Schavelzon, Guillermo. El enigma del oficio: memorias de un agente literario. Madrid: Trama, 2022. 302 p. (Tipos móviles; 36). ISBN 978-84-18941-64-1. 26 €.
El título del libro El enigma del oficio: memorias de un agente literario no hace justicia ni a la trayectoria profesional de su autor, ni al contenido del mismo. El argentino Guillermo Schavelzon ha desempeñado distintos oficios en el mundo del libro en castellano –a ambos lados del Océano– durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI. Ha sido librero, editor y, finalmente, agente literario. El libro recoge momentos, pequeñas historias fruto de experiencias profesionales y personales de esas distintas etapas. Pero si el lector espera descubrir las lecciones y los secretos de todos esos oficios tendrá que leer entre líneas. El libro es fundamentalmente un mapa, casi una cosmología, de actores clave en el sector editorial en castellano en los últimos cincuenta años. Autores, editores, gestores editoriales, intelectuales, aparecen en el libro al hilo del relato de la memoria de Guillermo Schavelzon en una suerte de crónica compartida.
El enigma del oficio: memorias de un agente literario está compuesto por 38 capítulos cortos que llevan como título un nombre propio. Entre ellos encontramos los capítulos Julio Cortázar, Juan Domingo Perón, Juan Rulfo, Quino, Elena Poniatowska, Paul Bowles o Mario Benedetti. El propio Schavelzon aclara en la introducción del libro («No todo fueron éxitos, Watson») que «este no es el libro de un escritor, sino de un testigo» y ese es, en esencia, el enfoque del texto. Así, cada capítulo tiene un protagonista y cada texto no es un retrato ni una biografía sino una «mirada, mi mirada personal a unas vidas y unos momentos que he querido contar» (p. 9). Por tanto, el libro no es un compendio de biografías ni relatos completos sobre las tareas que realizaba. Son pinceladas, retazos de determinados momentos, que permiten vislumbrar cuál era la relación de Schavelzon con esas personas y cuál era el contexto y la dinámica del sector editorial en esos años a distintos niveles. El libro incluye también cartas y fotos inéditas, algunas afirmaciones políticamente incorrectas, pero también aparentemente sinceras y justificadas, y reconstruye (no sabemos si fielmente) testimonios de algunos editores.
La división en capítulos no sigue un estricto orden cronológico y eso complica un poco la lectura, ocasionando ciertas repeticiones para situar al lector en el contexto de cada narración. El primer capítulo explica el contenido del volumen y el segundo está dedicado a Domingo Villar. El tercero arranca con la experiencia como librero de Schavelzon, entonces un joven de 19 años, y su relación con Augusto Roa Bastos, siendo ya un autor conocido. Después relata su paso por la Librería Editorial Jorge Álvarez, y la fundación de la editorial Galerna, cuando apenas contaba con 22 años (en el capítulo «Osvaldo Bayer»). En 1976, Schavelzon tuvo que exiliarse en México debido a las presiones de la dictadura argentina, tal y como él mismo relata en el capítulo titulado «Feria del Libro de Buenos Aires». Durante su exilio en México fundó, junto con Sealtiel Alatriste, la editorial Nueva Imagen. Desde ese sello publicó a varios escritores latinoamericanos consagrados pero poco difundidos en México, como Julio Cortázar, y la obra de Mario Benedetti. También lanzó al mercado exitosas ediciones mexicanas del famoso Mafalda de Quino. Tras once años en México, y una breve estancia en Madrid, volvió a la Argentina de Alfonsín como responsable de la editorial Aguilar, recién adquirida por el grupo Santillana y, por tanto, unida a otros sellos como Alfaguara, Taurus y Altea. Más tarde trabajaría también para Planeta Argentina. Finalmente, en 1998, fundó su agencia literaria, primero en Buenos Aires y luego en Barcelona.
Algunos capítulos mencionan brevemente a editores relevantes, como Jorge Herralde y la familia Tusquets; mientras que otros ocupan un lugar protagonista, por ejemplo, Arnaldo Orfila Reynal. El libro también recoge la interacción, más o menos cercana, entre Schavelzon y diversos protagonistas de la vida intelectual, cultural, periodística y política española, como Jesús Polanco, Pancho Pérez González, Juan Cruz y Javier Pradera. En distintos capítulos, Schavelzon explica situaciones curiosas, como las reuniones gastro-literarias alrededor de la Feria de Frankfurt, o dos viajes a Cuba. En el primero, en 1982, formaba parte de un grupo de editores integrado por Arnaldo Orfila Reynal, Neus Espresate (ERA), Ugnė Karvelis (Gallimard), Ignacio Cardenal y Jaime Salinas (Alfaguara), Michi Strausfeld (Suhrkamp) e Inge Feltrinelli, invitados por el gobierno para conversar con escritores cubanos. En el segundo viaje a Cuba, en el año 2000 y junto a la también agente Mercedes Casanovas, fue en busca de nuevos escritores. Recuerda también Schavelzon la valentía de Elena Poniatowska, y las mezquindades de un Paul Bowles de edad avanzada. Cuenta la aventura de ser agente literario de Maradona, de quien aparentemente nunca fue fan, debido a su escasa pasión por el fútbol.
Es un libro de curiosidades, que se lee fácil y a través del que se intuye una vida apasionante. Aunque tiene momentos y pasajes puramente descriptivos, el libro está escrito desde la opinión, desde la mirada de un Schavelzon que evita extremos en su narración. No encontramos ni muchos halagos ni grandes ajustes de cuentas, pero el libro sí está plagado de momentos intensos y detalles desconocidos acerca de grandes nombres de la cultura en castellano.
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