Rivero Taravillo, Antonio. Un hogar en el libro. Corvera, Murcia: Newcastle, 2022. 217 p. ISBN 978-84-122551-7-1. 13,50 €.
Antonio Rivero Taravillo (1963) narra en este libro de memorias su trayectoria profesional como librero, que le llevó a convertirse entre el 2000 y el 2006 en director de la sucursal sevillana de Casa del Libro, tras haber trabajado desde 1989 en una librería inglesa de la misma ciudad.
Aunque la mayor parte de la información que encontramos en esta obra se refiere a las particularidades del comercio del libro, también nos aporta detalles de cómo Rivero Taravillo fue compaginando esta labor con la de traductor, siendo autor de versiones al español de autores como Pound (al que tradujo en sus años como estudiante de Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla), Marlowe, Keats, Donne, Poe, Whitman, Tennyson, Shakespeare (del que ha traducido su poesía completa), Graves, O'Neill, Swift, Milton o Yeats, entre otros.
Es además autor de 13 poemarios, una biografía sobre Luis Cernuda (que en 2008 recibió el XX Premio Comillas), otra sobre Juan Eduardo Cirlot, además de obras como libros de viajes, cuentos, aforismos o memorias.
El autor nos cuenta de qué manera «le tocó abrir y consolidar» primero la librería The English Bookshop, una iniciativa que provenía de dos dueños de academias de inglés de Sevilla que buscaba cubrir este hueco de mercado. Y después el establecimiento sevillano de Casa del Libro, que en el momento del cambio de siglo estaba en plena expansión y que hoy cuenta con 54 tiendas en todo el país. Recordemos que la primera Casa del Libro se abrió en 1923, hace 100 años, en el número 29 de la Gran Vía de Madrid y fue la primera librería que permitió tocar directamente los libros sin necesidad de solicitarlos en un mostrador. Como nos cuenta el autor:
La librería fue fundada por Nicolás de Urgoiti, también fundador de Calpe en 1918 y creador de los diarios madrileños El Sol y La Voz. Urgoiti encomendó a José Ortega y Gasset que definiera la línea editorial de los libros que publicaría Calpe, muy ambiciosa en sus intenciones. De hecho, Ortega tuvo su despacho en lo que luego fue ganado como zona de venta de una de las plantas de la librería. Se hallaba en una planta superior con un ventanal en la esquina, allí comenzó también en 1923 la andadura de un hito de la historia cultural española como Revista de Occidente. (p. 33).
Calpe se unió en 1925 a la Editorial Espasa para formar, como es sabido, Espasa-Calpe S.A. hasta que en 1992 fue adquirida por el Grupo Planeta, lo que apunta precisamente al presente de esta historia. Sin duda Espasa es la empresa más importante de la historia editorial española del siglo XX, al enlazar su comienzo con su final como ninguna otra. Y aunque el primer objetivo de Urgoiti fue garantizar el negocio de la que también era su empresa, la Papelera Española (véanse los estudios de Juan Miguel Sánchez Vigil), para la historia quedan la creación de la Colección Austral o la publicación –a pesar de su pérdida de vigencia con el paso de los años– de la Enciclopedia Espasa.
El estilo de las memorias de Rivero Taravillo es franco, pues como se indica en la contracubierta de la obra «se atreve a decir lo que otros callan», y prolijo en el detalle de nombres que se han cruzado en su vida profesional y literaria, de los más reconocibles a los más desconocidos, muchos compañeros de empresa e incluso personajes estrafalarios que alguna vez tuvieron relación con él o con la librería.
A diferencia de otros libros de memorias de libreros o sobre librerías, este es el factor de singularidad de esta obra (ofrecer muchos detalles sobre diferentes personajes y sus circunstancias), lo que puede añadir o quitar interés para cada lector. Pero sin duda aporta muchas claves de cómo se ha ido trasformando el comercio del libro en nuestro país en los últimos treinta años y también es un reflejo de la evolución del mundo editorial, así como de los procesos de concentración de los grupos editoriales y de sus prioridades mercantiles, que se anteponen a las culturales.
Rivero Taravillo nos cuenta con una mezcla de entusiasmo, orgullo y aceptación de las cuitas de esta empresa su experiencia relativamente corta, de tan solo seis años, en la dirección de Casa del Libro de Sevilla. Su oportunidad en la misma comienza con los rumores que corrían en la primavera del año 2000 en el sector del libro de Sevilla sobre la próxima apertura. Informado por los comerciales de las editoriales, se enteró que el director de la recién inaugurada sucursal barcelonesa era un conocido suyo, Martí Romaní, que había trabajado en la distribuidora York House. Fue a visitarle y le recibió en su despacho comentándole el proyecto y las pretensiones de estas librerías de ser «motores culturales», lo que coincidía con su interés y experiencia en el Aula de Poesía de la Facultad y después en el Aula de Poesía y Pensamiento María Zambrano. El autor relata que con el contacto proporcionado por Martí escribió a Casa del Libro y se concertó una entrevista de trabajo en Sevilla con la directora general Rosario Albarrán, de la que salió un buen entendimiento. Unas semanas después, con otra entrevista en Madrid, se confirmó el nombramiento.
En septiembre de 2000 comenzó a trabajar en el que sería el almacén de la librería, situado en el Polígono Industrial Store de Sevilla, «en los muchos prolegómenos necesarios» antes de la apertura, especialmente la selección de personal. Rivero Taravillo hace un detallado repaso del organigrama que fue construyendo y que llegó a contar con 24 personas en su inicio. Nos recuerda que «un buen dependiente de librería se puede conseguir entre personas cultas, con don de gentes y dispuestas» pero un jefe de sección «no se improvisa». Para ello recurrió a dos trabajadores de la cadena de librerías Beta (la que era por entonces su principal competencia) a los que consiguió atraer con mejores condiciones de trabajo. Precisamente a Beta y a su dueña, le dedica unos párrafos en el capítulo sexto que son de interés para comparar las diferentes políticas laborales y comerciales que pueden definir un negocio tan particular como el comercio del libro. El principio del fin de Beta se explica por su descuido en mantener actualizadas sus prácticas de empresa y por anteponer el máximo beneficio negociando márgenes, incluso perjudicando la oferta comercial de interés para el público potencial. Por ejemplo, el autor nos cuenta que en Beta no había apenas representación de sellos de Planeta y por contra se favorecía a Plaza & Janés, de quienes sí conseguían más descuento:
Cabría decir en favor de la política comercial de Casa del Libro que aunque se peleaba hasta el último punto de descuento con los proveedores, el bajo margen nunca fue óbice (al menos mientras yo estuve al frente de la librería, y entiendo que era práctica común en las restantes) para tener fondos. Al negociar, por ejemplo, con la distribuidora que proporcionaba los libros de Hiperión nos encontramos con el muro infranqueable del 35 % de descuento, porcentaje que siempre se negó a subir la gerente de la editorial madrileña, esposa del poeta y traductor Jesús Munárriz, su fundador. Hiperión era eso lo máximo que daba y esta es la razón por la que nunca se ven ejemplares de este sello en grandes superficies como FNAC, que exige un 40 % y no se baja del burro. […] Quizá la copropietaria de Hiperión se empecinara desmedidamente en el asunto del margen, pero era su decisión y lo en verdad reprobable es que una librería no trabaje ciertos títulos por razones meramente económicas, sesgando a causa del dinero parte de la oferta disponible. (p. 70-71).
En la Navidad de 2000 Rivero Taravillo nos cuenta que realizó un viaje a Nueva York donde se empapó de las prácticas de las grandes librerías de la Gran Manzana, como Barnes and Noble y su tienda de la Quinta Avenida, o Borders, que ocupaba tres plantas en el edificio de las Torres Gemelas. La tendencia de estas a reducir el fondo y presentar una selección de ejemplares de cara, con más potencial comercial o por acuerdos especiales con las editoriales nos explica que resultaba empobrecedora: «no solo es una forma de presentar los ejemplares, también es una forma de reducir el fondo, y este era primordial en la concepción que Casa del Libro tenía de sí misma y una de las patas que sostenían su gran aceptación». Pero también Casa del Libro, como se nos cuenta después, caería en esas tendencias con el paso de los años.
Allí también compró The mathematics of bookselling de Leonard Shatzkin, que unos años después fue publicado por Fondo de Cultura Económica bajo el título Cómo seleccionar títulos rentables: herramientas estadísticas para la venta de libros (2004). Precisamente este estudio pone el énfasis en la importancia de la rotación de la oferta: «mejor que ir reponiendo siempre títulos vendidos era pedir otros en su lugar, de forma que en vez de haber tenido en las estanterías cien títulos a lo largo del año, más o menos siempre los mismos, ofrecer trescientos o cuatrocientos distintos con una oportunidad de rotación» (p. 57). Pero esto solo resulta compatible con la conservación del fondo si se dispone de mucho espacio –como la concepción de estas grandes librerías permite– y una importante capacidad financiera y logística para procesar la ida y venida de ejemplares. Aún así, en estas empresas en las que siempre prima lo más comercial, el fondo siempre está en entredicho.
En los siguientes capítulos –del 8.º al 11.º– de estas memorias se continúa con el relato de los cambios que a principios de los 2000 vivía el mundo editorial, la descripción de la organización de la librería de Sevilla con una importante parte dedicada al turismo y las revistas en la entrada, la entreplanta dedicada a infantil y juvenil, la primera para humanidades, la segunda para libros técnicos y científicos, y la tercera dedicada a la realización de actividades con capacidad para 50 personas.
Esa idea de la librería como motor cultural fue materializándose con más iniciativas como el Taller de Creación Literaria, bajo la dirección de Ignacio F. Garmendia, el curso Ópera y Literatura, el cuentacuentos, el Café Filosófico, dirigido por Gabriel Arnáiz, que según este fue el primero de su género en este país, la participación en el Bloomsday, etc. Aunque hoy día esta programación de actividades no es nada extraña para las grandes librerías situadas en importantes capitales (no las pertenecientes a grandes grupos, sino independientes como La Central o Laie) ni tampoco para algunas pequeñas, que destacan así y consiguen atraer de esta manera valiosos públicos.
Rivero Taravillo continúa dando cuenta con orgullo de los logros conseguidos: «en los 6 años que estuve al frente de la librería calculo por lo bajo que vendimos unos treinta millones de euros» (p. 85). Con motivo del primer aniversario se pudo presumir de que «unas 450.000 personas habían visitado la librería en aquellos meses y se habían vendido aproximadamente un cuarto de millón de ejemplares» (p. 141). Durante este tiempo se llegó a trabajar con más de 500 proveedores (p. 165) incluidos numerosos autores-editores que tenían cabida dentro de la política de la casa de tener «todos los libros o de poder conseguirlos».
Todo fue bien para el autor, que disfrutó del éxito del buen rendimiento de la librería y de la confianza de sus jefes hasta el año 2005. Entonces se hizo patente la realidad y las contrapartidas de pertenecer a un gran grupo empresarial con unos objetivos de negocio que van más allá de la supervivencia comercial o del buen servicio al público de una librería concreta.
Aún antes, en septiembre de 2003, se produjo un gran despido de directores de Espasa Calpe, con siete de una tacada, a los que siguió poco después Jorge Hernández, el director general. Le sustituyó Antoni Rossich que como nos cuenta Rivero Taravillo:
Llegó para poner orden en la empresa, hacer una limpia y poner el balón en posición para que pudiera rematar su sucesor, al cabo de quince meses, el mencionado [Eduardo] Bofill, que procedía de la competencia de Casa del Libro: la cadena francesa FNAC. Estos altos ejecutivos lo mismo están en un sitio que en otro, aunque sean de sectores muy diferentes entre sí. Rossich fue unos años después director general del FC Barcelona, siendo Sandro Rosell presidente.
En efecto, Bofill había sido responsable de la apertura de FNAC Barcelona (1996-1998) y director general de FNAC (2001-2004), después pasó a ser consejero delegado de la División Espasa de Planeta (2004-2008) y director general del grupo editorial Editis, adquirido por Planeta en 2008, pero su vinculación con el comercio del libro ha sido siempre desde las grandes estructuras empresariales:
Bofill decidió que había que hacer cambios profundos. Charo [Albarrán] y Alberto fueron despedidos en febrero de 2005. [...] La sustituyó Félix Fernández de Gabriel, que procedía de Alcampo y de Ahold. También entonces salió de la empresa Martí [Romaní], contra él algunos trabajadores de Barcelona tenían una guerra abierta. El despido de Charo nos dejó a sus colaboradores en una posición delicada. [...] También impulsó Bofill un proceso de transformación encaminado a potenciar los servicios centrales y restar autonomía a las tiendas. [...] Dos o tres años después, muchos de los que asistieron a esos cursos [de transformación empresarial] fueron despedidos porque el nuevo modelo los había hecho prescindibles, depositando casi todo el poder en la central de compras y sometiendo a los directores de librería al escrutinio de una nueva figura: los directores regionales [...] A Sevilla le tocó un director regional que venía de una cadena de tiendas de sofás.
En 2005 la librería virtual de Casa del Libro era líder en ventas como se mencionaba en la noticia publicada por El Mundo sobre el despido de Rosarío Albarrán. No sabemos si los ejecutivos de la empresa ya vislumbraban lo que vendría después, con la pujanza de Amazon, y de ahí los motivos de estas reestructuraciones pero para Rivero Taravillo la incomodidad en la empresa y el fin de esos buenos tiempos era patente.
Varios acontecimientos que son relatados en la obra, como el fallido paso a la Fundación José Manuel Lara y a la dirección de la revista Mercurio, precipitaron la salida de Rivero Taravillo de Casa del Libro. Pero una puerta que se cierra es otra que se abre. Aunque recibió la oferta de ser jefe de compras para la central de Barcelona en las librerías Bertrand, que iniciaron en 2009 una competencia con Casa del Libro hasta abrir ocho sucursales, esta posibilidad no se concretó, quizá afortunadamente, dado que Casa del Libro compró las librerías de Bertrand tan solo dos años después.
A cierta distancia de la alargada sombra de Planeta el autor pudo dedicarse a escribir, traducir y editar. Dado el cariz que habían tomado las circunstancias, es comprensible su decisión. En una de las páginas finales de la obra, resume:
No quiero decir que antes de llegar ellos los directivos de la empresa fueran hombres y mujeres del Renacimiento. […] Lo común, sin embargo, era un respeto por el libro, considerado más que un objeto de comercio o entretenimiento. Y otra cosa que cada vez se hecha más en falta: el factor humano de que las personas puedan hacer su carrera en una librería o editorial sin que un viento a ráfagas según la moda los barra. Era ya una expresión corriente lo de decir que en los años noventa eran los contables los que habían tomado el poder en el mundo editorial. Lo del libro de Schiffrin, La edición sin editores. Esto que es una exageración en los sellos medianos y pequeños era desde luego lo cierto en los grandes grupos. […] Añadiré ahora, lo que me exime de cualquier caricatura o comentario, que el director que me sustituyó fue reclutado en Leroy Merlin. Ese es el dato frío. (p. 206).
Afortunadamente para Rivero Tarravillo otros caminos se abrieron para él. En el otoño de 2007 ganó el Premio Comillas con su biografía sobre Luis Cernuda. Dio clases de poesía en la Escuela de Escritores. Fue director editorial de Paréntesis, donde publicó a Cunqueiro, Pessoa, Kafka, entre otros y coordinó el módulo de poesía del máster en Creación Literaria de la Universidad de Sevilla. Hasta que en este año 2023, se ha acercado de nuevo a la Fundación José Manuel Lara con la publicación de su poemario Suite irlandesa editado por esta dentro de la colección Vandalia.
A pesar de ciertos pasajes que provocan cierto sonrojo, como el capítulo donde se describe el acto destinado a levantar el ánimo de J.J. Benítez (símbolo de la edición de libros que no pasarán a la historia de la mejor literatura), y que se entienden como incómodas obligaciones marcadas por la casa, Un hogar en el libro son unas memorias útiles para conocer una historia de primera mano sobre la evolución en los últimos años del negocio editorial y del comercio del libro. Esta obra nos explica cómo llegan a construirse ciertas realidades actuales y nos hacen desear que surjan más vocaciones de pequeños libreros que, según sus humildes posibilidades, hagan competencia a las grandes empresas del negocio del libro.
Deseamos así que en cada barrio de una gran ciudad o en cada ciudad mediana, hubiera una librería, donde no solo se tenga un trato directo con los libreros que deciden los libros que allí se encuentran, sino que se convierta en un pequeño motor cultural como aquel del que se hablaba antes. Al menos ellos sí se lo tomarán como un valor en sí mismo.
Eduardo Zotes Sarmiento
De la 7.ª promoción de la Escola de Llibreria
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