Canfora, Luciano. Libro y libertad. Trad., Juan Manuel Salmerón Arjona. Madrid: Siruela, 2017. 108 p. (Biblioteca de ensayo; 64). ISBN 978-84-17041-52-6. 12,95 €.
En un momento en el que el sentido personal o social de las bibliotecas está en revisión continua, cualquier consideración o enfoque es interesante y puede aportar nuevas argumentaciones para enriquecer el debate profesional. Desde colecciones particulares de libros a los servicios públicos de los mismos, todo se analiza. Se buscan continuamente nuevas perspectivas para almacenar lo que la humanidad ha recopilado y pensado a través de siglos de cultura, que son los libros. Los libros constituyen objetivamente la memoria del hombre sobre la tierra y también sus diferentes interpretaciones a lo largo de la historia.
Poder disponer de su lectura ha sido un deseo permanente para el que se crearon los diferentes soportes: papiros, pergaminos, papeles y ahora los recursos digitales. Pero al mismo tiempo que se escribían los libros se planteaba cómo conseguirlos y digamos coleccionarlos. Dónde encontrarlos, cómo disfrutar de su lectura y cómo compartir el debate que sus contenidos podían originar.
Debate en extremo fundamental porque configuraba el pensamiento humano y su vía de transmisión. Y también reflejaba la variedad de las ideologías contenidas entre sus páginas y las controversias suscitadas. De hecho es lo que el título de la obra que nos ocupa pretender conjugar: Libro y libertad, o la forma de considerar cómo el soporte del pensamiento humano ‒el libro‒ ha configurado su socialización permitiendo libremente el flujo de las ideas y, con él, los avances conseguidos por la civilización.
Luciano Canfora se mueve a gusto por las bibliotecas aludidas en obras literarias emblemáticas y va opinando sobre su sentido en el argumento de la obra, y su proyección en la filosofía de la humanidad.
Abre y cierra el libro la biblioteca de Don Quijote causante de sus desvaríos y base para que Miguel de Cervantes crease la novela moderna en 1605 precedida de la crítica literaria sobre sus contenidos en el episodio del «donoso escrutinio». Don Quijote se fuga de su mundo empujado por sus lecturas y Cervantes analiza la sociedad de su época cual tribunal de la Inquisición: los acusados son los libros; los jueces, el cura y el barbero; el brazo seglar, el ama. Canfora establece un paralelismo de locura provocada por la literatura cuando espectadores helenos de la Andrómeda de Eurípides padecieron un delirio epidémico según explica Luciano de Samósata en el siglo II.
La cantidad y calidad de los libros que podían tener algunas bibliotecas es el tema del capítulo que abre su contenido tras las palabras de Tomás de Aquino «Timeo hominem unius libri». Siempre basándose en noticias de textos antiguos, evoca que un centenar de volúmenes tenía la de Don Quijote. 300 la «gran» biblioteca de don Ferrante en el siglo XVII, según Manzoni en Los novios. Un gran acopio de volúmenes la de Fernando Colón, que legó su biblioteca a los dominicos de Sevilla; se sabe que tenía obras de Plutarco, de Plinio y hasta un Marco Polo en latín… Shakespeare es también objeto de curiosidad, ¿qué habría leído? Y el revisionista Danton, que tenía clásicos entre los libros que le confiscaron en 1794, pero muchos más de escritores modernos y contemporáneos como Cervantes, Shakespeare, Voltaire o Rousseau, lo que invalidaba las teorías sobre que los revolucionarios franceses se inspiraron en la antigüedad. A Montesquieu le place apuntar detalles sorprendentes en sus Cartas persas cuando visita una gran biblioteca supuestamente monástica en oriente. Para culminar las controversias, Canfora recuerda Jonathan Swift y su relato sobre la Batalla entre los libros antiguos y modernos.
Un nuevo capítulo bajo el epígrafe de «Bibliomanía» analiza el libro como instrumento de prestigio social, independientemente de su lectura. A través de relatos de los clásicos sabemos qué rango social demostraba el hecho de disponer de una biblioteca propia y cómo se comunicaba su posesión. Eurípides y Catón aluden cómo los patricios invitaban a sus amigos a «visitar» y «leer» en su casa. Que Lúculo pretendía organizar debates en la suya. Cómo Cicerón escribe el ideal de una residencia particular: «Si hortum in bibliotheca habes nihil deerit» y que un «esclavo» cuidaba de sus volúmenes. Cómo Tiberio tenía en su palacio de Capri rollos para sus invitados. El siempre cáustico Luciano de Samósata y Séneca el filósofo señalan personajes con libros para fardar pero que ni leían, y el árbitro de la elegancia Petronio comenta que las bibliotecas se poseían para hacer ostentación… y vale la pena leer cuántas tenían y qué contenían. Hasta Tito Livio comentó los 40.000 rollos de la biblioteca de Alejandría que «nadie leía». Unas líneas dedican la atención de aquellos personajes con bibliotecas monotemáticas, como Eutidemo que tenía «todo» Homero, Esdras «todo» el Antiguo Testamento o Don Quijote y sus libros de caballerías principalmente. No podía acabar este apartado sin aludir los relatos de personajes que se han convertido en criminales por querer poseer libros ajenos.
Tras diversos aspectos que explican cómo a partir del Renacimiento el libro es sentido como una necesidad social, y cómo personajes del Barroco se aficionaron a organizar sus bibliotecas para mejor adentrarse en ellas, con bibliotecarios que no necesariamente tenían que leerlos para anotar sus títulos y confeccionar los índices de sus catálogos, acaba otro apartado señalando la compilación de fabulosas bibliografías impresas en la edad contemporánea como suma de libros valiosos aunque no necesariamente estén en un local único.
Otro capítulo discurre sobre la estrecha vinculación del libro con el poder y los avatares que su destrucción origina. Al desarrollarse la censura en la sociedad, no solamente se ven afectados lectores y poseedores de volúmenes, sino que también padece el «prestigio» del censurado o del no censurado, y sus causas. El mundo editorial resultará también implicado y hasta los mismos libros se verán involucrados. Y uno de los casos que se explica es la interpretación del inicio de las Tristia del exilado Ovidio a orillas del mar Muerto, donde «habla» el libro en primera persona exponiendo el sufrimiento de su amo por no poder volver a Roma: explica cómo su rollo se presentará ante Augusto vestido de pergamino sin pulir, sin letras miniadas, con los cabezales toscos… como corresponde al volumen de un triste exiliado. El analfabetismo, real o funcional de las sociedades modernas, y la responsabilidad social de su desarrollo ocupa reflexiones inteligentes y ejemplos concretos.
Acaba Canfora recordando que si Don Quijote hizo lo que hizo fue por leer. Si antes el mundo debía interpretarse a través de la lectura, modernamente debería cambiarse también a través de la lectura porque «antiguo y múltiple es el nexo entre libro y libertad».
Un maravilloso y clarividente Luciano Canfora, profesor de Filología Clásica, conduce al lector por miles de alusiones y referencias al mundo del libro, no siempre conocidas, capaces de dejar boquiabiertos y entusiasmados a los nuevos lectores. Una pequeña joya bibliográfica.
Nora Vela
Profesora de Bibliografía de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la UB
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