López Casillas, Mercurio (ed.). Libreros de viejo en la Ciudad de México: crónica de la compraventa de libros en la segunda mitad del siglo XX, contada por algunos de sus protagonistas. Barcelona: RM Verlag, 2023. 222 p. ISBN 978-84-17975-87-6. 24,95 €.
Las librerías mexicanas de Ciudad de México ofrecen una panorámica que refleja la notable diversidad de modelos de negocio de venta de libros. Estas librerías, tan diversas y cambiantes, muestran cómo el libro tiene varias «vidas» pasando de mano en mano, pero también ofrecen un muestrario de libreros y públicos interactuando que da una idea complementaria de la vitalidad del negocio de compra-venta y consumo cultural. El universo de las librerías mexicanas es tan variado que sintetizarlo en los protagonistas resulta complejo, pero este libro tiene un enfoque singular al dar voz a los libreros.
En este volumen se ofrece un recorrido vital por un variado elenco de libreros y librerías, pero el mayor acierto es ofrecer trazos de las biografías de los protagonistas, a partir de la narración que ellos mismos proporcionan a Mercurio López Casillas. Las entrevistas que se hicieron a estos libreros nos ofrecen, como dice el subtítulo, una «crónica de la compraventa de libros en la segunda mitad del siglo XX». El entrevistador tuvo el buen criterio de contar con profesionales con al menos veinte años en el oficio y realizar las preguntas en sus lugares de trabajo «para conformar pequeños relatos autobiográficos». Un conjunto de 31 testimonios con discursos bien distintos, pero complementarios, revelando aspiraciones distintas, públicos claramente diferenciados e imágenes de cómo se ven a sí mismos como libreros. Un aspecto que permite rastrear sus orígenes, evolución y aspiraciones. En estas trazas y con estos mimbres se radiografía el oficio, a pie de calle, con los profesionales en sus tiendas y en los puestos callejeros, los famosos tianguis en los mercados.
Reyna Elizabeth Nava Flores de la Librería La Odisea, de remembranzas homéricas, describe el modelo de librera a pie de calle, con una tienda abierta todo el día, con una labor diaria de un oficio aprendido en otros negocios de libreros, ya que «nadie en mi familia había tenido que ver ni con negocios ni con libros». Maximino Ramos lo confirma, ya que él vivió en un internado militar en el que se encontró con una biblioteca que fue desempolvando, pasando «de ser lector a ser librero». Este aspecto es destacable, al frente de una librería muchos llegaron sin una formación, tras pasar algún tiempo en una librería o aprendiendo en tianguis. Juan Páez Fonseca lo explica, ya que «en este oficio de libreros nadie te enseña» y son muchos los que se inician en la calle, literalmente, como Páez Fonseca al inicio, como «libreros itinerantes de a mochilazo» o Maximino Ramos que afirma que «empecé siendo un vil chacharero del papel». Un oficio callejero, de venta al por menor, y compra-venta entre libreros y a particulares, que les permitió en muchos casos conectar con el público. Como Nava Flores, otros dan idea de la afluencia de público que compra económicos y que busca textos de a diez pesos, como los «obreros, personas que van al trabajo» que pasan por La Odisea. Los inicios de muchos fueron en compañía de familiares, acudiendo al intercambio y la venta, o como Delfino Casillas, movido por buscar con qué conseguir «un atole y tres tamales», lo que conseguía gracias a las novelas que le propusieron vender «en los cafés, en los cabarets, en donde quiera», hasta que logró contar con su propia tienda.
El contraste lo ofrecen algunos de los libreros que logran una cartera de clientes solvente, despachan libros antiguos o raros, e incluso desarrollan sus actividades de forma más exclusiva, sin la dependencia de la librería abierta en mercados o los puestos de tianguis. Jesús Medina Ayala vivió este fenómeno ya que su primera casa «fue una librería» durmiendo en un cuartito que «se convertía en tapanco, donde se escondían los libros antiguos que se reservaban» para clientes habituales. Algunos libreros conservan sus negocios en los dos mundos, la voluble y variada clientela exclusiva y la más efervescente variedad de la venta de menudeo en zócalos y mercados. Estos clientes bibliófilos y profesionales destacan por su interés por la historia de México o el libro de arte, que han sido una fuente de riqueza para varios de los libreros entrevistados. Al igual que las obras literarias, especialmente las de los siglos XIX e inicios del XX, buscadas por los coleccionistas. Aunque Judith Medina Ayala destaca que «los coleccionistas se nos están haciendo definitivamente menos», una queja común entre varios de los libreros, que observan una reducción de la clientela y de las expectativas de crecimiento del negocio. Los lamentos por la pérdida de interés por estos libros impresos y de colección y la desaparición de los clientes habituales con intereses bien marcados aparece en los testimonios de varios entrevistados.
Los testimonios transpiran las relaciones con libreros y clientes, esenciales en el negocio, pero también los numerosos conflictos, por los lugares de venta, en no pocas ocasiones iniciados como mercados ambulantes ocasionales sin permisos, hasta que se agrupan, como explica David Ayala Becerra en «una asociación autogestiva de libreros» o con otros medios, para defender sus intereses y mantener la venta en la calle. Ayala destaca cómo «el libro te da dignidad y cierta independencia», pero también afirma que «era mucho más sencillo vender libros hace veinte años, [ahora] se ha dificultado». En este aspecto incide Ricardo Mora al indicar que «el Internet como que nos está desplazando». Las dificultades del asociacionismo profesional, la dificultad de conseguir clientela debido a la piratería y la compleja relación con las autoridades y la permisión de la venta callejera, son temas recurrentes. Un oficio escasamente regulado, con escasas oportunidades de formación y sometida a los vaivenes de la competencia, pero que cuenta con una fortaleza en lo que José Ángel Gorostieta denomina «la tradición familiar librera» con un oficio aprendido en numerosas ocasiones en la librería y con la familia. Es un aspecto que narra Miguel Ángel Gorostieta, en su caso al salir de la escuela iba a «ferias para atender los puestos» y hoy en día atiende su librería, un tianguis sabatino y el tianguis dominical de La Lagunilla, un itinerario compartido con otros libreros.
El libro incorpora algunos breves fragmentos de textos sobre los libreros de escritores mexicanos, nueve en total, que resultan una delicia al ofrecer el contraste literario de estudiosos como Rubén M. Campos en sus estudios del folklore literario de México, de eruditos como Genaro Estrada y escritores que conocen el mundillo de las librerías en sus tramas urbanas como Andrés Henestrosa. Todo ello acompañado con unas fotografías históricas que casan bien con las que vemos de los 31 libreros y libreras entrevistados y fotografiados en sus tiendas. El resultado es, no cabe decirlo, para aficionados a estos libros sobre libros que buscan meter la nariz en las vidas ajenas y escuchar testimonios sobre los entresijos del negocio de compra-venta. Las entrevistas desmitifican estos lugares, ofreciendo las luces y sombras de unas vidas dedicadas a una actividad a la que algunos llegaron por afición, muchos por necesidad y todos por la independencia que les ofrece, o como defiende Fernando Villanueba, por ser «el oficio de la memoria» para dar «un beneficio a la comunidad, a la investigación», aspecto esencial que algunos de los libreros destacan.
Pedro Rueda Ramírez
Profesor de la Escola de Llibreria
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