Eliot, Henry. The Penguin classics book. London: Penguin Random House, 2018. XIX, 459 p. ISBN 978-0-241-32085-3.
Cuenta la leyenda que Allen Lane (1902-1970), editor y fundador de Penguin Books, tuvo la idea de crear este sello al pasar por la estación de tren de Exeter en 1934 de regreso de un viaje en el que fue a visitar a Agatha Christie. Allí no encontró nada interesante a la venta para leer. En ese momento concibió una colección de libros de bolsillo adecuados para ser distribuidos en una máquina expendedora. Tal máquina llegó a instalarse en el exterior de la librería Henderson’s de Londres, haciendo posible su primera idea. Con el paso de los años, Penguin Books cumplió mucho más que esta primera aspiración.
Los años treinta del siglo XX fueron un momento de cristalización de un formato editorial y de ocio cultural como el libro de bolsillo, tanto por la existencia de crecientes capas de la población alfabetizadas e interesadas por la lectura de obras clásicas y contemporáneas, como por ser un momento, el de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado, en el que la televisión y otras ofertas no se habían desarrollado aún en todo su esplendor, ni se contemplaba aún la posibilidad de la revolución digital.
Penguin Books no fue la primera ni la última editorial en desarrollar con gran éxito este modelo, realizando una labor de extraordinaria eficacia para facilitar el acceso a numerosas obras literarias a un precio sin competencia de seis peniques.
Como precedente, cabe destacar la colección Albatross fundada en Hamburgo en 1932 por Kurt Enoch y otros, en el seno de Tauchnitz editores. Un sello editorial que ya desde el siglo XIX venía publicando obras de literatura inglesa como las novelas de Charles Dickens para todo el continente europeo. Enoch, que luego se ocuparía de dirigir Penguin USA, puso en marcha una colección con muchas de las innovaciones comerciales que posteriormente Allen Lane aplicaría en Penguin: pegar las páginas en lugar de coserlas, editar ejemplares de menor tamaño, llegar por nuevos canales –entre otros, las máquinas expendedoras–, cuidar de un modo muy especial la maquetación y la tipografía, y sobre todo, tener un catálogo ambicioso y exigente al alcance de amplios públicos.
Albatross también marcó un hito histórico en el diseño editorial con destacadas innovaciones como la utilización de códigos de color para diferenciar los géneros y temáticas de sus colecciones: un rasgo inseparable de los primeros años de Penguin y de otras editoriales posteriores.
Tal como decíamos, no fue la última. En 1937, Gonzalo Losada, que ya dirigía Espasa Calpe Argentina S.A. de forma independiente de la matriz española a causa de la Guerra Civil, puso en marcha la Colección Austral con la misma aspiración que Albatross y Penguin en cuanto a formatos de edición y estrategia comercial.
Las tres curiosamente compartían como logotipo un animal, el albatros, el pingüino y la cabra de la constelación de Capricornio visible desde el hemisferio Austral, que según cuenta Enric Satué iba a ser un oso polar de acuerdo con la primera propuesta del diseñador italiano Attilio Rossi, pero por consejo de Jorge Luis Borges fue finalmente este otro, el símbolo elegido:
Sobre Austral contamos con trabajos como «La Colección Austral: 75 años de cultura en el bolsillo (1937-2012)» de Juan Miguel Sánchez Vigil y María Olivera Zaldua (Palabra clave, vol. 1, n.º 2 (2012), p. 29-47), donde se cuenta la historia del logotipo. Pero no es fácil encontrar compilaciones sobre otras editoriales de este tiempo, como la presente sobre Penguin classics.
Penguin classics
Este es el contexto histórico y los motivos que impulsaron a los fundadores de Penguin Books, como a los de Albatross y Austral, en su propósito de ofrecer clásicos y obras contemporáneas, anteriormente de difícil acceso, a nuevos lectores. A veces las calidades de edición aguantaban mal el uso, pero la posibilidad de atesorar una biblioteca personal con obras de esta índole, era algo nunca antes soñado.
La obra que nos ocupa es una extraordinaria guía para conocer y comprender el alcance de la colección Penguin classics que se inició en 1946 con la nueva traducción de Emile Victor Rieu de La Odisea de Homero:
Esta nueva traducción supuso un éxito inesperado según Henry Eliot, actual director artístico de Penguin classics y autor de la obra que aquí abordamos:
«Towards the end of the Second World War, with his wife’s encouragement, Rieu submitted his translation to Allen Lane, the founder of Penguin Books. It was not a promising proposal on the face of it: eight versions of the Odyssey had been published between the wars, including five new translations of which only two had sold more than 3,000 copies (p. X).»
De un modo muy propio de su carácter según Eliot, Allen Lane no solo aceptó su traducción, sino que le encargó la dirección de la colección. Rieu no era un académico destacado por aquel entonces, era hijo del orientalista suizo Charles Pierre Henri Rieu (1820–1902), estudió en St Paul's School y en el Balliol College de Oxford, obteniendo «a first in Classical Honours Moderations» en 1908. Posteriormente se dedicó a la edición de libros educativos hasta el momento en el que se hizo cargo de Penguin classics.
Con el paso de los años, no por casualidad, la traducción de E.V. Rieu de La Odisea de Homero llegó a vender tres millones de copias y fue el libro más vendido de Penguin hasta la publicación en 1960 de El amante de Lady Chatterley. Su versión del texto perseguía no tanto la precisión filológica sino un «efecto equivalente» respecto a la obra original. Por ejemplo, donde la traducción literal de un verso de Homero podría ser: «As soon as Dawn appeared, fresh and rosy-fingered», Rieu tradujo: «No sooner had the tender Dawn shown her roses in the East», obviando los elementos alejados de la sensibilidad contemporánea.
El epíteto «rosy-fingered» en inglés o ῥοδοδάκτυλος en la forma griega atribuido a la Aurora, que aparece en el Canto II de La Odisea o el Canto I de La Ilíada, entre otros pasajes, siempre ha sido complejo para los traductores que pretenden escribir en un estilo lo más cercano posible al lector contemporáneo. Las traducciones más filológicas mantienen la literalidad, así en las publicadas por la Editorial Gredos encontramos: «[…] y al aparecer la hija de la mañana, la Aurora, de rosados dedos […]» (Ilíada, Canto I, 477, en la traducción de Emilio Crespo Güemes) o bien «[…] Al mostrarse la Aurora temprana de dedos de rosa» (Odisea, Canto II, 1, en la traducción de José Manuel Pabón).
Insistimos en este aspecto técnico de las traducciones griegas y latinas de Penguin classics, pues marcaron no solamente las traducciones de E.V. Rieu, sino su labor como editor de la colección y su colaboración con otros traductores. Según explica Eliot en su introducción:
«Rieu had a meeting with Allen Lane every few months, but otherwise operated from his home, with complete editorial independence, commissioning translators, issuing contracts and fixing royalties as he saw fit. His vision for Penguin Classics was to present “the general reader with readable and attractive versions of the great writers’ books in modern English, shorn of unnecessary difficulties and erudition, the archaic flavor and the foreign idiom that renders so many existing translations repellent to modern taste”. The second title in the series was H.N.P. Slomans’s translation of Maupassant’s Boule de suif and other stories; the third was The Theban plays by Sophocles, translated by E.F. Watling.
“There are three prerequisites for a good translation,” Rieu belived: “I give them in order of importance. The translator must know his own language; he must fall in love with his work; and he must understand the language of the original.” He began by inviting academics to submit translations for the series, but quickly found many of them unable to write good English; he preferred to commission professional writers and novelist, such as Robert Graves, Rex Warner and Dorothy L. Sayers. He developed what he called “the lodestar of the translator’s art”, his principle of “equivalent effect”: a translator should aim to provide his or her readers with the same experience that the work’s contemporary readers enjoyed. (p. XIII).»
Esta posición editorial no dejó de granjearse críticas ya en los años sesenta como la de D.S. Carne-Ross, académico de la Universidad de Boston, que encontramos reconocida en esta obra («the work done by Penguin Classics […] over the past two decades, they must be aware that a good deal of it is at best mediocre, some very bad indeed», p. 21) y respecto a la cual, Betty Radice responde argumentando a favor de la línea editorial de la casa:
«Penguin Classics aim at the impossible, in our struggles to be scholarly without being pedantic, to write good contemporary prose which is not ephemeral, to find poets who can present classical poets to nonclassical readers and stimulate rather than infuriate those who know the original.»
Posición por otra parte que no dejaba de estar clara en la declaración de la política de la colección que figuraba en las primeras páginas de cada título:
La compilación The Penguin classics book elaborada por Henry Eliot nos permite entender estas circunstancias, seguir la evolución del catálogo editorial, las fechas de edición de las primeras y segundas traducciones, entre otros detalles como los comentados sobre sus traductores, sobre los que se confirma esta preferencia de sus editores por un enfoque más allá de las autoridades académicas. Por ejemplo, E.F. Watling era maestro de escuela en Sheffield, crucigramista y director de teatro aficionado. J.M. Cohen, traductor de Cervantes, Pasternak o Rousseau para Penguin, después de haber trabajado en la empresa familiar y ejercer también como maestro de escuela, abandonó este trabajo para dedicarse durante varios años a la traducción del Quijote, entre otros casos de traductores con trayectorias similares.
Nuevo diseño editorial para nuevos tiempos
Aún bajo la dirección de E.V. Rieu, pero con su desagrado a causa de las decisiones de la casa que afectaban igualmente a otras colecciones como Modern classics, Pelican books, Peregrine books y otros sellos de la editorial, en 1963 se modifica el diseño icónico de sus cubiertas, abandonando el código de color que también había adoptado Austral e introducido Albatross en los años treinta.
El título número 121 de la colección, The Bhagavad Gita (Penguin Classics, 1962) traducido por Juan Mascaró, fue el último del antiguo diseño y el título número 122, Iphigenia, Phaedra, Athaliah de Jean-Baptiste Racine (Penguin Classics, 1963), ya presenta el nuevo diseño conocido como «Black Classics» y propuesto por el nuevo director de arte de Penguin, el italiano Germano Facetti. Este irónicamente llegó a convertirse también en un elemento tan icónico e influyente del diseño británico de los sesenta y setenta como el de sus antecesores:
En nuestro país también podemos rastrear la influencia de esta tendencia impulsada por Facetti en diseñadores como Alberto Corazón y sus cubiertas para la colección «Los clásicos» de la editorial Ciencia Nueva publicadas en 1965:
También ciertos periodos de Seix Barral y la literatura del boom, que recuerdan el uso de la imagen de fondo y tipografía sobre negro, tan característico de muchos diseños de cubiertas de Penguin de este periodo:
Y aún podemos rastrear su impronta en títulos de ediciones recientes como los diseños de cubierta de Joan Batallé para la Editorial Crítica:
Del maestro a sus discípulos
En 1964, Betty Radice y Robert Baldick sucedieron a E.V. Rieu como editores de Penguin classics. Hasta esa fecha, en un periodo de 18 años se habían publicado 136 títulos, no solo de clásicos griegos y romanos, sino también de otras literaturas. Los diez últimos antes del relevo incluyeron Aristóteles, Voltaire, Plinio el Joven, John Gower, Eurípides, Dante, Lao Tzu, Salustio, Beaumarchais, Constant e Ibsen (números 125 a 135).
Betty Radice, que primero fue asistente de E.V. Rieu desde 1959 hasta 1964, era también ella misma traductora de autores latinos como Plinio el Joven y Terencio, y tampoco había desarrollado una carrera académica profesional:
Radice y Baldick continuaron con el ejemplo de su maestro alternando clásicos griegos y romanos con obras de literatura rusa, francesa, española o nórdica, entre otras, desde la Edad Media hasta el siglo XIX.
Los siguientes títulos de la época Radice-Baldick son ejemplo de esta continuidad:
Epílogo y otras referencias
Pocas editoriales han desarrollado una trayectoria tan consistente, han sido tan influyentes y han documentado de mejor modo su labor. El lector interesado en The Penguin classics book también puede completar su interés con otras obras sobre el diseño editorial de Penguin como Penguin by design: a cover story 1935-2005 de Phil Baines (Penguin, 2005) y Classic Penguin: cover to cover de Paul Buckley (Penguin, 2016).
La completa base de datos digital que ofrece la web Penguin first editions también es un recurso útil para profundizar en el catálogo y en los datos relativos a diseñadores y fechas de publicación de cada título de la colección.
Alice Rawsthorn escribió para The Guardian en 2006 el artículo sobre el cambio producido en los años sesenta con el trabajo de Germano Facetti, al que también hemos dedicado nuestra atención.
Con relación a la revolución editorial de los libros de bolsillo de los años treinta, José Carlos Mainer nos ofrece más información sobre la Colección Austral y su relación con Penguin en el artículo «Un mundo de papel: cinco hitos de la imprenta española del siglo XX» publicado en Nueva revista, (28 sept. 2013), al tiempo que nos recuerda la disyuntiva de estoicos frente a ilustrados respecto al hábito de publicar y coleccionar demasiados libros, que hoy día sigue muy vigente para nosotros, al valorar el trabajo de estas editoriales y para reflexionar sobre las posibilidades del presente.
Eduardo Zotes
De la 7.ª promoción de la Escola de Llibreria
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