Cordón, José Antonio (coord.). Libro, lectores y lectura digital. Madrid: Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización, 2019. 306 p. (Metodologías humanísticas en la era digital; 2). ISBN 978-84-946603-8-2. 20 €.
Libros, lectores y lectura digital aborda cuestiones actuales sobre la lectura, el ecosistema editorial y sus protagonistas. Este completo monográfico constituye el segundo tomo de la colección «Metodologías humanísticas en la era digital» que publica el Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización, impulsado por el Grupo de Investigación Humanismo-Europa que dirige Pedro Aullón de Haro desde la Universidad de Alicante. La entidad, cuyo nombre recupera la figura y la obra del ilustrado Juan Andrés (1740-1817), promueve la dimensión humanística y global de la cultura mediante actividades y publicaciones sobre ciencias humanas.
Este volumen cuenta con la coordinación de José Antonio Cordón, autor del prefacio y del comentario bibliográfico final. Al frente de E-LECTRA, grupo investigador reconocido de la Universidad de Salamanca, Cordón es uno de los principales expertos en libros electrónicos y tecnologías digitales aplicadas a la lectura, lo que le otorga una perspectiva amplia y profunda para realzar líneas temáticas y referencias bibliográficas. Asimismo, integran el ejemplar diez artículos, dos ediciones de textos y una entrevista dialogada, que desarrollan trabajos de relieve sobre la materia. Además, cuatro ejes articulan las colaboraciones en torno a la función de las bibliotecas, el oficio editorial, la evolución de la escritura y la naturaleza de las prácticas lectoras. De esta manera, muestran la repercusión del paradigma digital en la creación literaria, en la edición y en los procesos de lectura, a la vez que su coexistencia con métodos de producción, difusión y consumo de libros impresos.
«Consideraciones sobre la lectura y la lectura digital: legibilidad, lecturabilidad y sistemas discursivos» (p. 9-32), del profesor Cordón, comienza Libros, lectores y lectura digital con reflexiones sobre cómo Internet y los dispositivos digitales repercuten en los modos de leer. En el ámbito español, estos cambios suelen registrarse en informes sectoriales como los publicados por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), que crean «nuevas legitimidades» (p. 15) del entorno digital y constatan la metamorfosis de la lectura. Otra cuestión destacable se centra en la comprensión o lecturabilidad de los textos y en su accesibilidad: argumentos en los debates que confrontan la lectura en papel a la digital. Si bien esta goza de atractivos y utilidades, numerosas investigaciones coinciden en remarcar carencias de la lectura digital, puesto que las herramientas para navegar la web, llamar y consultar redes sociales generan sobrecarga cognitiva y dispersión de la atención. Por eso, los medios digitales, sobre todo los que se conectan a Internet, requieren de un aprendizaje para la lectura. Al ser soportes en constante desarrollo, su implantación y repercusión siempre se debe seguir estudiando.
El primer artículo del libro corresponde a Vincenzo Trombetta, profesor de la Università degli Studi di Salerno. En «La invención institucional de la lectura pública en el Nápoles español» (p. 35-50), Trombetta expone con rigor historiográfico y gran erudición el origen de la biblioteca de la Università degli Studi di Napoli y el de la Libraria de Sant’Angelo a Nido. Ambas ilustran el modo en que las instituciones partenopeas dieron forma a la lectura como bien público en el siglo XVII. Pedro Fernández de Castro Andrade y Portugal, VII conde de Lemos y virrey de Nápoles, fue activo mecenas de la cultura y promotor de la primera biblioteca orientada a la lectura pública. Concebida en el marco de una institución académica, cuya constitución seguía el modelo de la Universidad de Salamanca, no llegó a inaugurarse entonces porque Pedro Téllez-Girón y Guzmán, duque de Osuna y sucesor del conde de Lemos en Nápoles, no aplicó las disposiciones para ponerla en marcha. Sin embargo, décadas más tarde, en 1691 y por iniciativa de la familia Brancaccio, se abrió el primer espacio para la lectura pública en la iglesia de Sant’Angelo y sus edificios adyacentes: la biblioteca brancacciana.
A continuación, M.ª Araceli García Martín, directora de la biblioteca de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), ahonda en «La utilidad de la lectura y el sentido de las bibliotecas» (p. 51-68) partiendo de la trayectoria de este organismo adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores español. La biblioteca de la AECID data de 1940 y se especializa en tres campos de las ciencias humanas: América Latina, el mundo árabe e islámico y la cooperación para el desarrollo. García Martín examina con detalle aspectos primordiales de las bibliotecas: su función para los lectores, las campañas de animación a la lectura, el rol del espacio tradicional frente al digital y el posicionamiento del libro, los autores y los lectores como pilares del oficio. Dado que el sector del libro está sujeto a dinámicas de las industrias culturales, no solo depende de los campos formativo y del conocimiento, sino del mercado y los negocios. Por eso, experimenta cambios sustanciales en el enfoque de la lectura, de su aprendizaje y de su consumo.
Enriquece este artículo el pensamiento de la autora sobre el papel de la cultura y del saber en la pedagogía actual. Destacan sus observaciones sobre cómo el desarrollo estrictamente competencial no aporta un sentido profundo a la vida del alumnado, sino que crea perfiles amoldables a los vaivenes de la economía. De ahí parte una de las orientaciones de los proyectos de la biblioteca de la AECID: conjugar el acceso a la formación práctica sin renunciar a la dimensión humana. Aun así, las bibliotecas se enfrentan a dificultades como la despoblación de usuarios, la oferta de ocio, la falta de reconocimiento público y la rivalidad de la tecnología. Por eso, la apuesta por digitalizar fondos y servicios, aunque reste lectores presenciales, difunde los catálogos y las actividades de estas instituciones. García Martín señala cuestiones trascendentales para la actual sociedad de la información cuando apunta que el constante interés por lo nuevo conlleva la devaluación del libro. Sin embargo, velar por las obras que sustentan la identidad de una comunidad es tarea vital, ya que, si dejara de existir una línea de continuidad en la cultura, la pervivencia del conocimiento no estaría garantizada. Por lo tanto, cabe seguir leyendo y animando a la lectura para que el pensamiento crítico, la creatividad, la educación, la investigación y la diversidad contribuyan al buen desarrollo social.
José Antonio Sánchez Paso, editor de la Universidad de Salamanca, cartografía el quehacer editorial en el tránsito de la publicación exclusivamente impresa a la convivencia con formatos digitales. «El buen gusto del editor como lector» (p. 69-108) traza un recorrido amplio y preciso de la edición entre la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, de sus funciones y de la experiencia de numerosos maestros del oficio. Al igual que en el capítulo anterior, este deja entrever la vocación de quien se ha dedicado a la profesión durante años y conoce sus entrañas. Asimismo, ejemplifica la inestimable secuencia del conocimiento que indicaba García Martín (p. 62), su carácter acumulativo, el interés por transmitir la cultura entre generaciones y la imprescindible tarea prescriptora de editores y bibliotecarios, más todavía ante la sobreabundancia informativa. La colaboración de Sánchez Paso explica el dualismo que atraviesa la figura del editor: por un lado, el «empresario que edita libros» (p. 69) o publisher y, por otro, quien se comunica con los autores y trata el texto original desde que se recibe hasta que se publica.
Al menos en las últimas siete décadas, los editores han intentado mantenerse incólumes en contextos de crisis crónica causados por las nuevas formas de producción, la concentración de negocios y la irrupción de dispositivos digitales. La intensa mercantilización −considerada por puntales del sector como «la edición sin editores» (André Schiffrin) o «la edición sin edición» (Éric Vigne)− ha acabado en una contradictio in terminis que Constantino Bértolo plasmó en una entrevista con Nuria Azancot para El Cultural en 2004: «Hemos llegado a una situación en la que un editor que lea empieza a estar mal visto» (p. 79). Si sus funciones consisten en seleccionar títulos para el catálogo, leerlos concienzudamente, trabajarlos para lograr un producto acabado −encargando correcciones ortotipográficas o de estilo, controlando la calidad de la maqueta o revisando las pruebas finales−, gestionar contratos y calendarios, y desarrollar canales de comunicación con los lectores, la autopublicación y la miríada de opciones digitales parecen cuestionar su figura más si cabe. Sin embargo, según Robert Darnton en The case for books (Public Affairs, 2010), la capacidad selectiva y el filtro de informaciones se halla en la esencia del oficio. Por consiguiente, los editores representan la versión perfeccionada del algoritmo prescriptor porque condensan el manejo de las tecnologías y el saber acumulado tras siglos de existencia gremial.
En «Metodología experimental en la investigación sobre prácticas lectoras en el ámbito digital: una revisión sistemática de literatura» (p. 109-125), Almudena Mangas-Vega y Javier Merchán Sánchez-Jara, de la Universidad de Salamanca, exploran la literatura científica. Se trata de un necesario ejercicio de criba y análisis que identifica tendencias, necesidades y nuevas vías de investigación. Numerosas disciplinas se han orientado a estudiar la transformación de los lectores: la información y la documentación, la filología, la literatura, la historia, la psicología, las ciencias cognitivas o la informática. Por esta razón, los autores han escogido artículos centrados en el entorno escolar. De este modo, determinan la repercusión tecnológica en el aprendizaje y en la comprensión, proporcionan datos sobre la efectividad de los soportes digitales, constatan resultados contradictorios en los beneficios y perjuicios de leer en papel o pantalla, reafirman la importancia de planificar las tareas y confirman la escasez de investigaciones sobre accesibilidad para lectores con necesidades específicas.
El siguiente trabajo, a cargo de Raquel Gómez-Díaz y Araceli García Rodríguez, del grupo E-LECTRA, se adentra en el examen de «Los dispositivos y la lectura digital: un mundo de pantallas» (p. 127-139). Las autoras parten de una definición clara e ilustrativa del Diccionario digital de nuevas formas de lectura y escritura (DiNle). También, de fuentes para evaluar las rutinas de lectura como los informes Hábitos de lectura y compra de libros en España de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), los publicados por el Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (ONTSI) o los anuarios de la entidad Acción Cultural Española (AC/E). De ellos, obtienen referencias para un análisis acotado en su extensión y abarcador en la descripción de contenidos, canales y soportes. Resulta de suma utilidad la clasificación propuesta para categorizar los dispositivos según se dediquen solo a la lectura (e-readers) o a otras actividades (ordenadores, tabletas, teléfonos inteligentes). Esta tipología, contrastada con datos de los informes, evidencia que los aparatos dedicados carecen de la popularidad que los ordenadores, las tabletas y los móviles donde se reúne el grueso de lectores ocasionales. Por este motivo, Gómez-Díaz y García Rodríguez concluyen manifestando la relevancia de potenciar contenidos digitales para la lectura en todo tipo de medios.
El artículo de Daniel Escandell, profesor de la Universidad de Salamanca y experto en textualidades digitales, abre el apartado sobre escritura y lectura. «Emergencia textual: la logoemesis como definidora de la interacción con el texto digital» (p. 141-154) establece una taxonomía de la creación literaria a partir del concepto de logoemesis, acuñado para identificar mecanismos de la obra digital que requieren la interacción lectora para que emerja el texto ocultado por el creador. Las figuras logoeméticas se contraponen a las de naturaleza logofágica que Túa Blesa, especialista de la Universidad de Zaragoza, reconoció como producto de la tachadura y la negación discursiva autorial. Ambas aproximaciones se sitúan en un plano texto-visual de la creación que genera interacciones experimentales en interfaces de ordenadores, tabletas y móviles de entre las que Escandell destaca las piezas Grita (2005) de José Aburto o Know (2011) de Jason Edward Lewis.
Elena Sánchez-Muñoz, investigadora vinculada al grupo E-LECTRA, aborda los cambios en la morfología de la lectura. En «De la protolectura a la lectura digital: transformaciones y mutaciones» (p. 155-180), estudia en qué medida la virtualidad de los formatos electrónicos determina el hecho lector. La autora analiza perspectivas que interpretan estas mutaciones: desde aquellas que argumentaban el final del libro impreso (Nicholas Negroponte), el advenimiento de nativos e inmigrantes digitales (Marc Prensky), la resiliencia del papel (Roberto Casati), la dialéctica entre lectura profunda y superficial (Maryanne Wolf, Naomi Baron), hasta las que no consideran que el soporte digital interfiera en la lectura impresa (Daniel T. Willingham y Sara J. Margolin).
Sánchez-Muñoz aporta conocimiento de fondo para evitar posiciones adánicas o maniqueas en los debates que comparan la pantalla y el papel. Este saber se aprecia en la aproximación histórica con que identifica dicotomías de la transmisión cultural en los últimos siglos: los pares que contraponen la oralidad a la escritura, la transición del libro manuscrito al impreso, la coexistencia de linealidad e hipertextualidad o la contextualización de la lectura física y la ubicua descontextualización de la virtual. Así, la tecnología y la resistencia al cambio, naturalmente, provocan aceptación o rechazo. Por tanto, el papel pervive junto a los textos digitales y los lectores alternan dispositivos en una suerte de heterogeneidad que Sánchez-Romero llama «lectura continuada» (p. 174) e identifica la morfología lectora de nuestro tiempo.
Ante este panorama, surgen interrogantes como el que plantea Isabel Morales Sánchez, de la Universidad de Cádiz, en «Inmersiones lectoras: literatura y lectura digital» (p. 181-200): ¿de qué manera se afronta la lectura digital en contextos literarios? La profesora Morales centra su estudio en «espacios experimentales de lectoescritura» (p. 185), ya que las transformaciones de la era digital −en su triple condición de fragmentadas, híbridas e inmediatas− no solo influyen en los soportes de lectura o en las habilidades lectoras, sino en la producción del texto. De modo que la investigadora, experta en teoría de la literatura y tecnologías aplicadas a la lecto-escritura, desarrolla un modelo para analizar la «lectura digital estética» (p. 188), es decir, un mecanismo para interpretar códigos creativos y estrategias inmersivas multimodales. Las prácticas lectoras de estos espacios, frecuentemente colaborativos, generan un receptor activo que −en la línea apuntada por Daniel Escandell− origina lo que Morales García define con el término «escrilector» (p. 183) o lector de literatura digital. Los aparatos electrónicos motivan a los jóvenes, por lo que la autora subraya la trascendencia de adaptar la formación lectora al entorno digital con el fin de mantener el pensamiento crítico y la capacidad de apreciación estética.
El apartado sobre aspectos cognitivos y humanidades digitales se inicia con la contribución de Héctor García Rodicio, profesor de la Universidad de Cantabria e investigador del grupo Lectura, Escritura y Aprendizaje a través del Discurso (LEAD). En «Lectura digital: qué es y cómo rinden nuestros estudiantes» (p. 201-222) detalla el funcionamiento de una competencia básica: la comprensión lectora. Mejorarla requiere evaluar el rendimiento lector y, para ello, el aula ofrece espacio para un trabajo de campo idóneo. García Rodicio basa su metodología de investigación en los modelos TRACE (Task-based Relevance Assessment and Context Extraction) de Jean-François Rouet y M. Anne Britt, e IPS (Information Problem Solution) de Saskia Brand-Gruwel, Iwan Wopereis y Amber Walraven. Demuestra su hipótesis mediante el ejemplo de una posible tarea que el alumnado resolvería con pautas de búsqueda, selección y lectura contrastada. De esta manera, el docente guía y observa el ejercicio en sus diferentes estadios de interpretación: planificación (qué cabe averiguar y cómo), evaluación (qué material se selecciona) e interpretación (elaborar representaciones mentales según lo leído).
El método cognitivo con que el autor analiza la comprensión parte del ciclo de construcción e integración de redes conceptuales demostrado por Walter Kintsch, referente de la psicología y la neurociencia, en Comprehension: a paradigm for cognition (Cambridge University Press, 1998). García Rodicio aporta conclusiones indispensables para afianzar actividades de lectura en el aula: hay que conocer los contextos y las fuentes, precisar la fiabilidad de la información, ser capaz de navegar en la web, autorregular el acceso a materiales, determinar los textos necesarios para llevar a cabo la tarea encomendada y, sobre todo, entender el significado de las palabras.
Por último, Alejandro Benito Santos y Roberto Therón Sánchez, expertos en visualización de datos del Grupo de Investigación en Interacción y e-Learning (GRIAL) de la Universidad de Salamanca, recorren esta materia en «La visualización de datos en la lectura digital moderna: pasado, presente y futuro» (p. 223-240). La panorámica contempla hitos de las humanidades digitales desde los primeros trabajos de Roberto Busa con el Index Thomisticus en los años cuarenta del siglo XX, el nacimiento de la Association for Literary and Linguistic Computing (ALLC) o el de la Association for Computers and the Humanities (ACH) ‒que convergieron en la Alliance of Digital Humanities Organizations (ADHO) en 2005‒, el origen de los estándares de marcado Tuebingen System of Text Processing Program (TUSTEP) y Texting Encoding Initiative (TEI), hasta la eclosión del big data.
En este entorno, la visualización cimenta los estudios digitales humanísticos, ya que permite filtrar ingentes cantidades de datos y realizar nuevas interpretaciones sobre fenómenos históricos, filosóficos o literarios. Así, se aproxima a la noción de lectura distante de Franco Moretti, fundador del Stanford Literary Lab con Matthew Jockers en 2010. Para Moretti, esta técnica ofrece mayor perspectiva sobre grandes conjuntos de datos y resultados inéditos que se muestran con mapas, gráficos, líneas temporales o nubes de palabras. Ahora bien, como señalan Benito Santos y Therón Hernández, cabe mejorar el encaje computacional para que el uso de las herramientas no impida interpretar la información cualitativamente.
El apartado de ediciones contiene dos obras que enriquecen el tomo. En primer lugar, «La organización del tiempo en el arte del libro» (p. 243-247): escrito por Pável Florenski (1882-1937), uno de los pensadores rusos más destacados de su época, y traducido por Natalia Timoshenko Kuznetsova, que sitúa al autor en una nota explicativa. El fragmento de Florenski desarrolla el principio de «integridad del libro» (p. 244) para referirse a la totalidad de la obra literaria y a su composición en tanto que objeto. En sintonía con las palabras de Juan Ramón Jiménez citadas en el artículo de José Antonio Sánchez Paso: «en ediciones diferentes, los libros dicen cosas distintas» (p. 104). Se trata de una aproximación armónica a los libros como piezas significativas, pues su aspecto externo condiciona el interno.
A continuación, «El vicio de la lectura» (p. 249-257) de Edith Wharton (1862-1937), traducido por Davide Mombelli, cuenta, asimismo, con una nota sobre la autora norteamericana y sobre el texto. La singularidad del fragmento radica en la tipología de lectores que propone Wharton y en sus observaciones sobre el «lector mecánico» (p. 251). Este se enmarca en un medio determinado por las transformaciones que la producción masiva ocasionaba en la percepción de los fenómenos culturales. Lo que, años después, supondría la pérdida del aura para Walter Benjamin o el surgimiento de la industria cultural para Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, ya late en las descripciones con que la autora de La edad de la inocencia plasma el mecanicismo de la lectura, los escritores y la crítica de su tiempo. A modo anecdótico, podría señalarse que el lector mecánico y su marco contextual parecen aproximarse al tipo de lectura que generan los libros electrónicos. Por tanto, las reflexiones de Edith Wharton resuenan especialmente como aviso para navegantes digitales.
La entrevista dialogada entre David Lewis, del Oxford e-Research Centre, y Javier Merchán Sánchez-Jara, miembro de E-LECTRA, ‒«Desarrollo e impacto de las tecnologías digitales en la lectura e interpretación musicológica: una revisión crítica de desafíos y oportunidades» (p. 261-278)‒ proyecta el enfoque humanístico-digital a la música clásica. El uso de la tecnología facilitaría la edición de textos, la distribución de contenidos y la digitalización. Sin embargo, según observan Lewis y Merchán, dos rasgos distintivos llaman la atención: la preferencia por el papel entre los consumidores y el hecho de que no se hayan producido, aún, grandes cambios en los patrones de lectura. Por este motivo, consideran si el paradigma de lo impreso resulta irremplazable y se plantean si se ajusta mejor a las necesidades del lector musical. La paradoja radica en que, si bien parece haber resistencias, la situación favorece el surgimiento de campos por desarrollar en la enseñanza y el aprendizaje, en el análisis, en la web semántica ‒sistemas de recomendación y datos enlazados‒, en la gestión de repositorios y la edición de obras ‒estándares de codificación de Musical Encoding Initiative (MEI)‒, en recursos multimedia aplicados a las partituras o en iniciativas que creen experiencias inmersivas. Por ejemplo, cabe recordar el documental Symphony (2020) que sumerge a los espectadores en el mundo de la música clásica de la mano del director Gustavo Dudamel, la Mahler Chamber Orchestra y unas gafas de realidad aumentada. En definitiva, el diálogo de Lewis y Merchán transmite un horizonte de posibilidades que deja con ganas de seguir leyéndoles o de escucharlos conversar.
Por último, el comentario bibliográfico de José Antonio Cordón ‒«Sobre el libro, la edición y la lectura digital» (p. 281-294)‒ concluye el volumen y hace un aporte esencial de obras especializadas. Además de recomendar títulos que no pueden faltar en la biblioteca de profesionales del sector, docentes, investigadores o de quien se estrene en estos temas ‒El desorden digital, Elogio del papel, Elogio del texto digital, Estética de la lectura, Gutenberg 2.0, La industria del libro o Las reglas del arte‒, destaca la indispensable tarea de las editoriales Trea y Trama que, en sus respectivas colecciones «Biblioteconomía y administración cultural (Historia de la cultura escrita)» y «Tipos móviles», cubren lagunas bibliográficas, recuperan obras de cabecera y mantienen la continuidad del conocimiento.
Libros, lectores y lectura digital constituye un compendio muy rico en ideas, argumentos y bibliografía, necesario para tomar el pulso sobre esta temática y los autores de referencia. Somos herederos de Gutenberg, responsables de mantener el hilo conductor de la cultura entre generaciones. Papel, pantalla, offset, print on demand, tinta electrónica o vegetal, pero no dejemos de compartir el goce del saber y el gusto por la lectura.
Ana González Tornero
Profesora lectora
Departamento de Filología Hispánica, Teoría de la Literatura y Comunicación
Universitat de Barcelona
Hereus de Gutenberg: llibres, lectors i lectures a l’era digital
Cordón, José Antonio (coord.). Libro, lectores y lectura digital. Madrid: Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización, 2019. 306 p. (Metodologías humanísticas en la era digital; 2). ISBN 978-84-946603-8-2. 20 €.
Libros, lectores y lectura digital aborda qüestions actuals sobre la lectura, l’ecosistema editorial i els seus protagonistes. Aquest complet monogràfic constitueix el segon tom de la col·lecció «Metodologías humanísticas en la era digital» que publica l’Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización, impulsat pel Grup de Recerca Humanismo-Europa que dirigeix Pedro Aullón de Haro des de la Universitat d’Alacant. L’entitat, el nom de la qual recupera la figura i l’obra de l’il·lustrat Joan Andrés i Morell (1740-1817), promou la dimensió humanística i global de la cultura mitjançant activitats i publicacions sobre ciències humanes.
Aquest volum compta amb la coordinació de José Antonio Cordón, autor del prefaci i del comentari bibliogràfic final. Al capdavant d’E-LECTRA, grup de recerca reconegut de la Universitat de Salamanca, Cordón és un dels principals experts en llibres electrònics i tecnologies digitals aplicades a la lectura, la qual cosa li atorga una perspectiva àmplia i profunda per realçar línies temàtiques i referències bibliogràfiques. Així mateix, integren l’exemplar deu articles, dues edicions de textos i una entrevista dialogada, que desenvolupen treballs de relleu sobre la matèria. A més, quatre eixos articulen les col·laboracions al voltant de la funció de les biblioteques, l’ofici editorial, l’evolució de l’escriptura i la naturalesa de les pràctiques lectores. D’aquesta manera, mostren la repercussió del paradigma digital a la creació literària, a l’edició i als processos de lectura, alhora que la seva coexistència amb mètodes de producció, difusió i consum de llibres impresos.
«Consideraciones sobre la lectura y la lectura digital: legibilidad, lecturabilidad y sistemas discursivos» (p. 9-32), del professor Cordón, comença Libros, lectores y lectura digital amb reflexions sobre com Internet i els dispositius digitals fan sentir el seu efecte en els modes de llegir. A l’àmbit espanyol, aquests canvis solen registrar-se en informes sectorials com els publicats per la Federació de Gremis d’Editors d’Espanya (FGEE), que creen «nuevas legitimidades» (p. 15) de l’entorn digital i constaten la metamorfosi de la lectura. Una altra qüestió destacable se centra en la comprensió o lecturabilitat dels textos i en la seva accessibilitat: arguments als debats que confronten la lectura en paper i la digital. Tot i que aquesta gaudeix d’atractius i utilitats, nombroses investigacions coincideixen a remarcar carències de la lectura digital, ja que les eines per navegar la web, trucar i consultar xarxes socials generen sobrecàrrega cognitiva i dispersió de l’atenció. Per això, els mitjans digitals, sobretot els que es connecten a Internet, requereixen d’un aprenentatge per a la lectura. Com que es tracta de suports en constant desenvolupament, la seva implantació i repercussió sempre s’ha de continuar estudiant.
El primer article del llibre correspon a Vincenzo Trombetta, professor de la Università degli Studi di Salerno. A «La invención institucional de la lectura pública en el Nápoles español» (p. 35-50), Trombetta exposa amb rigor historiogràfic i gran erudició l’origen de la biblioteca de la Università degli Studi di Napoli i el de la Libraria de Sant’Angelo a Nido. Ambdues il·lustren de quina manera les institucions napolitanes van donar forma a la lectura com a bé públic al segle XVII. Pedro Fernández de Castro Andrade y Portugal, VII comte de Lemos i virrei de Nàpols, fou actiu mecenes de la cultura i promotor de la primera biblioteca orientada a la lectura pública. Concebuda en el marc d’una institució acadèmica, la constitució de la qual seguia el model de la Universitat de Salamanca, no va arribar a inaugurar-se aleshores perquè Pedro Téllez-Girón i Guzmán, duc d’Osuna i successor del comte de Lemos a Nàpols, no va aplicar les disposicions per a la seva posada en marxa. Tanmateix, dècades més tard, el 1691 i per iniciativa de la família Brancaccio, es va obrir el primer espai per a la lectura pública a la església de Sant’Angelo i els seus edificis adjacents: la biblioteca brancacciana.
A continuació, M.ª Araceli García Martín, directora de la biblioteca de l’Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), aprofundeix en «La utilidad de la lectura y el sentido de las bibliotecas» (p. 51-68) partint de la trajectòria d’aquest organisme adscrit al Ministeri d’Afers Estrangers espanyol. La biblioteca de l’AECID data de 1940 i s’especialitza en tres camps de les ciències humanes: Amèrica Llatina, el món àrab i islàmic, i la cooperació per al desenvolupament. García Martín examina amb detall aspectes primordials de les biblioteques: la seva funció per als lectors, les campanyes d’animació a la lectura, el rol de l’espai tradicional davant del digital i el posicionament del llibre, els autors i els lectors com a pilars de l’ofici. Pel fet que el sector del llibre està subjecte a dinàmiques de les indústries culturals, no només depèn dels camps formatiu i del coneixement, sinó del mercat i dels negocis. Per això, es produeixen canvis substancials quant a l’enfocament de la lectura, del seu aprenentatge i del seu consum.
Enriqueix aquest article el pensament de l’autora sobre el paper de la cultura i del saber en la pedagogia actual. Destaquen les seves observacions sobre com l’avenç estrictament competencial no aporta un sentit profund a la vida de l’alumnat, sinó que crea perfils emmotllables als vaivens de l’economia. D’això parteix una de les orientacions dels projectes de la biblioteca de l’AECID: conjugar l’accés a la formació pràctica sense renunciar a la dimensió humana. No obstant, les biblioteques afronten dificultats com la despoblació d’usuaris, l’oferta d’oci, la manca de reconeixement públic i la rivalitat de la tecnologia. Per això, l’aposta per digitalitzar fons i serveis, encara que resti lectors presencials, difon els catàlegs i les activitats d’aquestes institucions. García Martín assenyala qüestions transcendentals per a l’actual societat de la informació quan apunta que l’interès constant per allò nou comporta la devaluació del llibre. Ara bé, vetllar per les obres que sustenten la identitat d’una comunitat és una tasca vital, ja que, si deixés d’existir una línia de continuïtat en la cultura, la pervivència del coneixement no estaria garantida. Per tant, cal seguir llegint i animant a la lectura perquè el pensament crític, la creativitat, l’educació, la recerca i la diversitat contribueixin al desenvolupament social.
José Antonio Sánchez Paso, editor de la Universitat de Salamanca, cartografia el quefer editorial en el trànsit de la publicació exclusivament impresa a la convivència amb formats digitals. «El buen gusto del editor como lector» (p. 69-108) traça un recorregut ampli i precís de l’edició entre la segona meitat del segle XX i començaments del XXI, de les seves funcions i de l’experiència de nombrosos mestres de l’ofici. Igual com en el capítol anterior, aquest deixa entreveure la vocació de qui s’ha dedicat a la professió durant anys i coneix les seves entranyes. Així mateix, exemplifica la inestimable seqüència del coneixement que indicava García Martín (p. 62), el seu caràcter acumulatiu, l’interès per transmetre la cultura entre generacions i la imprescindible tasca prescriptora d’editors i bibliotecaris, més encara davant la sobreabundància informativa. La col·laboració de Sánchez Paso explica el dualisme que travessa la figura de l’editor: per una banda, l’«empresario que edita libros» (p. 69) o publisher i, per l’altra, qui es comunica amb els autors i tracta el text original des que es rep fins que es publica.
Almenys durant les últimes set dècades, els editors s’han intentat mantenir incòlumes en contextos de crisi crònica causats per les noves formes de producció, la concentració de negocis i la irrupció de dispositius digitals. La intensa mercantilització ‒considerada per puntals del sector como «la edición sin editores» (André Schiffrin) o «la edición sin edición» (Éric Vigne)‒ ha acabat en una contradictio in terminis que Constantino Bértolo va plasmar en una entrevista amb Nuria Azancot per a El Cultural en 2004: «Hemos llegado a una situación en la que un editor que lea empieza a estar mal visto» (p. 79). Si les seves funcions consisteixen a seleccionar títols per al catàleg, llegir-los conscienciosament, treballar-los per aconseguir un producte acabat ‒encarregant correccions ortotipogràfiques o d’estil, controlant la qualitat de la maqueta o revisant les proves finals‒, gestionar contractes i calendaris, i desenvolupar canals de comunicació amb els lectors, l’autopublicació i la miríada d’opcions digitals semblen qüestionar la seva figura encara més. Tanmateix, segons Robert Darnton en The case for books (Public Affairs, 2010), la capacitat selectiva i el filtre d’informacions es troba en l’essència de l’ofici. Per consegüent, els editors representen la versió perfeccionada de l’algoritme prescriptor perquè condensen el maneig de les tecnologies i el saber acumulat després de segles d’existència gremial.
A «Metodología experimental en la investigación sobre prácticas lectoras en el ámbito digital: una revisión sistemática de literatura» (p. 109-125), Almudena Mangas-Vega i Javier Merchán Sánchez-Jara, de la Universitat de Salamanca, exploren la literatura científica. Es tracta d’un més que necessari exercici de selecció i anàlisi que identifica tendències, necessitats i noves vies de recerca. Nombroses disciplines s’han orientat a estudiar la transformació dels hàbits lectors: la informació i la documentació, la filologia, la literatura, la història, la psicologia, les ciències cognitives o la informàtica. Per aquesta raó, els autors han escollit articles centrats en l’entorn escolar. D’aquesta manera, determinen la repercussió tecnològica en l’aprenentatge i en la comprensió, proporcionen dades d’anàlisi sobre l’efectivitat dels suports digitals, constaten resultats contradictoris en els beneficis i perjudicis de llegir en paper o en pantalla, refermen la importància de planificar les tasques i confirmen l’escassetat d’investigacions sobre accessibilitat digital per a lectors amb necessitats específiques.
El següent treball, a càrrec de Raquel Gómez-Díaz y Araceli García Rodríguez, del grup E-LECTRA, s’endinsa en l’examen de «Los dispositivos y la lectura digital: un mundo de pantallas» (p. 127-139). Les autores parteixen d’una definició clara i il·lustrativa del Diccionario digital de nuevas formas de lectura y escritura (DiNle). També, de fonts per avaluar les rutines de lectura com els informes Hábitos de lectura y compra de libros en España de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), els publicats per l’Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (ONTSI) o els anuaris de l’entitat Acción Cultural Española (AC/E). D’ells, obtenen referències per a una anàlisi acotada en la seva extensió i abraçadora en la descripció de continguts, canals i suports. Resulta de suma utilitat la classificació proposada per categoritzar els dispositius segons es dediquin només a la lectura (e-readers) o a d’altres activitats (ordinadors, tauletes, telèfons intel·ligents). Aquesta tipologia, contrastada amb dades dels informes, evidencia que els aparells dedicats no tenen la popularitat que els ordinadors, les tauletes i els mòbils on es reuneix el gruix de lectors ocasionals. Per aquest motiu, Gómez-Díaz i García Rodríguez conclouen manifestant la rellevància de potenciar continguts digitals per a la lectura en tot tipus de mitjans.
L’article de Daniel Escandell, professor de la Universitat de Salamanca i expert en textualitats digitals, obre l’apartat sobre escriptura i lectura. «Emergencia textual: la logoemesis como definidora de la interacción con el texto digital» (p. 141-154) estableix una taxonomia de la creació literària a partir del concepte de logoemesi, encunyat per identificar mecanismes de l’obra digital que requereixen la interacció lectora perquè emergeixi el text ocultat pel creador. Les figures logoemètiques es contraposen a les de naturalesa logofàgica que Túa Blesa, especialista de la Universitat de Saragossa, va reconèixer com a producte de la guixada i de la negació discursiva autorial. Ambdues aproximacions se situen en un pla text-visual de la creació que genera interaccions experimentals a interfícies d’ordinadors, tauletes i mòbils d’entre les quals Escandell destaca les peces Grita (2005) de José Aburto o Know (2011) de Jason Edward Lewis.
Elena Sánchez-Muñoz, investigadora vinculada al grup E-LECTRA, aborda els canvis en la morfologia de la lectura. A «De la protolectura a la lectura digital: transformaciones y mutaciones» (p. 155-180), estudia en quina mesura la virtualitat dels formats electrònics determina el fet lector. L’autora analitza perspectives que interpreten aquestes mutacions: des d’aquelles que argumentaven el final del llibre imprès (Nicholas Negroponte), l’adveniment de nadius i immigrants digitals (Marc Prensky), la resiliència del paper (Roberto Casati), la dialèctica entre lectura profunda i superficial (Maryanne Wolf, Naomi Baron), fins les que no consideren que el suport digital interfereixi en la lectura impresa (Daniel T. Willingham i Sara J. Margolin).
Sánchez-Muñoz aporta coneixement de fons per evitar posicions adàmiques o maniquees als debats que comparen la pantalla i el paper. Aquest saber s’aprecia en l’aproximació històrica amb què identifica dicotomies de la transmissió cultural als últims segles: quan es contraposen l’oralitat a l’escriptura, la transició del llibre manuscrit a l’imprès, la coexistència de linealitat i hipertextualitat o la contextualització de la lectura física i la ubiqua descontextualització de la virtual. Així, la tecnologia i la resistència al canvi, naturalment, provoquen acceptació o rebuig. Per tant, el paper perviu al costat dels textos digitals i els lectors alternen dispositius en una sort d’heterogeneïtat que Sánchez-Romero anomena «lectura continuada» (p. 174) i identifica la morfologia lectora del nostre temps.
Davant aquest panorama, sorgeixen interrogants com el que planteja Isabel Morales Sánchez, de la Universitat de Cadis, a «Inmersiones lectoras: literatura y lectura digital» (p. 181-200): de quina manera s’afronta la lectura digital en contextos literaris? La professora Morales centra el seu estudi en «espacios experimentales de lectoescritura» (p. 185), ja que les transformacions de l’era digital ‒en la seva triple condició de fragmentades, híbrides i immediates‒ no només influeixen en els suports de lectura o en les habilitats lectores, sinó en la producció del text. Així, la investigadora, experta en teoria de la literatura i tecnologies aplicades a la lectoescriptura, desenvolupa un model per analitzar la «lectura digital estética» (p. 188), és a dir, un mecanisme per interpretar codis creatius i estratègies immersives multimodals. Les pràctiques lectores d’aquets espais, freqüentment col·laboratius, generen un receptor actiu que ‒en la línia apuntada per Daniel Escandell‒ origina allò que Morales García defineix amb el terme «escrilector» (p. 183) o lector de literatura digital. Els aparells electrònics motiven els joves i, per això, l’autora subratlla la transcendència d’adaptar la formació lectora a l’entorn digital amb la finalitat de mantenir el pensament crític i la capacitat d’apreciació estètica.
L’apartat sobre aspectes cognitius i humanitats digitals s’inicia amb la contribució d’Héctor García Rodicio, professor de la Universitat de Cantabria i investigador del grup Lectura, Escritura y Aprendizaje a través del Discurso (LEAD). En «Lectura digital: qué es y cómo rinden nuestros estudiantes» (p. 201-222) detalla el funcionament d’una competència bàsica: la comprensió lectora. Millorar-la requereix avaluar el rendiment lector i, per aquest motiu, l’aula ofereix espai per a un treball de camp idoni. García Rodicio basa la seva metodologia de recerca als models TRACE (Task-based Relevance Assessment and Context Extraction) de Jean-François Rouet i M. Anne Britt, i IPS (Information Problem Solution) de Saskia Brand-Gruwel, Iwan Wopereis i Amber Walraven. Demostra la seva hipòtesi amb l’exemple d’una possible tasca que l’alumnat resoldria amb pautes de cerca, selecció i lectura contrastada. D’aquesta manera, el docent guia i observa l’exercici en els seus diferents estadis d’interpretació: planificació (què cal esbrinar i com), avaluació (quin material se selecciona) i interpretació (elaborar representacions mentals segons el que s’ha llegit).
El mètode cognitiu amb què l’autor analitza la comprensió parteix del cicle de construcció i integració de xarxes conceptuals demostrat per Walter Kintsch, referent de la psicologia i la neurociència, a Comprehension: a paradigm for cognition (Cambridge University Press, 1998). García Rodicio aporta conclusions indispensables per refermar activitats de lectura a l’aula: cal conèixer els contextos i les fonts, precisar la fiabilitat de la informació, ser capaç de navegar a la web, autoregular l’accés a materials, determinar els textos necessaris per portar a terme la tasca encomanada i, sobretot, entendre el significat de les paraules.
Per últim, Alejandro Benito Santos i Roberto Therón Sánchez, experts en visualització de dades del Grupo de Investigación en Interacción y e-Learning (GRIAL) de la Universitat de Salamanca, recorren aquesta matèria a «La visualización de datos en la lectura digital moderna: pasado, presente y futuro» (p. 223-240). La panoràmica contempla fites de les humanitats digitals des dels primers treballs de Roberto Busa amb l’Index Thomisticus als anys quaranta del segle XX, el naixement de l’Association for Literary and Linguistic Computing (ALLC) o el de l’Association for Computers and the Humanities (ACH) ‒que van convergir en l’Alliance of Digital Humanities Organizations (ADHO) el 2005‒, l’origen dels estàndards de marcat Tuebingen System of Text Processing Program (TUSTEP) i Texting Encoding Initiative (TEI), fins l’eclosió del big data.
En aquest entorn, la visualització cimenta els estudis digitals humanístics, ja que permet filtrar ingents quantitats de dades i realitzar noves interpretacions sobre fenòmens històrics, filosòfics o literaris. Així, s’aproxima a la noció de lectura distant de Franco Moretti, fundador del Stanford Literary Lab amb Matthew Jockers el 2010. Per a Moretti, aquesta tècnica ofereix major perspectiva sobre grans conjunts de dades i resultats inèdits que es mostren amb mapes, gràfiques, línies temporals o núvols de paraules. Ara bé, com assenyalen Benito Santos i Therón Hernández, cal millorar l’encaix computacional perquè l’ús d’eines no impedeixi interpretar la informació qualitativament.
L’apartat d’edicions conté dues obres que enriqueixen el tom. En primer lloc, «La organización del tiempo en el arte del libro» (p. 243-247): escrit per Pável Florenski (1882-1937), un dels pensadors russos més destacats de la seva època, i traduït per Natalia Timoshenko Kuznetsova, que situa l’autor en una nota explicativa. El fragment de Florenski desenvolupa el principi d’«integridad del libro» (p. 244) per referir-se a la totalitat de l’obra literària i a la seva composició en qualitat d’objecte. En sintonia amb les paraules de Juan Ramón Jiménez citades a l’article de José Antonio Sánchez Paso: «en ediciones diferentes, los libros dicen cosas distintas» (p. 104). Es tracta d’una aproximació harmònica als llibres com a peces significatives, ja que el seu aspecte extern condiciona l’intern.
A continuació, «El vicio de la lectura» (p. 249-257) d’Edith Wharton (1862-1937), traduït per Davide Mombelli, compta, així mateix, amb una nota sobre l’autora nord-americana i sobre el text. La singularitat del fragment radica en la tipologia de lectors que proposa Wharton i en les seves observacions sobre el «lector mecánico» (p. 251). Aquest s’emmarca en un medi determinat per les transformacions que la producció massiva ocasionava en la percepció dels fenòmens culturals. Allò que, anys després, suposaria la pèrdua de l’aura per a Walter Benjamin o el sorgiment de la indústria cultural per a Theodor W. Adorno i Max Horkheimer, batega a les descripcions amb què l’autora de L’edat de la innocència plasma el mecanicisme de la lectura, els escriptors i la crítica del seu temps. Anecdòticament, podria assenyalar-se que el lector mecànic i el seu marc contextual semblen aproximar-se al tipus de lectura que generen els llibres electrònics. Per tant, les reflexions d’Edith Wharton ressonen especialment com a avís per a navegants digitals.
L’entrevista dialogada entre David Lewis, de l’Oxford e-Research Centre, i Javier Merchán Sánchez-Jara, membre d’E-LECTRA, ‒«Desarrollo e impacto de las tecnologías digitales en la lectura e interpretación musicológica: una revisión crítica de desafíos y oportunidades» (p. 261-278)‒ projecta l’enfocament humanístic-digital a la música clàssica. L’ús de la tecnologia facilitaria l’edició de textos, la distribució de continguts i la digitalització. Tanmateix, segons observen Lewis i Merchán, dos trets distintius criden l’atenció: la preferència pel paper entre els consumidors i el fet que no s’hagin produït, encara, grans canvis als patrons de lectura. Per aquest motiu, consideren si el paradigma d’allò imprès resulta insubstituïble i es plantegen si s’ajusta millor a les necessitats del lector musical. La paradoxa rau en què, si bé sembla haver-hi resistències, la situació afavoreix el sorgiment de camps per desenvolupar en l’ensenyament i l’aprenentatge, en l’anàlisi, en la web semàntica ‒sistemes de recomanació i dades enllaçades‒, en la gestió de repositoris i l’edició d’obres ‒estàndards de codificació de Musical Encoding Initiative (MEI)‒, en recursos multimèdia aplicats a les partitures o en iniciatives que creïn experiències immersives. Per exemple, cal recordar el documental Symphony (2020) que submergeix els espectadors al món de la música clàssica de la mà del director Gustavo Dudamel, la Mahler Chamber Orchestra i unes ulleres de realitat augmentada. En definitiva, el diàleg de Lewis i Merchán transmet un horitzó de possibilitats que deixa amb ganes de continuar llegint-los o d’escoltar-los conversar.
Per últim, el comentari bibliogràfic de José Antonio Cordón ‒«Sobre el libro, la edición y la lectura digital» (p. 281-294)‒ conclou el volum i fa una aportació essencial d’obres especialitzades. A més de recomanar títols que no poden faltar a la biblioteca de professionals del sector, docents, investigadors o de qui s’estreni en aquests temes ‒El desorden digital, Elogio del papel, Elogio del texto digital, Estética de la lectura, Gutenberg 2.0, La industria del libro o Las reglas del arte‒, destaca la indispensable tasca de les editorials Trea i Trama que, en les seves respectives col·leccions «Biblioteconomía y administración cultural (Historia de la cultura escrita)» i «Tipos móviles», cobreixen llacunes bibliogràfiques, recuperen obres de capçalera i mantenen la continuïtat del coneixement.
Libros, lectores y lectura digital constitueix un compendi molt ric en idees, arguments i bibliografia, necessari per prendre el pols sobre aquesta temàtica i els autors de referència. Som hereus de Gutenberg, responsables de mantenir el fil de la cultura entre generacions. Paper, pantalla, òfset, print on demand, tinta electrònica o vegetal, però no deixem de compartir el delit del saber i el gust per la lectura.
Ana González Tornero
Professora lectora
Departament de Filologia Hispànica, Teoria de la Literatura i Comunicació
Universitat de Barcelona
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