Richardson, Kim Michele. La librera de Kentucky. Trad., Ignacio Alonso Blanco. [Córdoba]: Berenice, 2023. 346 p. (Novela). ISBN 978-84-11312-51-6. 19,95 €.
De un tiempo a esta parte, numerosos canales digitales de divulgación literaria han celebrado la llegada de un nuevo término que se suma a un argot afectado por una evidente congestión anglicista. La denominada novela «cozy» es un subgénero que, lejos de remitirnos a una corriente precursora, recoge un buen puñado de temáticas, perfiles y ambientes comúnmente ligados a la literatura «mainstream» y que proporcionan, desde el momento en el que tecleas dicha expresión en el buscador, la promesa de una lectura agradable. Esta clase de propuestas apaciguan el hambre de nuevas tendencias en comunidades como Bookstagram o Booktube, lugares en los que, salvo honrosas excepciones, predominan creadores de contenido que incitan al consumo irracional de novedades editoriales.
Aunque la novela que aquí nos ocupa no termina de ajustarse a los criterios de la categoría expuesta, en ella encontramos una serie de elementos que responden a esa voluntad de narrar, partiendo de una cálida localización y una protagonista entrañable, una historia sombría. Por lo tanto, considero oportuno reseñar La librera de Kentucky (Berenice, 2023), obra de la escritora estadounidense Kim Michelle Richardson (Kentucky, 1957), tomando como referente un modelo de ficción comercial que tiene la experiencia de lectura placentera como requisito esencial.
El relato se ubica en el estado de Kentucky durante la década de la Gran Depresión. Los efectos de la crisis financiera acechan con especial crudeza los montes de la región este del país, territorio predominantemente rural y que depende en su mayoría del sector agrícola y la minería. Cussy Mary, el personaje principal, es una joven de origen humilde que vive junto a su padre en una cabaña de troncos en la despoblada localidad de Troublesome. La obra parte del enfrentamiento que se origina entre padre e hija cuando ésta, al cumplir diecinueve años, decide unirse al grupo de porteadoras de libros del distrito. El progenitor, veterano minero aquejado por una grave afección pulmonar tras décadas trabajando el carbón, desaprueba la decisión de Cussy Mary amparándose, no sólo en el riesgo al que se expone la muchacha adentrándose sola en los bosques, sino en la conveniencia de centrar toda su atención en encontrar un marido que le asegure un futuro respetable. El conflicto se resuelve pronto, pues en 1936, la autoridad recae exclusivamente en la figura paterna y, además, no tarda en aparecer un pretendiente que pese a doblar la edad de la chica convence al padre.
El acuerdo matrimonial dará paso a una accidentada noche de bodas en la que el marido, entregado a la misoginia de quien elige a una esposa exclusivamente para satisfacer sus necesidades domésticas y terrenales, sufre un infarto mientras fuerza a la recién casada en el lecho nupcial. Es aquí donde la narración alza el vuelo, con Cussy Mary regresando al hogar familiar y reincorporándose a su puesto de trabajo. Desde ese momento, el lector será testigo de las arduas jornadas laborales de la aprendiz de librera a domicilio, quien a lomos de una burra gruñona y holgazana recorrerá a diario las laderas de unas montañas de terreno impracticable.
El elemento central que alejaría la presente novela de la etiqueta «cozy» no es otro que la enorme cabida que se le da a la violencia física y verbal. La agresión sexual que sufre la protagonista por parte de su marido es el inicio de un proceso de persecución y enjuiciamiento que los habitantes del pueblo emprenderán contra ella. Sin embargo, de forma sistemática, a cada episodio traumático le seguirá una exhibición de bucolismo naturalista o una bella estampa pastoril. Esta voluntad de contrarrestar la brutalidad de múltiples pasajes con pequeñas dosis de preciosismo acaba derivando en un tono excesivo y frívolo. La falta de sutileza le hace un flaco favor al propósito supuestamente emancipador del texto, ya que lo convierte en inverosímil por arquetípico. Por otra parte, conviene añadir que, pese al poder que ostenta la familia del difunto esposo en el lugar, la fuente de legitimación principal para el linchamiento público hacia la joven viuda es otra. Debido a una alteración genética, su color de piel, entre el azul y el morado, despierta el rechazo de toda una comunidad que históricamente ha estigmatizado a un pequeño colectivo conocido como «los azules de Kentucky». Gracias a este nuevo objeto de escarnio, a través del que se nos presenta un personaje afectado por diversas variables de marginalidad, la autora encuentra otra veta para la vejación y el maltrato gratuito; tensando aún más la cuerda de una narración a la que le viene grande la causa social.
No hay equilibrio posible entre la representación del bien y el mal en una novela sujeta a los estándares de la literatura amable. El resultado es un retrato maniqueo en el que, si bien es cierto que puede cumplirse el objetivo de reflejar la hosquedad y el sexismo de la Norteamérica profunda, la renuncia al detenimiento en la construcción de los personajes y en la elección de sus acciones conduce a una visión descabellada de la problemática planteada. El ritmo narrativo siempre lo marcará la trama en detrimento de la cohesión argumental, cuya simplificación suele ser pretendida de cara a garantizar la asequibilidad del texto.
No hace mucho, en un pódcast dedicado al sector del libro en español, escuché una opinión acerca de la actitud con la que uno debe acudir a las presentaciones de libros que, de tan acertada, puede extrapolarse a la manera en la que convendría hablar públicamente de una obra como esta. En el programa se hablaba de estos encuentros como espacios para la legítima e inquebrantable celebración de algo tan complicado como es conseguir publicar. A un lado deben dejarse los comentarios sobre la buena o mala ejecución del relato, pues el espacio de la crítica es otro. En este caso, aunque toda reseña induce irremediablemente a opinar sobre el libro en cuestión, hago extensiva esa voluntad conciliadora afirmando que La librera de Kentucky es una obra correcta para la categoría literaria en la que se ubica. Esto es, una lectura entretenida y fácil de abordar para quienes el exceso y el morbo son perjuicios pasables en todo acto de lectura complaciente.
Marc Balboa Rafanell
De la 7.ª promoción de la Escola de Llibreria
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