Chartier, Roger; Scolari, Carlos A. Cultura escrita y textos en red. Barcelona: Gedisa, 2019. 140 p. (Diálogos). ISBN 978-84-17690-84-7. 12,90 €.
La comunicación científica ha formalizado un conjunto de procedimientos que estructuran unas reglas de campo reconocidas y asumidas por todos sus practicantes. Se trata de normas cuya solidez radica en supuestos metodológicos, de oportunidad y de reputación. La solvencia de los investigadores, avalada por sus proyectos y publicaciones, constituye uno de los factores más potentes en la conformación del reconocimiento y visibilidad de una especialidad y de sus integrantes.
Roger Chartier constituye por sí solo una marca de prestigio, rigor y calidad en muchos ámbitos del saber de las Ciencias Sociales y las Humanidades en general y de la Historia del Libro en particular. Gran parte de los debates contemporáneos sobre la transición de lo impreso a lo digital, sobre las implicaciones sociales, culturales, económicas y sistémicas, han sido auspiciadas por sus obras y sus intervenciones. Sus reflexiones sobre la naturaleza de los cambios operados en la producción, difusión y recepción de la cultura escrita a raíz de la aparición de las tecnologías digitales representan un referente ineludible para cualquier trabajo académico o investigación que se desarrolle sobre el particular. Carlos A. Scolari ha desarrollado igualmente una labor notable en el estudio de los nuevos géneros digitales y de las transformaciones operadas en los comportamientos y actitudes de las nuevas generaciones de lectores. Algunas de sus obras como Narrativas transmedia (Deusto, 2013) o Ecología de los medios (Gedisa, 2015) constituyen un referente en la reflexión sobre los procesos de creación y recepción digital.
La obra se plantea como un diálogo entre los dos investigadores en torno a un amplio abanico de temas relacionados con el nuevo entorno de comunicación, en que se enfrentan, yuxtaponen y complementan dos sistemas de lecto-escritura aparentemente antagónicos, el impreso y el electrónico. Las ópticas que proporcionan Chartier y Scolari provienen de una formación y una experiencia académica diferente. Chartier lo hace desde su condición de historiador, de analista de la evolución en el tiempo de las diversas formas de lectoescritura, y Scolari desde una perspectiva comunicacional, en la que la arqueología de los medios y la alfabetización digital se imbrican en una reflexión más tecnológica.
La obra se articula en torno a una serie de temas que van engarzando el diálogo, no tanto como capítulos separados, sino como preguntas o planteamientos de reflexión que proponen alguno de los dos autores: ¿Qué es un libro?; Leer y escribir; Los diablos y la verdad; Las bibliotecas, enciclopedias y revistas; Ciberutopía y formas breves; Lectura(s); Alfabetismo y transmedia; Gutenberg, McLuhan y Benjamin; Interfaces educativas; Aceleración; Pensar las discontinuidades; Arqueología de los medios; Lengua universal y traducciones; e Imaginar el porvenir son los epígrafes en los que estructura el diálogo. Cualquiera de los temas planteados podría haber dado lugar a una extensa reflexión a dúo o individualmente, pues a todas han dedicado tanto un autor como otro gran parte de su obra, pero la modalidad del dialogo permite al lector obtener una visión impresionista, a modo de diagnóstico actualizado, de cada problema y, sobre todo, contar con la percepción contrastada, unas veces coincidente, otras divergente, de los dos investigadores.
Ya desde los preliminares, Chartier pone el acento en uno de los hechos más significativos de los sistemas de comunicación digitales, y es que por primera vez en la historia de la humanidad la técnica digital ya no liga el soporte de la comunicación con un contenido en particular, una transformación de carácter morfológico que se une a otras dos transformaciones sobre las que pone el acento, la técnica, en la medida en que han cambiado los procedimientos de inscripción, de comunicación y de transmisión de los textos, y la de la lectura, en tanto que los objetos con que se lee y escribe, en lugar de diferenciarse, como en épocas anteriores, coinciden. Chartier abunda en estos argumentos introduciendo un concepto fundamental para comprender gran parte de su discurso, el de discontinuidad. Frente a los argumentos comparatistas que ponen en un mismo nivel categórico lo impreso y lo digital, Chartier aboga por la existencia de un conjunto de rupturas y discontinuidades que no solo los diferencian, sino que constituyen el fundamento de sus respectivas caracterizaciones. Por ejemplo, enfrenta la lógica topográfica, espacial, propia de la cultura impresa, frente a la lógica semántica, de palabras clave, temas, etc., de la cultura digital.
Scolari introduce la noción de Complejidad, en tanto que los nuevos sistemas se organizan en torno a realidades con varias vertientes que es preciso abordar. En este sentido cita el ejemplo de la industria musical y de su evolución en los últimos años o de las grandes corporaciones digitales como Google, Amazon, Facebook y Apple, cuya dimensión monopolística critica pero, por otro lado, advierte de algunas de sus ventajas, reforzando la idea de una aproximación no lineal ni simplista a fenómenos cuyo análisis se mueve en el ámbito de la complejidad. «Por mi experiencia –dice Scolari–, en las últimas dos décadas he descubierto a autores y obras de los que, si hubiera ido a una librería tradicional, nunca me habría enterado de su existencia».
Esta percepción del monopolio que detentan determinadas empresas en la red la concretan ambos autores cuando hablan del ámbito de las revistas científicas y de las servidumbres que la industria editorial especializada impone a los centros de investigación, estableciendo unas tarifas y unos procedimientos que contradicen la naturaleza de la comunicación científica. «En el caso de las revistas científicas, el investigador paga tres veces: como autor para ser publicado, como miembro de una institución que debe de pagar por la suscripción a la revista, y como ciudadano que contribuye, como todos los otros ciudadanos, a los presupuestos necesarios para la investigación científica» sostiene Chartier. En este sentido, ambos abogan por un mayor compromiso de las instituciones con el acceso abierto, ponderando los movimientos que algunas universidades han adoptado al respecto.
Una de las preocupaciones de los dos contertulios es el de la desaparición de entidades e instituciones asociadas al mundo del libro desde sus inicios como las librerías y las bibliotecas. Respecto a estas últimas se pondera su papel como mediadoras y su fusión de conservadoras en un contexto en el que lo digital no garantiza la pervivencia de la cultura escrita, en el que la transferencia a los nuevos soportes motiva decisiones de supresión de colecciones enteras de obras o de eliminación de suscripciones. «Me parece que confiamos demasiado en la tecnología digital. Creemos que, porque están en formato digital, los textos van a perdurar» comenta Scolari. Chartier abunda en el argumento y sostiene, además, la necesidad de analizar las obras en su contexto original: «confrontarse con las ediciones que leyeron los hombres del pasado es una condición necesaria para entender el sentido que les dieron a las obras». Ambos sostienen que uno de los valores añadidos de la biblioteca, junto a la posibilidad de encontrar ediciones originales, es la de impulsar y favorecer el encuentro entre lectores, la vertiente social de propiciar la reunión de afines en sus preocupaciones o gustos por la lectura.
Una constante en toda la conversación es la progresiva inserción de la lógica digital en todas las prácticas sociales, en las actividades cotidianas, y por ende de estas en las prácticas de lectura. La fragmentación, la tendencia a la brevedad de los textos, la alteración de los derechos de autor, de la noción de autoría, forman parte del nuevo entorno, constituyen unas señas de identidad nuevas que diferencian al mundo de los nuevos soportes de la tradición impresa. La lectura digital se caracteriza por un modo de leer fragmentado, discontinuo, acelerado, impaciente, sostiene Chartier. El problema radica en el uso de esta manera de leer cuando el lector se enfrenta con textos que fueron concebidos con una expectativa de lectura diferente, continúa el autor.
«No hay equivalencia en absoluto entre los dos sistemas. Leer el mismo periódico siguiendo los vínculos e hipervínculos y leerlo en una página impresa son dos experiencias distintas. El mundo digital tiene una lógica interna específica. No tiene sentido absoluto o intrínseco, pero es esa lógica interna la que explica por qué las pantallas de los dispositivos son a la vez el soporte de las palabras y de las conductas más cotidianas, y el vehículo de las producciones simbólicas» afirma Chartier.
Estas prácticas no implican un conocimiento innato ni unas habilidades insertas en el ADN, como podría sugerir la expresión de «nativos digitales» acuñada por Marc Prensky. «Debemos de huir del mito del nativo digital según el cual los jóvenes son supercreativos y lo saben todo» afirma Scolari. Frente a este concepto, Scolari aboga por la necesidad de la alfabetización transmediática, desde la escuela, importando las prácticas desarrolladas fuera de sus muros, para consolidarlas y sistematizarlas con la finalidad de proporcionar herramientas conceptuales y de trabajo a las nuevas generaciones.
A lo largo del diálogo se pueden vislumbrar dos posturas o dos matices respecto al fenómeno digital más o menos diferenciados en los dos autores. Chartier mantiene una postura más crítica, desconfiada de la deriva que algunas manifestaciones de lo digital están tomando, sobre todo la relacionada con los falseamientos de la verdad, con la agresividad de las redes sociales, con las «fake news», y con las consecuencias políticas, culturales y educativas de este fenómeno. Scolari, coincidiendo con estas apreciaciones de Chartier, tiende a contextualizar estas actitudes y ponderar las nuevas realidades desde una óptica más optimista, más confiada en los desafíos de la alfabetización mediática y el poder del sistema educativo para incorporar las nuevas prácticas. Esto no quiere decir que ninguno de los dos autores mantenga posturas nostálgicas respecto al pasado o una abierta desconfianza hacia el futuro. Como señala Chartier, «No se trata de pánico sino de lucidez frente a un fenómeno nunca encontrado antes en la historia de la humanidad».
El diálogo mantenido a lo largo de la obra, aborda, brevemente, todos los temas relevantes en la reflexión sobre los medios impresos y digitales en la actualidad. Frente a posturas recalcitrantes, de uno u otro signo, los autores postulan una visión crítica y ponderada, una reflexión anclada en la historia y en la arqueología de los medios, que sitúa los fenómenos analizados en un contexto alejado de las visiones presentistas o apocalípticas. Se trata en definitiva de un análisis inteligente y sosegado por parte de dos de los referentes actuales en los estudios de la transición impreso-digital y el análisis de las prácticas de lectura en la actualidad.
José Antonio Cordón García
Universidad de Salamanca
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