulo no solo analiza cómo Joyce construyó su obra maestra, sino también cómo los lectores deben acercarse a ella, destacando la complejidad de su estructura y la necesidad de adoptar un tipo de lectura asociativa, tal como lo concibió el autor.
Piglia detalla cómo Joyce utilizó la Odisea de Homero como un esquema subyacente para estructurar Ulises, aunque este marco es más relevante para el autor durante el proceso de creación que para el lector durante su experiencia de lectura.
[…] las correspondencias y reminiscencias entre un texto y otro fueron muy útiles a Joyce en el momento de la construcción del libro porque le permitieron utilizar una especie de rejilla o diagrama para poner orden en el material que proliferaba. (p. 371).
Este enfoque muestra cómo Joyce descompone la narrativa homérica construyendo algo completamente nuevo, adaptándola a la realidad moderna y urbana de Dublín en 1904.
Piglia también aborda cómo los personajes dentro de Ulises participan en los procesos de lectura que son cruciales para la narrativa de la novela. Un ejemplo ocurre cuando Molly Bloom pregunta sobre la palabra «metempsicosis», lo que sirve de pista al lector para conocer cuáles son las asociaciones que han guiado al autor para dar forma a la narración del 16 de junio de 1904 en la vida de Leopold Bloom.
[…] el alma de Odiseo ha transmigrado a Bloom. (p. 385).
Este diálogo muestra cómo Joyce integra conceptos complejos y los utiliza para enriquecer la textura de la novela, desafiando al lector a participar en un juego de interpretación constante.
Según Piglia, Joyce rompe con las formas tradicionales de narración, proponiendo una metodología donde la vida y la lectura no solo se imitan, sino que se entrelazan de manera inseparable.
En Joyce, en cambio (pero también en Proust), se trata de hacer entrar la vida, la sintaxis desordenada de la vida, en la lectura misma. No ordenar, dejar correr el flujo de la experiencia. El sentido avanza, como en un sueño, en una dirección que no es lineal. La lectura se fragmenta. No se va de la ficción a la vida, sino de la vida a la ficción. Lectura y vida se cruzan, se mezclan. (p. 393).
Este enfoque propone que Ulises debe ser leído no solo como una serie de eventos o anécdotas, sino como un flujo de conciencia que refleja la naturaleza fragmentada y a menudo caótica de la existencia humana.
El análisis de este capítulo se extiende a cómo las traducciones de Ulises afectan su interpretación. Piglia utiliza el ejemplo de José Salas Subirat (1890-1975) para ilustrar cómo las decisiones del traductor pueden cambiar la percepción del texto.
Se trata de la lectura, o más bien de un tipo de lectura. No hace lo que haría cualquier narrador (decir, por ejemplo, que Bloom llevaba en el bolsillo una papa contra el reuma), jamás se explica, más bien expande y disuelve las relaciones, disgrega el sentido. (p. 402).
Esto subraya la idea de que cada lectura de Ulises es en sí misma una interpretación del texto, influenciada tanto por las experiencias personales del lector como por las peculiaridades culturales y lingüísticas de su contexto.
Piglia concluye que Ulises de Joyce es una obra que exige del lector una participación en la creación de significado, apoyándose en la idea de Wittgenstein de que el lenguaje privado del texto requiere un esfuerzo interpretativo constante por parte del lector.
Cada expresión verbal acarrea para los personajes un pasado, una significación, una tradición, y el lector asiste a un juego de alusiones y referencias, no explicitadas que podemos vincular con las ideas de Wittgenstein sobre el lenguaje privado. (p. 403).
Este capítulo ofrece una visión esencial de cómo Ulises no solo está construido, sino cómo debe ser desmontado y reconstruido por cada nuevo lector, destacando la obra como un gran desafío a la interpretación y comprensión literaria.
Eduardo Zotes Sarmiento
De la 7.ª promoción de la Escola de Llibreria
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