King, Ross. Il libraio di Firenze: vita e avventure di un mercante di manoscritti nell'Italia del Rinascimento. Trad., Albertine Ceruttine. Milano: Garzanti, 2022. 562 p. ISBN 978-88-11-60774-8.[1]
¿A qué huelen los libros?… A poema de Jorge Guillén. ¿Recuerdan aquel que dice: «El mundo está bien | hecho», con salto de línea entre el «bien» y el «hecho»?
Leer un libro que trate sobre libros antiguos se parece cada vez más a ver en la pantalla un anuncio de suavizantes, de un suavizante que deja el mundo oloroso, mullido, aireado, impecable, luminoso y listo para el disfrute de toda la familia. El libro de King se parece a la mantita con la que se arropan algunos y algunas en el sofá antes de colgar fotos en Instagram con desayunos de diseño. Para que no haya dudas: considero las mantitas calentitas y los desayunos de diseño dos grandes avances de la civilización, casi comparables a la invención de la imprenta. Del mismo modo, el libro de King es una piedra angular de los libros que mezclan entretenimiento con más entretenimiento, de los libros que toman un punto de partida más o menos anecdótico y construyen un mundo agradable a su alrededor. Lo de «agradable» lo suelen entender algunos como «falso» porque, cuando se trabaja con las armas del historiador, para fabricar un libro agradable no hay nada más fácil que esconder la basura bajo la alfombra, o cobijar la lectura bajo una mantita mullidita.
Lo dicho hasta aquí puede entenderse como que el libro de King parece más una hagiografía que una biografía, como que los libros sobre libros antiguos no se detienen en los pliegues de la historia y en los pliegues del tiempo y ponderan la vida que los rodeaba como si esta hubiera sido el reino de la perfección moral e intelectual. Cuando la hagiografía de Vespasiano no basta para llenar un volumen de más de 550 páginas, King pasa a la alabanza de la vida de Florencia en el siglo xv y de todo lo que tenía que ver con la cultura y con la política y las intrigas de las que vivían lujosamente los potentados. Es decir, el librero de Florencia, del que se conocen más invenciones que hechos, es la excelente excusa (excelentemente orquestada por el finísimo escritor que es King) para repasar buena parte del «quattrocento» florentino, pero sin el barro, la oscuridad y las calles peligrosas que describió Susana Fortes. Eso es: el mundo de los libros estaba «bien | hecho», según King. Y que nadie lo dude, el libro de King también está «bien | hecho», aunque huela como las nubes.
En este caso, el punto de partida o excusa es la figura del librero toscano Vespasiano da Bisticci (1421-1498), ejerciente en Florencia y a) proveedor de lujosos manuscritos y (pocos) impresos a los potentados más rumbosos de su tiempo, véase al efecto el capítulo 8: «Amici nelle alte sfere», b) cronista con pocos recursos literarios más que buen escritor, c) hombre adinerado que gracias al taller de copistas que organizó pudo comprarse una villa envidiable en Toscana (una foto en la página anterior a la 287). El arte literario de King consiste en reunir materiales dispersos sobre la vida de Vespasiano que estaban publicados en otros libros, y que, por tanto, eran conocidos, y mezclarlos luego con la habilidad del constructor de superventas; arte y habilidad encomiables cuando se trata de divulgar la figura de alguien no demasiado conocido fuera del gremio. El libro de King no aporta nada a la literatura científica que ha estudiado la vida y obra de nuestro librero, pero los datos que maneja los conoce de primera mano, los ha comprendido, no los ha teñido de sí mismo (tampoco de sangre y barro) y nos los ha presentado con la ligereza intelectual de la que presumen otros libros de este tipo. Las buenas maneras del autor se expanden por todo el libro incluso cuando no habla de Vespasiano, sino de sus contornos. De indudable calidad divulgativa son el paseo por la Florencia de los Medici, por las ansias librescas de Federico de Montefeltro, por la implantación y posteriores problemas de la imprenta en Italia, por los dichos y hechos de una pléyade de humanistas (Poggio, Ficino, Poliziano, Pico della Mirandola), por la relación dulcemente enfermiza de la dinastía aragonesa reinante en el sur de Italia con los buenos libros, por los problemas políticos de una Italia que Maquiavelo diseccionó en El príncipe, por el furor clasicista de los intelectuales a la moda, por el furor platónico que recorre el siglo, por todo aquello que hace del «quattrocento» un lugar más cercano al paraíso intelectual (con sus nubes bien puestas) que al infierno terrenal (con sus fangos e integrismos bien escondidos).
He leído el libro de King por obligación, contraída agradablemente, para con el factótum de este blog, el profesor Pons, pero apenas acabe esta reseña volveré a leerlo. ¿La razón? Quiero pasar del entretenimiento al conocimiento, porque las notas del final son ricas y están bien circunstanciadas y han de ser comprobadas una a una para poder sacarles todo el jugo que prometen, porque la bibliografía es refrescante e invita a conocer todo lo que no le ha interesado poner en el libro a King. Sí, el único defecto del libro, como el de casi todos los escritos para el gran público, es que el autor, tras una investigación exhaustiva y rigurosa, desestima lo que no le conviene a su tesis. Un ejemplo solo, que el siglo xv está lleno de contradicciones y no acabaríamos nunca.
Vespasiano da Bisticci fue el gran proveedor de la biblioteca de Federico de Montefeltro. King la estudia bien y se basa principalmente en los escritos de Vespasiano y en la monografía de Marcello Simonetta citada en la bibliografía. Vespasiano ha pasado a la historia como paradigma del viejo mundo que adoraba los lujosos libros manuscritos y detestaba los impresos (King resume con garbo el cambio de gusto) y por eso algunos de sus mejores clientes llegaban incluso a utilizar el texto impreso para fabricar luego un manuscrito. A Vespasiano se le atribuye una de las frases más famosas de este momento de cambio cultural, la referida a la biblioteca de un gran cliente, el citado Montefeltro; la frase dice así: «Non ve n’è ignuno a stampa». Muchos historiadores del libro han hecho de esta frase axioma. Martin Davies, recurrentemente citado por King, publicó en 2007 un artículo que demostraba lo falso del axioma, tituló el artículo con la frase en vulgar citada, y con el subtítulo «The printed books of Federico da Montefeltro».[2] King no utiliza el artículo de 2007 de Davies. Visto que King se detiene y se regodea en el mundo del libro impreso como contorno del manuscrito y dedica un capítulo a la decadencia de Vespasiano tras el triunfo de la imprenta, este libro parecía una ocasión inmejorable para profundizar en si el cambio de los gustos se debió a un querer arrinconar la apariencia para dejar paso a la sustancia, para estudiar si el bajo precio no era la única razón que hacía comprar libros impresos, para averiguar de una vez por todas si había un cambio cultural intenso del que Vespasiano, una vez dejó de ganar dinero y se pudo retirar, se desentendió. Si la imprenta fue un agente de cambio, presentar al librero como un agente de involución, como un escaparate que se preocupa más de pigmentos para iluminación que de seguir el proceso de la cultura, me parece hacerle un flaco favor a Vespasiano y a la historia de los libreros.[3]
Carlos Clavería Laguarda fue librero de libros muy usados en Florencia
[1] Edición original: The bookseller of Florence. London: Chatto & Windus, 2021. ISBN 978-1-78474-265-2.
[2] Trabajo que forma parte de la obra colectiva Federico da Montefeltro and his Library, editada por Marcello Simonetta y publicada en 2007 por la Biblioteca Apostolica Vaticana (p. 63-80).
[3] En la Biblioteca de Fons Antic del CRAI de la Universitat de Barcelona se conservan dos manuscritos procedentes del taller de Vespasiano: el manuscrito 582 y el 758. (N. de la R.).
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