Lewis, C. S. La experiencia de leer. Trad., Amado Diéguez. Barcelona: Alba, 2023. 126 p. (Trayectos). ISBN 978-84-9065-944-1. 18 €.
El autor de La experiencia de leer, el escritor y profesor británico de origen irlandés, C. S. (Clive Staples) Lewis (1898-1963) es un autor reconocido de la literatura contemporánea en lengua inglesa y forma parte de las lecturas recomendadas en numerosos centros de enseñanza secundaria tanto británicos como estadounidenses. Su novela más famosa, Las crónicas de Narnia, ha sido editada en numerosas lenguas e incluso llevada al cine. En cuanto a la actualidad del personaje, mientras escribo este texto leo sobre el inminente estreno de la película La última sesión de Freud, basada en la obra teatral del mismo título, escrita por Mark St. Germain en 2009, cuyo argumento es un diálogo ficticio entre Sigmund Freud, exiliado en Inglaterra, y C.S. Lewis, fundamentalmente sobre el cristianismo y la religión, temas muy presentes en su obra literaria y ensayística.
La experiencia de leer es un breve ensayo que aborda la forma de leer las obras literarias. No es un libro nuevo, pero eso no le quita actualidad, dado el creciente número de títulos que en los últimos años llenan las librerías y en los que el lector es actor imprescindible en la creación misma de la obra literaria. El libro debió causar impacto cuando se publicó en 1961 (An experiment in criticism, Cambridge University Press) y prueba de ello sería que no se ha dejado de reeditar desde entonces. En España se publicó por primera vez en 1982: Crítica literaria: un experimento (Antoni Bosch, 1982), y luego en catalán: Un experiment de crítica literària (Quaderns Crema, 1998), y de nuevo en 2000, por Alba Editorial, la edición precedente de la que estamos reseñando.
En una época en la que el debate se planteaba fundamentalmente entre la «alta» y la «baja» cultura y en las obras que debían o no entrar en el «canon» de la literatura y las artes, Lewis presenta en este ensayo un planteamiento realmente novedoso: definir la bondad de un libro por la forma como se lee y no por la autoridad preestablecida que los críticos o los académicos les han otorgado previamente. Es decir, todo libro puede tener un potencial artístico o literario si se sabe encontrar, es decir, si se sabe leer. Habría por tanto varios niveles de lectura, que podrían resumirse en dos tipos de lectores: los que practican la «buena lectura» y una mayoría de lectores a los que denomina «lectores no literarios». A estos dos tipos añadiría una tercera categoría que correspondería a los «profesionales», entre los que se encontrarían los críticos, el mundo académico y otros a los que se refiere como puritanos y devotos de la cultura.
A primera vista parecería una forma de aludir a la literatura de masas frente a la selecta que marcan las élites, algo muy propio de aquella época, o de cómo una base inculta de lectores va refinando sus gustos literarios a través de la educación y la lectura. Pero no, lo que viene a decir es que si un libro se lee «mal» no es un buen libro por muy consagrado que sea su autor. Solo tras una lectura seria de un texto se puede saber si es malo, pero nunca funciona al revés.
Para Lewis la «mala» lectura es la que hace el lector no literario, reconocible por una serie de características entre las que estarían: solo leen narrativa, buscan que sea verídico, emocionante y que satisfaga la curiosidad; siempre debe estar pasando algo, buscan el cliché, solo leen con la vista, prefieren lo mal escrito y reducen al mínimo el elemento verbal…
Para explicar mejor la idea, el autor recurre a comparar la literatura con otras artes, como la pintura y la música, donde, a pesar de las diferencias, se pueden establecer analogías. Piensa que el arte hay que recibirlo, más que usarlo, sin que ello signifique pasividad. No se trata de despreciar los gustos de la mayoría, ni lo popular o pegadizo, sino de ir más allá del sentimentalismo y no dejarse llevar por las emociones. Para el que la «recibe», la literatura es un fin en sí mismo; para el que simplemente la «usa», es tan solo un contenido.
Hasta aquí llegarían los cuatro primeros capítulos del libro, centrados en exponer la visión de Lewis sobre la forma de leer literatura. A continuación, cambia de registro para explicar desde su enfoque la presencia en la literatura de elementos tan influyentes en la literatura y las artes como son los mitos, la fantasía o el realismo. En el caso de los mitos, observa las diferentes lecturas que pueden hacerse, tanto extraliterarias como literarias, en función del lector; sobre la fantasía –que no debería asociarse exclusivamente con la infancia–, podría producir una cierta ensoñación en los lectores no literarios; en cuanto al realismo, además de los muy diferentes enfoques posibles (lógico, metafísico, político…), distingue en el ámbito literario entre el realismo de presentación y el realismo de contenido.
Aparte de un capítulo dedicado a la poesía, en el que realiza unas interesantes reflexiones sobre su carácter, su marco y su número menguante de lectores, el resto de los capítulos los dirige hacia el mundo académico y de la crítica literaria, del que él también formaba parte. Al leer sus opiniones queda más patente que su visión de la lectura es minoritaria pero no elitista, ya que observa que los lectores cultos y literarios también pueden hacer malas lecturas. Muy crítico con la literatura como disciplina académica, llega a afirmar que algunos especialistas acomodan los libros que leen a las materias que conocen y no como las obras de arte que son. Sobre los que denomina «críticos vigilantes», piensa que tienen buena intención, pero su idea de buena literatura está muy condicionada por su sistema de valores, aunque sean sabios. Por supuesto, manifiesta su admiración y respeto por algunos críticos y por los historiadores de la literatura, pues permiten al buen lector disfrutar más de lo que han leído. Con humor, ironiza al afirmar que no vendrían mal, tras tanto empacho de crítica literaria, 10 o 20 años de ayuno.
El «Epílogo» es un buen sumario de su pensamiento: el valor de la literatura no es contar verdades sobre la vida y contribuir a la formación cultural; la recepción de la obra es un fin en sí misma, pues existe un bien o valor específicamente literario. No hay que sobrecargar de teoría, ni contaminar con la teoría del valor. La lectura es un placer. La literatura y la ficción amplía nuestro ser, nos abre puertas y ventanas. Nos permite entrar en otras personas, ver a través de otros ojos.
Bibliotecario jubilado del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos
Afegeix un nou comentari