Herzovich, Guido. Kant en el kiosco: la masificación del libro en la Argentina (con un posfacio sobre su fin). Buenos Aires: Ampersand, 2023. 316 p. (Scripta manent; 27). ISBN 978-987-4161-96-3.
A lo largo de las dos últimas décadas, los estudios del libro y la edición en América Latina y España han visto el que podríamos llamar su acmé, en ambos sentidos de la palabra, es decir, tanto en referencia a un momento culminante cuanto al período más álgido de una enfermedad. En lo que concierne al primer sentido, basta una revisión de las obras más recientes de José Luis de Diego (Los autores no escriben libros: nuevos aportes a la historia de la edición; Ampersand, 2019), Ana Elisa Ribeiro (Subnarradas: mulheres que editam; Zazie, 2020) o Ana Gallego Cuiñas (Cultura literaria y políticas de mercado: editoriales, ferias, festivales; De Gruyter, 2022) para dar cuenta de las varias estrategias y los anclajes, a veces variopintos, en que, tanto en trabajos individuales cuanto en grupos de investigación, se han tratado de entender las relaciones del libro con los modos de producción, circulación y consunción en las sociedades que aún asignan un sitio privilegiado para este peculiar tipo de mercancía en el marco de diversos procesos culturales. El segundo sentido, en cambio, ha menester de un brevísimo apunte, el cual nos servirá para contextualizar la ópera prima de Guido Herzovich: Kant en el kiosco: la masificación del libro en la Argentina (con un posfacio sobre su fin).
Primero que nada, es preciso aclarar que decimos acmé en cuanto enfermedad no porque dicho campo —sirviéndonos de una categoría por demás desgastada de Bourdieu, como ya lo demostraban desde inicios del sigo XXI los trabajos de García Canclini en los que retoma a Geertz, Grignon y Passeron, Miceli, y Boltanski y Chiapello— haya experimentado (o lo esté haciendo) malestares específicos que pudieren acaso poner en riesgo su existencia. Es muy probable que se trate de todo lo contrario. A la luz de las crisis que se viven en otras áreas de las ciencias sociales y las humanidades —pienso, por ejemplo, en la filología o en los estudios comunicacionales, diluidos, ambos, en investigaciones tan eclécticas como lo son aquellas sobre tecnología o cine, movimientos sociales o estudios de marketing, encontrándose a veces, filología y comunicación, cara a cara, sin saber muy bien hacia dónde mirar—, es claro que los estudios del libro y la edición conforman un espacio discursivo transnacional en el que no sólo hay aún mucho por hacer sino donde las opciones académicas y de difusión son vastas.
¿Por qué enfermedad, entonces? Creo que aquello que nos permite proponerlo es el hecho de que, dado que en este caso, a diferencia de lo que sucede en un trabajo que estudia, digamos, las técnicas de traducción en la versión de Juan Ferraté de los líricos griegos arcaicos, o los usos y desusos de la imagen como deontología identitaria nacional en Instagram, las investigaciones sobre el libro y la edición son, de algún modo, meta-investigaciones, en cuanto recaen siempre en el espacio mismo que estudian, plegando y replegando las problemáticas que las recorren de lado a lado. Dicho de otro modo, si el estudio de libros y editoriales se desarrolla y socializa asimismo en libros y mediante procesos de edición, ello plantea (o debería) una pregunta epistemológica clave: ¿cómo y dónde se articulan los libros que estudian libros?
Ahora bien, si, por un lado, es innegable que las herramientas propuestas en el marco de los estudios del libro y la edición han servido para que, desde los cruces inter-, multi- y transdisciplinarios que plantean, se puedan realizar actualizaciones en la crítica y la teoría literaria o en la sociología de la cultura y la historiografía —cuando desde éstas se buscan maneras más adecuadas para comprender las condiciones del habermasiano «espacio público» en un mundo abiertamente globalizado bajo el modelo de economía, o mejor, siguiendo a Monedero, de relación social con el Estado neoliberal—, es también evidente, por otra parte —y es, de hecho, lo que quisiéramos proponer como malestares—, que ya no son suficientes los paneos cronotópicos o los planos americanos prosopográficos para producir, narrar e interpretar ese relato tan particular de las relaciones entre sociedad y edición mediadas por el libro en cuanto mercancía.
Malestares, pues, que, retomando a Tolstói (recordemos aquel aforismo traducido por Selma Ancira: «lo que consideramos un mal para nosotros, la mayor parte de las veces es un bien que aún no hemos entendido»), pueden pensarse como determinantes para el rumbo de los estudios del libro y la edición, su profundización, su distinción incluso. Mas los cuales se inscriben en un doble espacio, el de la historia sociocultural (de la que se desprenden) y el de la propia disciplina (a la que ingresan, conformándola), al ser derivados lo mismo de las transformaciones propiamente tecnológicas —desde el libro de bolsillo hasta los booktubers, pasando por las publicaciones periódicas, el Kindle y el pdf— que de aquellas características del libro que sólo se pueden observar bajo la lente de la larga duración propuesta por Braudel, como lo son la relación de las sociedades con la palabra impresa en un soporte reproductible o aquéllas otras del autor en tanto trabajador libre que acude al mercado con un capitalista, el editor, a vender su fuerza de trabajo. En suma, el relato historiográfico de la, llamémosla así, «vida» de los libros, precisa de algunos episodios —lo cual, por cierto, señala nítidamente una suerte de épica en construcción— que atiendan momentos a primera vista marginales en los que, redimensionándolos críticamente, se evidencien procesos capaces de ser verificables en distintos contextos.
Estas dos problemáticas, a saber, cómo se articula el discurso de los libros que hablan de libros y la insuficiencia metodológica de la historiografía de los grandes eventos, son las que indirectamente, que no inconscientemente, desarrolla Herzovich en su estudio sobre la masificación del libro en la Argentina. Aun cuando podría parecer engañoso, porque es ciertamente obvio que «masificación», al menos desde lo que en torno a ella reflexionaron Canetti, Arendt o Debord, es sin duda un «gran evento» de las sociedades occidentales, ambas problemáticas, empero, están presentes desde el propio título, poético si los hay, del libro, cuya sutileza tiene pocos paralelos —acaso sea posible trazarlos con las Opiniones mohicanas, de Herralde, o El infinito en un junco, de Irene Vallejo.
El nombre propio «Kant», foucauldianamente, nos remite más a un autor en cuanto instaurador de discursividad que a un sujeto o personaje de la historia de la filosofía, y, con ello, en consecuencia, a un modo específico de entender (y cuestionar) la modernidad, que atraviesa de lado a lado, del modo en que lo hace en Los lentos tranvías, de Noé Jitrik, la trama del relato que nos narra Herzovich. Por su parte, y no en menor grado, el nombre común «kiosco» aparece precisamente como metonimia de una sustancia histórica que, en una suerte de fenomenología de los pequeños gestos, pone en conflicto, colocándolas en posiciones estratégicas, categorías —y quizá también, más que significados, a los propios significantes— como «pueblo», «sociedad civil» o «nación». En conjunto, diríamos que se trata de la Modernidad frente, contra o desde el pueblo, la disposición urbana, la relación con la historia y la memoria nacional. Agreguemos, pues, otro paralelo en el título, quizás el más pertinente: La ciudad letrada, de Rama.
Sin embargo, es posible que lo más destacado del libro no pase exclusivamente por este cruce en el cual es inevitable volver a sospechar, al concluir Kant en el kiosco, que la masificación no es acaso sino un efecto de superficie, inevitable y, por tanto, «necesario», que se (re)produce a manera que las transformaciones en la base subsumen formalmente los procesos de intercambio simbólico. Lo que realmente destaca del libro de Herzovich es el modo en que trabaja con un archivo que no podemos, a la distancia de la página impresa, sino imaginar descomunal, en el cual una serie de micro sucesos —un etnólogo que acude a la provincia en busca de literatura criolla, el anuncio y la promoción de la serie de una editorial en un diario, una palabra (sí, una palabra) de Borges…—, en su confluencia, propician la indistinción de los públicos lectores, de manera tal que se conviertan en «el público», tanto como la especificación de ciertos procedimientos de la crítica en sus pugnas por el poder. Son estos los dos pilares en los que se sostiene la argumentación.
Así pues, si antes habíamos dicho que uno de los malestares de los estudios del libro y la edición es precisamente el de plegar y replegar momentos de la historia sociocultural en un relato que, por lo general, elude el cuestionamiento por su propia constitución, lo que hace Herzovich, en un gesto metodológico de clara influencia deleuziana, es desplegar, por medio de una espiral que nos va llevando a través de momentos que se iteran —citas o fragmentos de citas, escenas que, al repetirse, adquieren otro significado o amplían aquel que tuvieron en su primer aparecimiento—, una ruptura aparentemente mínima en el tejido social, que logra, empero, convertirse en motivo de la historia e historiografía del libro y la edición dada la amplitud de las espiras (es decir, los capítulos) con respecto al núcleo (la hipótesis) y los pasos (a saber, las distancias longitudinales que se desplaza el punto, que, en nuestro caso, es un libro de Kant en un kiosco).
¿Qué es lo que permite tal desplazamiento? Nada menos que la conformación discursiva de los libros que hablan sobre libros. Vale la pena recordar la definición de «mercado» de García Canclini: «El mercado no es un lugar, como quizá podría decirse del Estado o de la universidad, sino una lógica organizativa de las relaciones sociales». He ahí, pues, la masificación, la cual podría definirse entonces como el desplazamiento longitudinal de un punto en una espiral (un libro en el mercado de libros) motivada por la fuerza, en el sentido de una magnitud vectorial, impuesta en y para el intercambio (en este caso, simbólico).
Imposible cerrar esta reseña sin subrayar que el recorrido por el proceso caracterizado anteriormente propuesto por Herzovich, mediante una prosa que encuentra su potencia en la ironía —pienso menos en el uso de comillas en la palabra «sociología» para referir a la intención, más que a la labor, de Adolfo Prieto, que en el fraseo, o bien, la cadencia que, en la mejor tradición de la prosa anglosajona, se conforman por períodos breves, brevísimos incluso, que stricto sensu no concluyen o lo hacen hasta el siguiente, produciendo una sensación de fluidez cuasi conversacional y, por supuesto, ficticia en el más amplio de los sentidos—, al ser episodio de un relato que se está construyendo, nos permite reconocer efectos de masificación en distintos estratos culturales, como lo es, quiero pensar, la fotografía, o lo que queda de ella, hoy día omnipresente, en su paso de la publicidad a la vida cotidiana. Lo cual resulta paradójico, porque cualquier intento que se haga en esos tantos otros posibles tópicos será absolutamente diferente —tan grande es su singularidad— de Kant en el kiosco.
Alfredo Lèal
Instituto de Investigaciones Bibliográficas. UNAM
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