Bauman, Zygmunt; Mazzeo, Riccardo. Elogio de la literatura. Barcelona: Gedisa, 2019. 174 p. (Cladema. Sociología). ISBN 978-84-17690-44-1. 18,90 €.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman y el editor y traductor italiano Riccardo Mazzeo mantuvieron una conversación epistolar, con el objetivo de comprender la condición humana, sobre la relación entre la sociología y la literatura; trataron de revelar cómo ambas formas de aprehensión humanística pueden influirse y fecundarse.
Las bases de la conversación
Mazzeo incide en la cooperación y retroalimentación constante entre los dos campos, a causa de que «los novelistas conseguían identificar y capturar los nuevos cambios en un estadio en el que, para la mayoría de los sociólogos, serían indetectables o ignorados y desatendidos debido a su marginalidad».
Bauman sostiene que la literatura y la sociología son hermanas siamesas ‒«comparten sus órganos digestivos y de alimentación, son inseparables quirúrgicamente»‒ por lo que debe aplicarse una hermenéutica secundaria, ya que se produce una reinterpretación de lo ya interpretado.
Prefiguraciones de la literatura que alimentan la sociología
Bauman menciona la figura del escritor suizo Robert Walser (poeta de lo antiheroico y lo humilde) y cómo su literatura encarna la aceptación de la dominación gracias a la ironía de sus personajes, de tal forma que éstos siempre obedecen servilmente al poder. Bauman señala que en la obra de Walser la obediencia y la servidumbre se convierten en libertad, ya que esa obediencia se asume y se acepta de forma sincera. Walser en su obra maestra Jakob von Gunten nos regala un personaje antológico: Jakob. Éste nunca se queja de sus dominadores, e incluso termina gustándole su servidumbre. Alegoría literaria de un universo cuyo poder demanda de una obediencia cuya invencibilidad es innegociable. Para Bauman la toxicidad de un mundo omnipotente y que exige obediencia acrítica ya fue descrita por Walser en la figura de Jakob, un personaje que prefigura al trabajador posmoderno.
Mazzeo lamenta la pérdida de mediadores culturales con la aparición de todo tipo de artefactos banales, alimentados por Internet: blogs, redes sociales, mensajería de teléfonos móviles, etc. Se cita el ensayo de Jonathan Franzen, The Kraus Project, en el que el autor norteamericano define la revista fundada por Karl Kraus en 1899, Die Fackel (La antorcha) como un «antiblog». La antorcha fue un vehículo cultural complejo, que exigía de sus lectores una formación intelectual exigente y que nunca banalizó o simplificó la dura realidad europea de principios de siglo XX. Franzen recibió como regalo de bodas de su mentor y profesor de literatura la compilación de La antorcha, y se tomó la molestia de traducirla al inglés.
Mazzeo nos dice que «transmitir no es de ninguna manera clonar; gracias a la transmisión, si todo va bien, uno se convierte en lo que estaba destinado a convertirse. […] ¿Cómo podemos convertirnos en nosotros mismos de verdad sin herencia, sin guía, sin voz propia, sin un mensaje con sentido?».
La conclusión resulta reveladora. Hemos perdido la figura del mediador cultural, «esencial para la continuación de la cultura y de la vida». La transmisión ha sido socavada.
Bauman y Mazzeo recurren a la distopía orwelliana de 1984, donde se crea una neolengua que elimina «matices redundantes del lenguaje» presentes en la lengua anterior (la «viejolengua»). «Se transforman las palabras, conservando tan solo su significado básico y liberándolas de las complicaciones semánticas de su realidad».
La intercomunicación por Internet, usando una neolengua creada exprofeso por la instrumentalidad del medio, afecta a nuestra sociabilidad, destruye toda curiosidad hacia los demás y como nos apunta el filósofo Jean-Michel Besnieren su libro L'homme simplifié (Fayard, 2012) «tras la aparente claridad y transparencia en las relaciones humanas en las que nada indefinido se tolera, se desata la pura brutalidad». La simplificación y el rechazo a lo inexplicable nos convierte en autistas sociales. Orwell prefiguró un modelo de comunicación que ya ha llegado. Nuevamente, triste revelación.
Pero probablemente la parte del texto que más me ha interesado es el capítulo 8, en que ambos autores recurren a Marcel Proust y al uso que éste hizo de las metáforas en su obra. El capítulo se titula «Metáforas del siglo XXI». Mazzeo nos recuerda que las metáforas literarias no son «meros adornos del discurso», mas al contrario: «son útiles para la imaginación y la comprensión».
El gran arte literario de Proust halló en las metáforas una forma privilegiada de claridad, de iluminación ante el muro de situaciones y realidades inextricables, ayudándonos a los lectores a «encontrar nuestra dirección en el mundo». Llegado a este punto, Mazzeo y Bauman, en homenaje a Proust recurren también a la metáfora para abordar tres fenómenos sociales: pantallas (selfie), Alzheimer y zombi.
La pantalla selfie como un espejo narcisista, por el que llegamos a un Alzheimer como vaciado de nosotros mismos, donde la memoria se ve relegada a los dispositivos electrónicos, perdiendo recuerdos, y convirtiéndonos finalmente en zombis (muertos vivientes).
El libro aporta muchas más ideas de las que aquí consigno, pero deberá ser el lector quien las descubra y profundice en ellas.
Sin duda el libro nos demuestra cómo la literatura y la sociología son caminos creativos complementarios, manteniendo una interacción perpetua y una inspiración mutua.
Eduard Felip Devesa
De la 5.ª promoción de la Escola de Llibreria
Literatura
Si no existís internet ni blogs no podriem publicar ressenyes com aquesta
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