Echevarría, Ignacio. Una vocación de editor: un acercamiento personal a la figura y la labor editorial de Claudio López Lamadrid, lector y prescriptor entre dos siglos. Querétaro, México: Taller Editorial Gris Tormenta, 2020. 131 p. (Editor; 3). ISBN 978-607-97866-8-7. 10 €.
Una vocación de editor es un libro muy personal. No es una biografía al uso, es el cariñoso retrato de un buen amigo, de aquel que sobrevive a la muerte del otro. El mismo Claudio López Lamadrid describía así a Ignacio Echevarría en una entrevista concedida a Jot Down:
Ignacio Echevarría es, aparte de mi amigo del alma, Il miglior fabbro, que decía Dante. Es una persona de penetrante inteligencia, un estupendo crítico literario y el mejor técnico editorial que yo haya conocido. Educado por dos maestros como Norbert Denkel y Francisco Rico, ha llevado a cabo un trabajo memorable en el desarrollo de las Bibliotecas Universales y las Obras Completas, colecciones ambas de Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg. Trabajamos juntos en Tusquets, trabajamos juntos para Círculo… es como un hermano, mi cuate. Llevamos vidas paralelas.
Solo así podremos entender este libro que, lejos de perderse en lo sentimental, retrata tanto al ser humano como al gran profesional de la edición que fue López Lamadrid. Es un libro breve y de amena lectura que se estructura en cuatro partes. La primera es la presentación que la editorial dedica a la colección; la segunda es el prólogo, a cargo del editor y escritor Emiliano Monge, quien se confiesa amigo y discípulo de López Lamadrid; la tercera es el cuerpo principal del libro, un solo capítulo cuyo título coincide con el del libro; al final se nos ofrece una semblanza, un perfil, de Ignacio Echevarría y Emiliano Monge.
Monge escribe el prólogo como amigo, pero también desde su doble faceta de empleado (en Random House Mondadori México) y más tarde de escritor. López Lamadrid publicó sus libros en Literatura Random House (hoy, Penguin Random House) y el escritor y editor mexicano habla del peculiar carácter del editor español, de su tendencia a proteger su intimidad a la vez que mostraba un hábil y fácil trato con la gente. También adelanta, como hará luego Echeverría durante más de cien páginas, su gran sagacidad literaria, su capacidad de trabajo editorial y su generosidad personal.
El grueso del libro empieza con una pregunta: «¿Cómo se decanta una vocación de editor?» Y Echevarría prosigue:
Responder a esta pregunta parece bastante más sencillo en la actualidad que hace apenas unas décadas, cuando dedicarse a la edición de libros era algo que quedaba fuera del imaginario corriente entre los letraheridos; algo que solía ocurrírsele, sobre todo, a quien le venía dada ‒generalmente por familia‒ algún tipo de conexión con el gremio. (P. 29).
Tal fue el caso de Claudio López Lamadrid, pues su tío Antonio López Lamadrid dirigía la editorial Tusquets junto a su esposa Beatriz de Moura (De Moura había fundado la editorial en 1969 con su primer marido, Óscar Tusquets). En Tusquets coincidió con Echevarría y allí trabajó durante diez años, hasta 1989, cuando empezó una breve etapa de traductor y crítico literario freelance. Volvió a la edición para trabajar en la creación de Galaxia Gutenberg, de nuevo con Ignacio Echevarría.
Las respectivas trayectorias profesionales se separaron tras la creación de Galaxia Gutenberg y nunca volverían a encontrarse en la misma empresa. Ni siquiera en el mismo campo. En Una vocación de editor, el crítico literario, nacido el mismo año que su amigo, rememora con detalle sus caminos, ora paralelos, ora divergentes, ora coincidentes.
Lejos de ser una nota biográfica sentimental, entre las páginas de su libro Echeverría trenza una pequeña historia de la edición española, aunque más bien deberíamos decir de la edición hispanoamericana con sede en Barcelona. Lo hace de la mano de un editor que unió dos mundos, dos épocas y dos formas de entender su trabajo. Dice Echevarría:
Si bien Claudio se formó como editor, y no solo como lector, en unos tiempos ‒los años setenta y ochenta‒ en que algunos editores de referencia desempeñaron una importante función canalizadora de las más vivas corrientes de pensamiento y de la literatura internacionales, lo cierto es que a él le correspondió desarrollar su trabajo en un ámbito completamente transfigurado por la creciente concentración empresarial y por el impacto y los estragos que todavía sigue causando la irrupción de la tecnología digital. En estas circunstancias, el gran talento de Claudio consistió en no pretender perpetuar el modelo clásico de editor, que ya solo tiene continuidad en la labor resistencial de tantos pequeños editores. Por el contrario, entendió que la gran partida se jugaba en el campo creado por las grandes estructuras multinacionales, y empleó todas sus cualidades en servirse de los recursos y posibilidades de las mismas para enfrentar proyectos y estrategias que de otro modo mal cabría desarrollar. Proyectos y estrategias de alcance global que trató de impulsar intentando al mismo tiempo preservar y vehicular una cultura, la suya propia, atenta a criterios no solo comerciales. (P. 71-72).
Un profesional que conoció a quien debía conocerse, trató a quien debía tratar y dejó siempre un buen recuerdo, nada fácil cuando se es directivo literario de un gran grupo.
Ignacio Echevarría ha escrito un libro sencillo y profundo, cálido pero riguroso, un agradecido recuerdo del amigo y compañero de profesión. La prosa es reflexiva y fluida. La edición de Gris Tormenta es austera pero muy atenta a los detalles y su precio es una irresistible invitación.
Una vocación de editor es un retazo de historia de la edición hispanoamericana que va más allá de las cifras y los hechos. Es la edición a través de un ser humano.
Bernat Ruiz Domènech
Editor a Apostroph i professor de l’Escola de Llibreria
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