Pascual, Emilio. El gabinete mágico: libro de las bibliotecas imaginarias. Madrid: Siruela, 2023. 564 p. (El ojo del tiempo; 141). ISBN 978-84-19553-04-1. 27,90 €.
Uno de los personajes de la Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon (Jekyll & Jill, 2018) había creado una colección singular de obras, la de los libros aparecidos en textos de ficción que algún personaje manifestaba haber escrito o estar en trance de hacerlo, aunque su existencia quedaba relegada a su naturaleza fantasma o apócrifa. La biblioteca iba adquiriendo consistencia a medida que las páginas en blanco de los textos ficticios iban tomando cuerpo gracias a la factura paciente y disciplinada de su autor. En este relato, de ficción sobre la ficción, Halfon restituye o crea encarnaciones de títulos que habían quedado prendidos, insinuados o propuestos en estado latente al albur de la imaginación lectora.
Pero ¿Qué ocurre con los cientos de bibliotecas habituales en los miles de libros que en los textos literarios recrean, de un modo u otro, las aficiones bibliográficas de sus protagonistas? ¿Qué consistencia y rigor guardan las «bibliotecas de papel» que aparecen descritas, sugeridas o imaginadas en las ficciones que recorren la historia de la literatura desde hace varios siglos? ¿Cuáles son esas colecciones ideadas como resortes para unos engranajes creativos muchas veces alejados de la naturaleza a la que remiten aquellas? ¿Qué libros las componen? ¿Cómo se han leído? ¿Qué uso se ha hecho de ellas?
Emilio Pascual, durante muchos años director de ediciones Cátedra, autor galardonado con numerosos premios, y exquisito degustador y conocedor del mundo del libro desde todas sus perspectivas, ha elaborado una extensa obra, fruto de años de trabajo, cuyo título es muy expresivo de su contenido: El gabinete mágico: libro de las bibliotecas imaginarias, publicado por la editorial Siruela.
A diferencia de Halfon, en cuya Biblioteca bizarra se iban conformando los textos que habían quedado en un mero estado propositivo, Emilio Pascual levanta un monumento bibliográfico con raigambre histórica y vínculos reales, formado por decenas de bibliotecas de naturaleza imaginaria, como reza el subtítulo de la obra, pero de contenidos fehacientes y constatables. Dice Pascual en el prólogo:
«Los libros suelen hablar de otros libros», propuso el sabio franciscano fray Guillermo de Baskerville. (A William Wilson ―seudónimo de Daniel Quinn― llegó un momento en que «lo que le interesaba de las historias que escribía no era su relación con el mundo, sino su relación con otras historias»). De ese modo, los libros engendraron las bibliotecas, pero las bibliotecas volvieron a los libros, a veces convertidas en materia de ficción. (p. 26).
Pascual ha desarrollado un recorrido por cientos de obras en las que aparecen citadas bibliotecas de toda naturaleza, procediendo a su estudio, disección diríamos, y ubicación en una compleja red en la que la urdimbre bibliográfica se mezcla con la vital, articulando un ejercicio de investigación y ensoñación tan verosímil como consistente.
Así pues, a lo largo de sus casi 600 páginas encontraremos entrañables, divertidos y eruditos estudios sobre las circunstancias y veleidades de bibliotecas impregnadas del estigma de la imaginación, pero traídas a la realidad, como una cueva de Platón bibliográfica, por la acertada y acerada pluma de Emilio Pascual, que con inteligencia y sutileza introduce el bisturí del rigor en tramas de toda naturaleza, para extraer las perlas ocultas en forma de colecciones.
Cada biblioteca analizada se basa en la lectura de una obra de ficción, como se puede apreciar en el sumario, que se detalla a continuación.
• La biblioteca de Alejandría [A. M. Dean: La biblioteca perdida]
• La biblioteca de la Abadía sin nombre [Umberto Eco: El nombre de la rosa]
• La biblioteca de San Víctor [François Rabelais: Pantagruel]
• La biblioteca de don Quijote [Cervantes: Don Quijote de La Mancha; S. Rushdie: Quijote; J. López-Herrera: Las aventuras del ingenioso detective Frank Stain]
• La biblioteca de Pepe Carvalho [M. Vázquez Montalbán: La serie de Pepe Carvalho]
• Posdata: Pepe Carvalho tras las huellas de don Quijote
• La biblioteca de Salvo Montalbano [Andrea Camilleri: La serie de Montalbano]
• La biblioteca de los poderosos Montes de Oca [Leonardo Padura: La neblina del ayer]
• La biblioteca del abate Chapeloud [Honoré de Balzac: El cura de Tours]
• La biblioteca de don Cayetano Polentinos [Pérez Galdós: Doña Perfecta]
• La biblioteca (privada) de Sherlock Holmes [A. Conan Doyle: Todo Sherlock Holmes]
• La biblioteca de Ángela Carballino [Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir]
• La biblioteca de Antolín Cabrales Pellejero [Eduardo Mendoza: El malentendido]
• La biblioteca del arcipreste Juan Higuea [Eugenio Noel: Las Siete Cucas]
• La biblioteca de los Asesinos [Amin Maalouf: Samarcanda]
• La biblioteca de Gabriel Betteredge [Wilkie Collins: La piedra lunar]
• La biblioteca de Robinson Crusoe [Daniel Defoe: Robinson Crusoe]
• La biblioteca ideal de Emilio [J. J. Rousseau: Emilio]
• La biblioteca del Maniobrador de Grúas [Manuel Rivas: Los libros arden mal]
• La biblioteca del Nautilus [Verne: 20.000 leguas de viaje submarino]
• Una biblioteca en un morral de cuero [André Brink: Al contrario]
• Otra biblioteca en una maleta de piel gastada [Dai Sijie: Balzac y la joven costurera china]
• Y otra más en un baúl mundo [Alfredo Bryce Echenique: La vida exagerada de Martí Romaña]
• La biblioteca de Bastián [Michael Ende: La historia interminable]
• La biblioteca de Matilda [Roald Dahl: Matilda]
• La biblioteca de Kolia Krasotkin [F. M. Dostoievski: Los hermanos Karamázov]
• La Biblioteca de Mr. Todd [Evelyn Waugh: Un puñado de polvo]
• La biblioteca de Bolívar Proaño [Luis Sepúlveda: Un viejo que leía novelas de amor]
• La biblioteca de Monseñor Boccamazza [Pirandello: El difunto Matías Pascal]
• La biblioteca de Germain Chazes [Marie-Sabine Roger: Tardes con Margueritte]
• La biblioteca de David Copperfield [Charles Dickens: David Copperfield]
• La biblioteca de Máximo Bru Mansilla [Manuel Longares: El oído absoluto)
• La biblioteca de Manuel [A. Muñoz Molina: Beatus Ille]
• La biblioteca de Sylvestre Bonnard [Anatole France: El crimen de Sylvestre Bonnard]
• La biblioteca de Bouvard y Pécuchet [Gustave Flaubert: Bouvard y Pécuchet]
• La biblioteca del senador Pococurante [Voltaire: Cándido o el optimismo]
• La biblioteca de Cándido Munafò [Leonardo Sciascia: Cándido, o Un sueño siciliano]
• La biblioteca de Cincunegui [Pío Baroja: Los pilotos de altura]
• La biblioteca de Bouville [Jean-Paul Sartre: La náusea]
• La biblioteca de Carlos Brauer [Carlos María Domínguez: La casa de papel]
• La biblioteca del coronel Bantry [Agatha Christie: Un cadáver en la biblioteca]
• La biblioteca de Emma Bovary [G. Flaubert: Madame Bovary]
• La biblioteca del coronel Koshkariov [Nikolái Gógol: Almas muertas]
• La biblioteca de Cristóbal V [Anatole France: La camisa]
• La Biblioteca de Benjamín, llamado también Benjaminito [Henry Fielding: Tom Jones]
• La biblioteca de don Avelino [Pío Baroja: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox]
• La biblioteca Esparviana [Anatole France: La rebelión de los ángeles]
• La biblioteca de don Eufrasio Macrocéfalo [Clarín: La mosca sabia]
• La biblioteca de Javer [Ismaíl Kadaré: Crónica de piedra]
• La biblioteca de Francie Nolan [Betty Smith: Un árbol crece en Brooklyn]
• La biblioteca de Fray Vicents [Ramón Miquel i Planas: El librero asesino de Barcelona]; Gustave Flaubert: Bibliomanía; Nodier, Charles: El bibliómano]
• La biblioteca de Hermosilla [F. G. Orejas: El asesinato de Clarín y otras ficciones]
• La biblioteca de Haňt’a [Bohumil Hrabal: Una soledad demasiado ruidosa]
• La biblioteca de Humboldt [Saul Bellow: El legado de Humboldt]
• La biblioteca de los Finzi-Contini [Giorgio Bassani: El jardín de los Finzi-Contini]
• La biblioteca imperial de Kakania [Robert Musil: El hombre sin atributos]
• La biblioteca del laberinto [Pío Baroja: El laberinto de las sirenas]
• La biblioteca de Mr. Shandy [Laurence Sterne: Tristram Shandy]
• La biblioteca de John Cromartie [David Garnett: Un hombre en el zoo]
• La biblioteca de Nino Pérez Ríos [Almudena Grandes: El lector de Julio Verne]
• La biblioteca de Oswald [Roald Dahl: Mi tío Oswald]
• Las bibliotecas de la bella Hortensia [Jacques Roubaud: trilogía de La bella Hortensia]
• La biblioteca de Pedro Sánchez [José María de Pereda: Pedro Sánchez]
• La biblioteca de Peter Kien [Elias Canetti: Auto de fe]
• La Biblioteca Real del regente Felipe de Orleans [Dumas: El caballero de Harmental]
• La biblioteca de la Villa San Girolamo [Michael Ondaatje: El paciente inglés]
• La biblioteca de Suecia [Danilo Kiš: La Enciclopedia de los muertos]
• La biblioteca de la abadía de Vectis [Glenn Cooper: La Biblioteca de los muertos]
• La biblioteca tangerina del bulevar [Juan Goytisolo: Don Julián]
• La biblioteca de Tom Sawyer [Mark Twain: el ciclo de Tom Sawyer y Huck Finn]
• La biblioteca de Valentinito Torquemada, o de prodigios y superdotados [Pérez Galdós: Torquemada en la hoguera]
• La biblioteca del Dr. Zerlendi [Mircea Eliade: El secreto del doctor Honigberger]
• La biblioteca del cementerio de los libros olvidados [C. Ruiz Zafón: tetralogía de El cementerio de los libros olvidados; María Zaragoza: La biblioteca de fuego]
• La biblioteca de Babel [J. L. Borges: Ficciones]
• La biblioteca celestial [Fred Schepisi: El genio del amor]
Como se puede apreciar, se trata de bibliotecas de todo tipo y condición, ubicadas en una variedad de obras que van desde el libro de culto al best-seller, desde el canon a lo comercial. Pero lo singular de la obra es que, independientemente de su origen, Pascual las iguala con unos análisis que podían ser tomados como ensayos independientes, como investigaciones autónomas unidas por la trama abstracta de su condición imaginaria. No se trata de ensayos al uso, sino de ejercicios de estilo, escritos con el estilo fluido, sorpresivo y cautivador de quien sabe construir una buena historia y hacerla atractiva para el lector. Sumergirse en cualquiera de los capítulos de El gabinete mágico es entrar en un mundo imprevisible y desbordante, en el que la erudición del autor se despliega para generar recorridos múltiples, y otras tantas lecturas, cuyo final nunca se avizora, sostenidos por el ingenio y la habilidad de un discurso eminentemente literario.
Vázquez Montalbán, Camilleri, Padura, Sciascia, Flaubert, Hrabal, Dostoyevski, Baroja, Borges, Canetti, y un largo etcétera se nos presentan con los ojos del entomólogo que indaga en los gustos lectores, de ellos o de sus personajes, que idea un andamiaje conceptual repleto de remisiones, de referencias e imprevistos vínculos, un festín para los amantes de los libros y de la buena literatura.
Valga como ejemplo del estilo y el tono con el que están representadas las bibliotecas, la descripción de una un tanto singular, compuesta de un solo libro y portátil, que traemos a esta reseña por su, aparente, brevedad:
«Una biblioteca en un morral de cuero»
[André Brink: Al contrario]
Una biblioteca móvil había sido la del capitán Nemo en el Nautilus. Otra fue la de Estienne Barbier, que, «rebelde y proscrito», murió en alguna hedionda mazmorra de El Cabo a mediados del siglo XVIII. Más que móvil habría que llamarla portátil, porque se componía de un solo libro, pero acompañó a su dueño en todos sus viajes, y solo cambió de manos en los umbrales del último: se lo dejó como rehén a un anciano hotentote, que lo guardó como un objeto mágico. Barbier lo llamaba su vademécum, su «único compañero fiel». El ejemplar, tan «gastado y sobado» como habría de estarlo el Robinson de Betteredge, contenía «las hazañas del flaco caballero de La Mancha».
Estienne Barbier pasó «incontables horas» leyendo su libro. Cuenta él mismo que «había adoptado la costumbre de leerlo como dicen algunos que leen la Biblia: apoyando el libro sobre su lomo, dejando que se abra al azar, y empezando por la página que salga». Como todos los grandes lectores de un solo libro, Estienne Barbier, que hallaba en sus páginas muchas cosas «dignas de meditación», hacía, pues, sus sortes quixotescae.
Parece que lo heredó de su padre junto con un reloj. Deducimos que se trataba de una edición voluminosa y pesada, pues en una ocasión especialmente comprometida se vio obligado a abandonarlo para no lastrar en exceso su improvisado globo. Volvió a buscarlo, con riesgo de su vida: se sentía incapaz de huir sin el compañero de «tantos años de vagabundeo». Al ejemplar, encuadernado en piel, le faltaban unas páginas, producto de un atentado, y las demás estaban horadadas por un orificio de bala: en aquella ocasión el libro le salvó la vida. O quizá sea más exacto decir que solo aplazó su muerte.
Estienne Barbier nació en el valle del Loira en 1699, soñó frecuentemente con unos pechos de mujer, escribió un diario. Anotó en él las singularidades del león, del elefante, del rinoceronte, del puerco espín, y reservó una página especial para el unicornio y el hipogrifo. Condenado a ser «destripado y descuartizado», creemos que murió hacia 1740. (p. 171-172).
Decíamos «aparente», pues el cuerpo principal del texto se complementa con notas a pie de página, que aclaran, amplían y, en muchos casos, trazan nuevos recorridos para el texto principal, y que constituyen una suerte de afortunado injerto que expande interpretaciones y significados:
Como los antiguos hicieron sortes virgilianae con Virgilio, y Gabriel Betteredge, sortes robinsonianae con el suyo. El procedimiento ha llegado hasta ayer. Cuenta Pierre Bayard que aquel pintor de la Almohada de hierba de Soseki tenía el mismo método de lectura: «Abro el libro al azar como si lo echara a suertes ―explica el pintor― y leo la página en que se posan mis ojos: en eso reside lo interesante».
También a David Martín lo libró de la muerte un ejemplar de su propio libro, Los pasos del cielo: «La bala había atravesado la parte delantera de la cubierta, las casi cuatrocientas páginas, y asomaba como la punta de un dedo de plata por la cubierta trasera». Durante la guerra (in)civil los combatientes de las Brigadas Internacionales calcularon que «trescientas páginas son suficientes para salvar la vida de un hombre». No tuvo tanta suerte aquel soldado que registró Landero:
«Encontró en la mochila de un cadáver dos libros, a saber: el Viaje al centro de la fábula, de Augusto Monterroso, y El conde de Montecristo. Como llevarse los dos le pareció ya rapiña, y por no agravar la soledad del muerto, decidió apoderarse solo de uno. Tras muchas dudas, y por ir más ligero de equipaje, eligió el de Monterroso. Lo acomodó bajo la guerrera y, andando que te andarás, continuó su camino. Y he aquí que, más allá, siente un golpe en el pecho. Da un traspié, suspira, se desploma: una bala perdida lo ha acertado de lleno. En el último instante saca el libro y observa que la bala lo ha atravesado limpiamente desde el copyright hasta el código de barras, y que además le ha llegado hasta el centro mismo del corazón. Viaje al centro del corazón, es el sarcasmo que se le ocurre antes de morir, y aún alcanza a pensar que si hubiese elegido el de Dumas, a estas horas estaría vivo, y que su mala suerte se debe exclusivamente a la excesiva concisión del autor. // He aquí uno de los peligros de la brevedad.»
El gabinete mágico es una obra para degustar a pequeños sorbos, no para la lectura de continuo, que posee la virtud de renovarse con cada nueva consulta, de no agotar su significado en una primera aproximación. Bellamente editada por la editorial Siruela, constituye una obra singular en nuestro panorama literario, alejada de otros ejercicios como los efectuados por Alberto Manguel, Jesús Marchamalo, o más en la línea de Pascual, Mario Satz. Un libro para releer, una recomendación aplicable a muy escasas obras.
José Antonio Cordón García
Universidad de Salamanca. Instituto de Estudios Medievales, Renacentistas y de Humanidades Digitales
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